Walsh, un bicho peligroso, un hombre que escribía, un justiciero de la palabra/Por Carlos Espinosa

Viedma.- (APP) No hay bicho más peligroso que el hombre que escribe.  La frase es de Rodolfo Walsh, el escritor rionegrino más talentoso de todos los tiempos. La puso en labios de su personaje emblemático: el comisario Laurenzi, en el primer párrafo de su cuento “Zugzwan” del libro “Cuento para tahúres” editado en 1962.

Queda implícito que, con esta contundente afirmación, Rodolfo Walsh se considera parte de la comunidad de esa clase de bichos. RW escribió ese relato en 1957, tal vez al mismo tiempo que le daba forma a su genial “Operación masacre”, obra fundante del género de la no ficción, pieza central del revisionismo acerca de los crímenes de la autodenominada Revolución Libertadora que depuso, proscribió y persiguió al presidente Perón y a sus seguidores.

 Reconociéndose naturalmente como “un hombre que escribe” RW no puede menos que sentirse peligroso.

¿Peligroso para con quién o con quienes? En aquel caso apuntaba  contra los responsables de los fusilamientos de militantes peronistas, en el basural de José León Suárez, en 1956. Pero esa actitud se extiende y confirma en el tiempo, porque seguirá siendo peligrosamente enemigo de los dictadores y del fascismo, como lo demuestra,  más adelante , al crear y organizar la agencia Prensa Latina de la Revolución Cubana (1959); dirigir el periódico de la CGT de los Argentinos (1967-69);  escribir el libro “¿Quién mató a Rosendo?” sobre el asesinato de un dirigente gremial (1969); integrar la redacción del diario Noticias, de la organización  Montoneros (1973-74); armar la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla, 1976) para denunciar las violaciones a los derechos humanos por parte de la dictadura; y finalmente redactar y distribuir por correo su trágicamente famosa Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, (24 de marzo de 1977).

Lo esencial es que, en aquel párrafo de “Zugzwan” (título inspirado en una posición de los trebejos del ajedrez cuando uno de los contrincantes pierde la partida porque está obligado a jugar), RW le asigna el carácter de bicho peligroso al escritor que busca y pregunta, que explota (o exprime) hasta las piedras con tal de obtener material para sus relatos.

La cita completa es la siguiente.

“Pobre comisario Laurenzi! Las cosas que me ha tenido que aguantar. ¿Cuánto tiempo, por ejemplo, hace que vengo explotando sus recuerdos? Él sólo habla, yo escribo. ’No hay bicho más peligroso que el hombre que escribe’ suele decirme, mirándome de reojo. ‘Explota a los amigos, se explota a si mismo, explota hasta las piedras. ¿Hay algo sagrado para él? ¿Hay algo intocable para él? ¿Conoce la piedad? ¿Conoce la simple decencia? No. Y todo por ver su nombre en alguna parte. Gente rara’.

Cuando el comisario Laurenzi se pone así yo me limito a sonreír. Siempre he sostenido que cada hombre lleva adentro un demonio, y a veces más” concluye ese párrafo.

Han transcurrido casi 46 años desde el asesinato de Rodolfo Walsh, acribillado por una patota de la Armada en el centro de Buenos Aires. Es bien conocida  su fuerte militancia de esclarecimiento de la crueldad sangrienta de la dictadura, que llega al clímax y precipita su muerte con la valiente carta de aquel 24 de marzo de 1977 .

Pero han quedado desdibujadas y poco difundidas sus impresionantes dotes de escritor de ficción. Este comentarista cree que es necesario reivindicar y redescubrir al bicho peligroso, al exponente de la gente rara. Al narrador prodigioso que tal vez, en los finales de la década de los años 50 y principios de los 60, era incapaz de advertir la horrenda gravedad de los hechos que iban a desembocar en su muerte. El hombre que hace una virtud del ejercicio justiciero de la palabra.

