Cuando los nombres de tres grandes longkos surcaban las aguas de importantes ríos patagónicos/Por Carlos Espinosa

Viedma.- (APP) El escritor y periodista Adrián Moyano se refirió, días atrás, a la agraviante denominación de un lujoso hotel actual de la ciudad de San Carlos de Bariloche, fundada por los winkas sobre las ruinas del pueblo de Vüriloche, enfrente del lago Nahuel Huapi, después del atropello genocida llamado Campaña al Desierto. Esa empresa hotelera, a la que muy difícilmente puedan acceder como huéspedes los descendientes de aquellos mapuches y tehuelches desterrados, se llama“Cacique Inacayal Lake & Spa Hotel” (horrible mezcla de idiomas) y está muy claro que el nombre fue elegido por puro atractivo publicitario, en la seguridad de conferirle un toque “indígena exótico”. Es obvio que los propietarios del sitio no tuvieron, ni tienen, ninguna intención reivindicativa de la figura de aquel gran jefe, que vencido, humillado y privado de su libertad murió -en circunstancias nunca esclarecidas- el 24 de septiembre de 1888 en el museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde su cadáver fue descarnado y sus huesos se convirtieron en objeto de exhibición durante más de un siglo.

Pero hay más, hay otros datos que ofenden la memoria del longko y de todo el pueblo mapuche-tehuelche. Porque el vistoso hotel Cacique Inacayal (Inakayal, prefiere escribir este cronista) ha sido, en los últimos tiempos, el lugar elegido para reuniones por parte de autoridades nacionales y provinciales para planificar acciones represivas contra grupos manifestantes por la defensa de los derechos territoriales indígenas.

Apuntó Moyano que “desde 2017, el hotel viene fungiendo como sede de los encuentros donde se planificaron y aún se planifican los avances de la derecha -en sus diversas representaciones partidarias y empresariales- contra los derechos mapuches consagrados constitucionalmente. Funcionarios del Gobierno de Mauricio Macri recibieron allí a jefes de las fuerzas de seguridad federales, algunas horas antes de la represión de Gendarmería Nacional en pu lof en Resistencia Cushamen, que derivó en la desaparición de Santiago Maldonado durante 79 días”.

El artículo, que recopila interesantes datos de la trayectoria de Inakayal como líder de un numeroso grupo mapuche, se puede leer en forma completa en el portal web enestosdias.

Pero no se trata de la primera utilización de los nombres de grandes jefes indígenas patagónicos impuesta por los vencedores de la masacre disfrazada de “conquista para la civilización y el progreso”.

Habían transcurrido poco más de diez años desde el final de la operación militar de exterminio y arrinconamiento de los pueblos indígenas de la Patagonia cuando el presidente Julio Argentino Roca, que fuera el jefe político de la campaña, dispuso comprar en un astillero de Inglaterra tres barcos de transporte de carga y pasajeros. Estas embarcaciones se destinarían a las escuadrillas de los ríos Negro y Santa Cruz, dependientes del entonces llamado Ministerio de Marina.

El historiador Néstor Auza, en una publicación de la dirección provincial de Cultura de Río Negro del año 1980, trazó un completo panorama cronológico de esas empresas navales estatales que se organizaron para el fomento comercial de esas áreas patagónicas. En aquel tiempo, y hasta la segunda década del siglo veinte, la instalación de firmas ganaderas extranjeras, comercios de todo tipo, y numerosos contingentes de inmigrantes europeos, todos mal llamados colonizadores, se constituía en la panacea del desarrollo económico y social que superaba “el atraso del desierto inerte” y abría las ventanas al “venturoso porvenir de los territorios australes de la Gran Nación”. Facilitar el transporte fluvial de las maquinarias e insumos para esos asentamientos, tierras adentro, y el traslado de lanas, cueros, carnes, ganado en pie, madera y otros frutos del país hacia los centros de consumo y exportación era un objetivo estratégico que debía asumir el Estado, en su rol de “buen amigo” de los capitales externos (sobre todo ingleses, gerenciados por un puñado de familias de la oligarquía argentino chilena) que se afincaban para “hacer grande a la Patagonia”.

Auza consigna que hacia fines de 1899 el Gobierno Nacional contrató con los astilleros británicos Forrest la construcción de tres buques gemelos por la suma total de 22.830 libras y reproduce un párrafo de la Memoria del Ministerio de Marina, de ese mismo año, donde puede leerse que es una “sumaque resulta insignificante al considerar el inmenso servicio que van a prestar, fuera de que paulatinamente lo irá reembolsando la Nación, pues dichos vapores conducen cargas y pasajeros particulares, y si bien son bajas las tarifas a fin del año representan una cantidad importante”.

Las tres naves tenían similares características. Medían 38,12  metros de manga (largo de popa a proa), 7,66 metros de manga (el ancho máximo entre las bordas), 1,83 metros de puntal (la altura del casco hasta la cubierta) y tenían 0,84 metros de calado (la parte del casco que se sumerge en el agua y demanda esa profundidad mínima para navegar). Se impulsaban originalmente con maquinaria a vapor, alimentada con carbón, y después se transformaron con motores a explosión, que usaban petróleo como combustible. Los datos proporcionados por el sitio digital Histamar agregan que los cascos y construcciones sobre cubierta eran todas de hierro y se requerían 20 tripulantes para la navegación de cada barco. No se encontraron informaciones acerca de la capacidad de pasajeros por transportar, pero según crónicas de la época llevaba alrededor de 12 personas, alojadas en pequeños camarotes con cuchetas.

