Cuando José María Guido fue presidente después  del derrocamiento de Arturo Frondizi el 29/3/1962

 

Viedma.- (APP)  El derrocamiento de la presidencia de Arturo Frondizi por  un golpe de estado el 29 de marzo de 1962, no sólo produjo una convulsión en el aparato gubernamental y un peligroso vacío de poder, sino que planteó un problema casi insoluble en la sucesión presidencial.  La indecisión de los jefes militares, la suma de los intereses encontrados y la falta de un proyecto político fueron los factores que permitieron al rionegrino José María Guido asumir el más alto cargo  de la república, luego de prestar el juramento de rigor  ante los miembros de la Suprema  Corte de Justicia de la Nación.

Durante toda la mañana y buena  parte tarde de la tarde de aquel agitado dia del 29 de marzo, la mayoría de los argentinos, en función de meros espectadores, siguieron con atención el desarrollo de los acontecimientos con una alta cuota del escepticismo sobre el futuro inmediato del país.  La jornada transcurrió en medio de discusiones por parte de los responsables del hecho de fuerza y por los hombres del partido hasta entonces gobernante que no arrojaron ninguna luz para la solución del problema planteado que habia derivado en la acefalia presidencial. Así, a la par de la opinión pública que en general aguardaba con ansiedad con la firma de los comandantes en jefe de las tres armas un comunicado que pusiera fin a la insólita situación, los jefes militares no encontraban formulas de transacción aceptables que permitieran congeniar sus distintos puntos de vista.

Es que mientras algunos consideraban ineludible la inauguración de un nuevo gobierno de facto que continuara y hasta profundizara la obra inconclusa de la Revolución Libertadora, otros por el contrario deseaban resguardar a las instituciones militares no comprometiéndolas directamente con el manejo y dirección del gobierno nacional.

Mientras los ojos del país se posaban en los protagonistas del golpe, la discusión ciudadana  estaba orientada a hacer en una suerte de juego macabro, con el nombre de quien asumiría las responsabilidades de la conducción del estado.

Entre tanto dos hombres de las filas del frondizismo y totalmente ajenos a la maniobra golpista (los doctores Rodolfo Martínez y Julio  Oyhanarte) pensaban una salida jurídica dirigida a salvaguardar las estructuras democráticas de la sociedad política y frenar la intempestiva carga pretoriana que por indecisión o vacilación de los jefes militares se había hecho presente en el escenario político nacional.

 Esta salida tuvo como eje y protagonista al Dr .José María Guido quien era en su carácter de presidente provisional del senado el primero en la sucesión presidencial. Guido había preferido mantenerse al margen  para no servir de pretexto ante la eventualidad de que se quisiera “legalizar” el acto de fuerza. Pero al mediodía del 29 de marzo, para quienes elaboraron esta hábil maniobra jurídico-institucional, no existía otra posibilidad de salvar lo poco salvable de una República que había perdido las más elementales reglas de la convivencia pacífica y democrática. El Dr. Guido  asomaba como la última esperanza de una legalidad formal que podía emparchar la viciada y alicaída normalidad institucional.

Y también como la única prenda de continuidad no errática de la desmembrada democracia argentina.

Indudablemente la decisión de asumir la presidencia de la Nación, en momentos de tanta tensión, requería de una cuota de sacrificio por parte de Guido. Éste se había manifestado como un  irreductible defensor de la legalidad institucional y había expresado en medio de la crisis, que de ninguna manera accedería a la presidencia de la nación.

Los motivos eran varios, pero primaban sobre ellos dos: a) ) la sincera amistad que lo unía con el presidente saliente y b) Su decisión de no convertirse en marioneta de los poseedores del poder real en la Argentina.

Sin embargo, por encima de ello se planteaba un agudo dilema que parecía revertir en los hechos el nudo gordiano de la política nacional. La destitución de Frondizi era una realidad incuestionable y frente a ello se presentaban dos caminos diferentes. Si Guido no accedía al recambio “natural”, abría las esclusas a la incursión plena de las fuerzas armadas en la conducción gubernamental. Por el contrario, de asumir el cargo formal de primer mandatario resguardando la integridad institucional, a  pesar de su debilidad, se iba a enfrentar a la críticade sus adversarios políticos como a la incomprensión de muchos de sus amigos y conciudadanos.

De estas opciones optó  finalmente por esta última, con el convencimiento de que con tal actitud podía mantener, aunque mas no fuera en apariencia, la estructura legal de un régimen semi-constitucional.

La decisión no resultó fácil y aún cuando fue ácidamente censurado, evitó la instauración de un nuevo régimen de fuerza en la Argentina moderna. Lamentablemente a pesar de la magistral jugada que descolocó a los jefes militares, el gobierno que iniciaba su andar a partIr del 30 de marzo de 1962 se verá condicionado en su accionar hasta la entrega del poder al radical Arturo Illia en 1963.

 NOTA DE APP: El material de esta nota fue extraído textualmente de parte de la obra “La presidencia de José María Guido”, de Daniel Rodríguez Lamas, publicada por el Centro Editor de América Latina y corresponde a la serie Biblioteca Política Argentina.