La lectura y relectura de las narraciones de RW, reunidas por Ediciones de La Flor en el 2016 con prólogo y edición de Ricardo Piglia, dejan abierto un interrogante de difícil respuesta.  ¿Cuál es el punto de transición entre el cuentista autor de “Nota al pie” (por tomar una de sus ficciones de asombrosa arquitectura, escrita aproximadamente en 1954, pero recién publicada en 1967)  y el periodista militante que marcha hacia la muerte en marzo de 1977?

Según parece el momento en que Walsh toma el camino hacia la investigación y la denuncia  se ubica en diciembre de 1956 cuando le llega, como un susurro clandestino, la noticia de que “hay un fusilado que vive”, en relación con el asesinato de un grupo de militantes peronistas ocurrido poco meses antes, en junio de ese mismo año, en el basural de la localidad bonaerense de José León Suárez. RW , acompañado por una joven traductora y escritora llamada Enriqueta Muñiz , se lanza a recorrer los suburbios, compila material y escribe el libro que titulará “Operación Masacre”. Esta obra, editada por primera vez en 1957, está considerada como el primer antecedente de la literatura de no ficción, o sea que se trata de un relato con forma de novela inspirado en hechos reales y documentados.

RW va a producir, unos años después, otro notable libro del mismo género: “¿Quién mató a Rosendo?” (1969) sobre el asesinato del dirigente gremial Rosendo García, de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Después ya no volverá a escribir relatos de ficción .

En 1970 mantiene un extenso diálogo con Piglia, como prólogo para la  reedición de “Un oscuro día de justicia”´(1968) considerado como su “último cuento”. RW dice, por entonces, “habría que ver hasta qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a un determinada clase social en un determinado período de desarrollo, y en ese sentido, y solamente en ese sentido, es probable que el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, esplendoroso como todos los finales, en el sentido probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un tipo de arte más documental, mucho más atenido a lo que es mostrable”.

En la misma ocasión Walsh no tiene pelos en la lengua al expresar que “la novela de denuncia” es parte de una concepción netamente burguesa. “Porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir : se sacraliza como arte”.

Dice, también, que “desde los comienzos de la burguesía la literatura de ficción desempeñó un importante papel subversivo que hoy no está desempeñando, pero tienen que existir maneras de que vuelva a desempeñarlo y encontrarlas. Entonces, en ese caso, habrá una justificación  para el novelista en la medida en que se demuestre que sus libros mueven, subvierten”.

Vale reiterar que esto ocurría en 1970. RW seguía creyendo en la necesidad de ser peligroso.

Volvamos a “Nota al pie” para extraer algunas frases. Walsh transfiere al lector un oculto dolor, posiblemente un dolor suyo y personal, pero compartido con sus personajes,  en relación con León (el laborioso traductor de novelas policiales, protagonista del cuento) que en un oscuro momento descubre “el secreto más duro de todos, la verdadera cifra del arte: borrar su personalidad, pasar inadvertido, escribir como otro y que nadie lo note”; y todo esto lo lleva a la desesperación de sentir que “está habitado por otro, que es a menudo un imbécil”. Y por ello repudia el hábito cotidiano de “prestar la cabeza a un extraño y recuperarla (la cabeza) cando está gastada, vacía, sin una idea, inútil para el resto del día”.

Para comprender en todo su sentido la angustia del personaje hay que recordar que el propio RW trabajó varios años como traductor.

Y es el mismo León, atormentado poco antes de ponerle final a su vida, el que recuerda su primera experiencia en el oficio, narrando que al ver las correcciones del editor  “lo que llenó de bochorno fue la implacable tachadura del medio centenar de notas al pie, con que mi ansiedad había acribillado el texto. Ahí renuncié para siempre a ese recurso abominable”.

Walsh  juega en todo momento con el título y el formato del relato. Dijo Ricardo Piglia (en el prólogo a la mencionada edición de los Cuentos Completos, De la Flor, 2016) que RW “cultivaba el álgebra de asegurar la eficacia de la ficción. Sus cuentos recuerdan una de las máxima de Horacio Quiroga: cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno”.