Las tres embarcaciones fueron transportadas desarmadas, desde Inglaterra a Buenos Aires. Allá se ensamblaron las piezas en el Arsenal Naval de la capital y recién después se las trajo flotando, a remolque, hasta los puertos de Carmen de Patagones -sobre el río Negro- y Santa Cruz -en la desembocadura del río del mismo nombre-.

La primera de las naves lista para operar fue bautizada como Inacayal (así figuraba en los registros oficiales) y comenzó a navegar por las aguas del KurrúLeuvü en noviembre de 1900 (así dice Auza). Pocos meses después arriba otro barco, que es denominado Sayhueque (Saygüeque lo escribe el historiador Julio Vezub) y se suma a las operaciones de transporte entre Patagones y la confluencia de los ríos Negro y Limay, en lo que es actualmente Cipolletti.

Advierte Auza que “en su época, según los entendidos en la navegación, no se consideró a los dos buques como un acierto, pues a su alto casillaje sobre cubierta, serio inconveniente por los fuertes vientos sureños, añadía su fuerte calor en la zona de las calderas. El defecto fue parcialmente corregido en el Sayhueque, pero no en el Inacayal, lo que obligaba a los foguistas a trabajar por turnos de una hora.”

El tercero de estos transportes navales mellizos, de sólida fabricación inglesa, fue bautizado como Namuncurá y se lo derivó al servicio en aguas del río Santa Cruz, tal vez durante el año 1901.

Tal como ya se ha dicho el longkoInakayal había muerto en La Plata, en tristes circunstancias y muy lejos de sustierras,  doce años antes del “homenaje” que le concedía la Armada al ponerle su nombre a uno de los barcos que apoyaban el crecimiento económico wnka.

En cambio Valentín Saygüeque, quien fuera bravo gobernador del “País de las Manzanas”, también había conocido la derrota, el encierro, y la burla de los porteños que lo miraban como si fuera un animal del zoológico, pero después de pasearlo por Buenos Aires fue llevado de regreso a Neuquén, donde murió de un posible ataque al corazón el ocho de septiembre de 1903. Es decir que la imposición de su nombre a uno de estos “barcos insignias del progreso” fue antes de su fallecimiento. ¿Se habrá enterado? ¿Qué pudo haber pensado al respecto?

Manuel Namunkura, hijo del indómito Kalfükurá, Jefe Supremo de Salinas Grandes, fue derrotado en 1884; después también soportó humillaciones -en Buenos Aires lo vistieron con un kepi y uniforme militar de fantasía-; se instaló en Chimpay (donde nació su hijo Morales, luego apropiado por los Salesianos y bautizado como Ceferino) y terminó su larga vida en el paraje neuquino San Ignacio el 31 de julio de 1908. ¿Quizás en alguno de sus últimos años habrá sido invitado a viajar por el río Santa Cruz en el barco de la Armada bautizado con su propio nombre?  No hay constancia, es muy poco probable que ello ocurriese.

En los registros fotográficos del Museo Emma Nozzi, de Carmen de Patagones, hay varias imágenes donde se pueden apreciar las siluetas de los buques Inacayal y Sayhueque (así estaban escritos los nombres en sus proas) en el puerto de esta ciudad austral, en el varadero de la Escuadrilla (actual Prefectura Naval) y sobre la costa.

El historiador santacruceño Luis Milton Ibarra Philemón le facilitó a este cronista la imagen de una página de la revista Caras y Caretas, de abril de 1902, donde se ilustra la botadura del barco Namuncurá en aguas del río Santa Cruz. El singular documento periodístico muestra el momento en el que el comandante de la nave brinda con champagne con sus invitados, damas y caballeros ataviados con elegancia europea.

La página Histamar antes citada informa que en el año 1911, tras la clausura de operaciones de la Escuadrilla del Río Negro, los transportes afectados a la misma fueron destinados a las aguas del Plata, el Paraná y el Uruguay, y que en aquellas latitudes cumplieron misiones de patrullaje hasta que les llegó la desafectación y el desguace, en 1927 el Inacayal y en 1935 el Sayhueque. No se hallaron referencias sobre el final de la vida útil del Namuncurá.

El “homenaje” a los jefes indígenas, pergeñado por una de las dos fuerzas militares involucradas en la matanza y la tortura, el despojo y apropiación de sus tierras,  quedó apenas documentado en unas pocas fotos y el breve artículo de Néstor Auza, tomados como referencias para esta crónica. Muy poco para un arrepentimiento institucional.

La Patagonia en particular, y todo el país en general, siguen en deuda con los grandes longkos de los pueblos indígenas. No se resuelve el asunto sólo con la imposición de sus nombres en lugares públicos. Hay que señalizar los sitios donde ejercieron sus condiciones de mando, reconstruir itinerarios, establecer puntos panorámicos de homenaje con instalaciones artísticas tales como murales y esculturas que reconstruyan aspectos culturales y tradicionales. Todo realizado con consenso y participación de las comunidades mapuche tehuelches, sin especulaciones comerciales ni denominaciones que mezclan las lenguas originarias con el idioma del imperio que vino a saquear, se quedó y lo sigue haciendo. (App)