Coco Colás, generoso y buen amigo, peronista y gardeliano, gran narrador de historias/Por Carlos Espinosa

Viedma.- (APP) La mañana fría se puso más fría, este sábado 26 de junio, cuando la noticia que nadie quería escuchar se disparó de teléfono en teléfono, aquí en la comarca de Patagones y Viedma. Se murió el Coco Colás. Apenas cinco palabras, como para arrancar un copete preciso y completo, de esos que tantísimas veces le impuso a la Léxikon 80, a la ruidosa teletipo Siemens 1000 y ya en los 90 al suave teclado de la primera computadora que mandó Télam.

Se murió Héctor Jorge “Coco” Colás, el periodista, el peronista, el gardeliano, el hincha del Racing, el sindicalista. Sobre todas las cosas: el amigo de sonrisa cordial, el que siempre te daba una mano, el que cumplía con el compromiso asumido.

Los principales detalles de su larga trayectoria, en distintos ámbitos, están contenidos en una nota que a media mañana escribió Claudio García, en el sitio de appnoticias.com.ar; yo lo voy a recordar desde algunas de las imágenes que pasan por mi memoria.

En el año mundialista de 1978 yo me inicié en el servicio informativo de LU 15 radio Viedma. La máquina de teletipo que recibía los cables de Télam se descomponía día por medio y nos quedábamos sin ese material noticioso imprescindible. Coco, que hasta un par de años antes había trabajado en la radio, ya era corresponsal de Télam en la ciudad y en la oficina ubicada en Saavedra y Laprida tenía instalada una máquina que funcionaba bien. La primera vez que hablamos fue una noche, cerca de las 21, cuando la teletipo de la radio disparaba textos ilegibles y no había noticias frescas del orden nacional para el panorama que tenía que leer en el micrófono en un rato más. Busqué su teléfono en la guía y lo llamé, le expliqué el pequeño drama. “Bueno, quedate tranquilo, voy a la agencia, saco las tiras de noticias de la tarde y te la llevo a la radio” fue la respuesta, con ese tono bonachón y simpático que anteponía siempre a la preocupación del otro, del que le pedía un favor.

Después, como el problema técnico en la radio no se solucionaba, me prestó una llave del local “porque yo me voy a las veinte, pero te dejo la máquina encendida y vos pasás  cuandoquerés”. Así comenzó la amistad. Pocas semanas después empecé a participar de la rueda de mate, chimentos y humor que se generaba después de las siete de la tarde, allí en esa esquina, en esa “jabonería de Vieytes” donde participaban otros periodistas -el Negro Omar Livigni, Raúl Artola, Juan Carlos Fideo Ferrari, Gabriel Galo Martínez, más adelante Jorge Torres- y dirigentes políticos como Ángel Palito Arias , Pocho Lehner, Edgardo Bagli, Jorge Frías, que aunque silenciados por la dictadura siempre tenían algo para decir en voz baja. Coco bajaba la persiana de la ventana “para que darle bronca a los milicos que pasan por la vereda, mirando”. Pero ese espíritu de charla abierta sobre diversos temas, con respeto por todas las voces, era generado por Coco en cualquiera de los ámbitos donde se instalaba.

En el invierno de 1979 Coco participó, junto con el Negro Livigni y el maestro gráfico Avelino Bender, en el lanzamiento del periódico quincenal La Calle, que se editaba en la vieja imprenta Apolo, de la calle Garrone. Ese local pronto se convirtió en otro sitio de reuniones de ingenua conspiración, y de relatos de ficción en los que algún incauto -como el que escribe- podía caer con toda inocencia. Coco necesitaba siempre de un coequiper, a la hora de montar una fábula, y en la imprenta solía jugar ese papel el inolvidable Nando Aliberti. Una mañana, mateando junto a la salamandra, entre los dos me hicieron creer que la bella modelo Graciela Alfano, en lo alto de la fama por entonces, era nacida en Viedma e hija de un comisario de la policía local. Confieso que me tragué el embuste por varios días.

Sabiendo que mi bolsillo andaba flaco, hacia fines de 1981, Coco me puso en Télam como relevo suyo de vacaciones, y de algún fin de semana largo que viajaba a Baires a ver a sus hijos. Allí la amistad ya se consolidaba en el trabajo. Desde el principio de esa relación laboral, que se prolongaría hasta diciembre de 1999 cuando le llegó el turno de su merecida jubilación, admiré la facilidad que tenía para redactar noticias policiales. Recuerdo tres sangrientos casos en los que sus crónicas fueron de antología, y lamentablemente hoy son irrecuperables: el joven hachero leñatero que mató a tres compañeros suyos en el monte, por Stroeder; el gaucho que maltrataba a su mujer y le cosió la boca, y andaba escapando de la policía a caballo por las islas del Valle Medio; y el muchacho de Viedma que asesinó a golpes de pala a su abuelo, su madre y una hermanita. Las descripciones precisas de los hechos, sumadas a la escenificación de las situaciones, se convirtieron en vibrantes relatos por episodios. Pasé por alto que en marzo de 1984, recuperada la democracia, le propuso al presidente de Télam, Mario Monteverde, mi designación como redactor efectivo de turno completo, para asegurar el funcionamiento de la corresponsalía con dos periodistas. Nunca he olvidado ese gesto suyo, que me dio estabilidad laboral y la jubilación que hoy disfruto, además del gusto de compartir muchas jornadas de trabajo, siempre en armonía y, lo que es muy importante, siempre con buen humor.