Walsh era rionegrino, nacido en Lamarque el 9 de enero de 1927. Uno de sus relatos del libro “Cuento para tahúres” (1972) se llama “Trasposición de jugadas”,  tiene como protagonista al comisario Laurenzi y precisamente transcurre entre Lamarque y Choele Choel, en el cruce de uno de los brazos del río.

 En la breve descripción del escenario se  dice que cuando el personaje llegó a Choele Choel  “todavía estaba fresco el rastro sangriento de la conquista”.

”El viento movía un arenal y parecía la cara de un indio, solemne y enjuto en su muerte; bajaba el río, se secaba el fango y era posible encontrar una lanza todavía filosa o un par de boleadoras irisadas (así fantaseaba el comisario). Pero la tierra heredada ya era de los estancieros y sólo el respeto se ganaba o perdía con un gesto. Después de los coroneles bigotudos, vinieron italianos, españoles, turcos con sus carros de baratijas, muchos chilenos ‘grandes comedores de carne cruda’, dijo, y la crónica del Remington  contra la lanza perdió un poco de estatura –el Colt 38, el cuchillo-, se hizo menos sistemática, más desordenada, más solapada y acaso más cruel”.

Esta rápida pintura de su pago natal la escribió RW por el año 1961. No existía aún ninguna literatura histórica de tono crítico al panteón de los próceres de la denominada Campaña al Desierto. Completa la ubicación de datos políticos al mencionar que Laurenzi, antes de entrar a la policía “trabajó un tiempo de peón en una estancia que era de un ministro de Yrigoyen”.

Esta referencia de ficción guarda relación con un hecho real: la estancia Santa Genoveva, de Lamarque, fue propiedad de los Molina, caracterizados dirigentes del radicalismo que ocuparon altos cargos en las presidencias de Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear. Pocos datos, pero suficientes, para ubicar al lector en aquel Territorio Nacional de Río Negro, donde RW nació en 1927 en tiempos del alvearismo.

En este cuento aparece el dilema que se conoce como “el problema de Alcuino” (cómo cruzar un río en bote llevando un lobo, una cabra y un repollo, evitando que se coman unos a otros), pero RW convierte el acertijo en un episodio policial, porque el comisario debe trasladar a un italiano enojado, su hija embarazada y a un joven presuntamente responsable de la gravidez de la joven. El desenlace y las reflexiones de Laurenzi forman parte de la originalidad del texto.

En el predio de lo que fue la estancia “El Curundú”, actual propiedad de la empresa transnacional Expofrut, todavía se conserva la casa natal de Rodolfo Walsh, declarada de “interés público” por el Senado de la Nación.

Hacia fines del 2008 este cronista formó parte de una delegación encabezada por Patricia Walsh, hija del escritor, y el historiador Osvaldo Bayer –que fue su amigo y contemporáneo-.  Se habló, aquel día, de proyectar y crear un centro de estudios sobre la obra de RW, con una biblioteca especializada y todo lo demás. En la actualidad la casa puede ser visitada, pero sólo es un sitio para la recordación.

Ya fue dicho: es necesario redescubrir y reivindicar al bicho peligroso. Al hombre que escribe, al justiciero de la palabra. Hubo un valioso intento hace unos pocos años. Fue cuando la Secretaría de Cultura de Río Negro, a través del Área de Extensión Literaria, publicó un fascículo y montó una exposición bajo el título “Rodolfo Walsh, el hombre que se anima”. Varios cientos de ejemplares de la publicación, compilada por Mónica Larrañaga, fueron distribuidos en escuelas y bibliotecas de toda la provincia; la muestra se pudo ver en las más importantes ciudades. Se habló mucho sobre Walsh.

Hay que retomar esa senda. Para no someter a Walsh al horrible destierro del olvido. (APP)