CocoColás era de esa estirpe de redactores que, sin perderle nunca el respeto a los funcionarios ni a las circunstancias que se debían cubrir, sabía evitar las formalidades y los acartonamientos, y jamás lo vi rendir pleitesía, ni siquiera con figuras políticas con las que tenía particular simpatía. Cuando preguntaba, además, generalmente lo hacía sobre la base de información y temática que él bien conocía.

Como militante del peronismo conocía muy bien la historia de las persecuciones y atropellos cometidos contra la clase trabajadora y los más humildes. Por eso sus notas de los últimos años, para este portal y otros medios, estuvieron muchas veces repletas de datos reveladores, luchando contra el intento permanente de la deformación y el olvido, ejercido sin disimulo desde los sectores de la derecha oligárquica.

Fue el primer periodista que se ocupó de difundir la historia oculta y olvidada del escudo de la provincia de Río Negro, aquel surgido de un concurso público pero después ignorado por un gobierno de facto. Su prédica dio resultado cuando la Legislatura suprimió el escudo surgido de un despacho y le devolvió al emblema original el sitio correspondiente.

Pero fue en el terreno gremial donde Coco brilló de manera sobresaliente. A poco de llegar a Viedma, en 1963, se acercó a colaborar con el recién fundado Sindicato de Empleados Públicos de la provincia de Rio Negro y se convirtió en gestor de enormes realizaciones, tales como la Obra Médico Asistencial (OMA, plataforma inicial del IPROSS), el plan de viviendas financiadas por la Caja de Previsión Social, la compra del Hotel Pylmaquén de Bariloche para uso de los agentes estatales y muchas otras.

Como si con estas tareas no hubiese hecho lo suficiente para con la sociedad de esta provincia que adoptó como suya, fundó la Asociación de Prensa del Valle Inferior (luego convertida en Sindicato de Trabajadores de Prensa de Viedma), y fue activo miembro de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de Prensa (CONATRAP) que se conformó durante la dictadura como contrafigura de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPTREN)  que estaba intervenida por los militares. Después de 1983 impulsó la recuperación de la FATPREN en manos de los trabajadores y formó parte de la conducción que logró, como conquista histórica, la compra de la sede gremial propia en la calle Solís 1158 de la Ciudad de Buenos Aires.

Y en todos estos frentes de batalla Coco derrochaba entusiasmo, amistad y buenos modales. Cuando se enojaba, casi siempre ante una injusticia o un acto de traición a la democracia, su palabra era dura, severa, con calificaciones importantes. Pero nunca lo escuché insultar en público.

Por último quiero subrayar el culto a la amistad y su indisimulado placer por las reuniones de charla, con mate, café o asado de por medio.

Su despacho de la Casa de Gobierno, cuando el primer gobierno democrático de 1983 le confió la dirección general de Prensa, era permanente la reunión de periodistas y administrativos. La oficina de Télam de calle Belgrano al 500, cuya compra logró en 1989, también recibía permanentemente la visita de ex compañeros de la administración pública, periodistas y amigos de distintos ámbitos. Coco era tanguero de alma, gran conocedor de letras y de la historia de las grandes orquestas, y especialmente admirador de Gardel. En esa corresponsalía de Télam, charlando con Lisandro Segovia, se gestó el Museo Gardeliano de Viedma, y de su inspiración salió lo de “la esquina de Gardel y Ceferino”.

Fue gran amigo de Rómulo Barreno, secretario general de la Unión del Personal Civil de la Nación (Upcn), y allá por los años 1983 al 85 en el quincho de la sede de Laprida y Colón se montó una especie de peña, donde todas las semanas se juntaban alrededor de un buen asado representantes del gremialismo, la política, el periodismo y otros sectores. Con esa misma intención, la de juntar gente y proponer la charla armoniosa, en los últimos tiempos había instalado un acogedor quincho en su casa de siempre, en la calle Alvear.

Coco fue un gran narrador de historias. Algunas se las llevó con él, pero dejó aquella que lo trasciende y seguramente se irá multiplicando por aquí y por allá: su propia historia, que tal vez se agigante con el pasar de los años, porque Coco Colás sobrevivirá en el recuerdo de mucha gente de Viedma. Porque el Coco Colás seguirá estando. (APP)