El genocidio indígena en la Argentina fue ignorado en los estudios académicos durante más de un siglo/Por Carlos Espinosa

Viedma.- (APP) Diana Lenton, doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, advierte que “recién en los últimos años estamos venciendo la negación de los círculos académicos acerca de la dura realidad del genocidio indígena en la Argentina”. Se desprende, de las afirmaciones de la especialista en temas indígenas, que el genocidio fue intencionalmente dejado de lado durante más de un siglo en los estudios sociales y políticos de nivel universitario.

Lenton forma parte de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena y explica que esa organización “arrancó con un grupo de investigadores de la Universidad de Buenos Aires que veníamos trabajando temas distintos; como yo hice mi tesis sobre las discusiones parlamentarias entre 1880 y 1970 referidas a la política indígena me leí todos los diarios de sesiones”.

En diálogo con la Agencia Periodística Patagónica agrega que “puse como límite el año 1970, porque tenía que terminar mi tesis, y también porque a partir de ese año comienzan a existir organizaciones indígenas que tienen un discurso público y era necesario incluir otros registros, distintos al corpus que había conformado, a lo largo de la investigación, sólo con la voz del Estado”

“Puse cuidado no sólo en el contenido de las leyes, sino en el pensamiento de los legisladores, para observar cuáles eran las ideas políticas, expresadas en los debates parlamentarios  en torno a la cuestión indígena, durante ese lapso de nuestra historia”.

Sostiene Diana Lenton que “en la formación en historia a los indígenas sólo los ven cuando se les cruzan por adelante, porque su contenido es la historia de Europa en América, y los indígenas se les cruzan por delante sólo en el momento del llamado descubrimiento o en la expansión territorial, y en la campaña al desierto cuando ponen dos renglones, nada más. En Historia tienen muy poca formación acerca de pueblos indígenas, y a los antropólogos nos pasa –no tanto ahora, pero sí en tiempos de la antropología más clásica, cuando yo era estudiante- que se habla de los pueblos indígenas –como un objeto privilegiado de la antropología, por eso de la diversidad cultural- pero no hay una visión histórica y menos todavía un enfoque político. Y nos preocupaba la falta de referencias al genocidio, del que ya venían alertando las organizaciones indígenas y autores que están por fuera de la Academia, como el caso de David Viñas, del departamento de Literatura, que fue durante mucho tiempo el único que hacía referencia al tema; mientras Osvaldo Bayer hizo alguna mención, pero en sus escritos se olvidó del indígena porque él estaba preocupado por los anarquistas.”

Sigue diciendo que “en esos años no había mucha gente hablando del genocidio indígena y cuando nosotros lo mencionábamos nos advertían que ‘eso no es académico, si vas a hablar de genocidio hacelo en tu casa, en las charlas de café’. Me llamaba mucho la atención que nos encontrábamos con antropólogos que hacían trabajo de campo en algún lugar, en Formosa por caso, y en las charlas de café hablaban de la violencia contra el indígena, del maltrato policial y otras cuestiones, pero esos temas no se constituían en material para las tesis. Las tesis se referían a cuestiones más simbólicas, sin darle espacio a la violencia concreta”.

“Esto es una tradición disciplinal, interpretando que algunas cosas son de coyuntura. A lo que nosotros decimos que no, que se trata de una violencia estructural. Porque si no podemos hablar de la violencia contra el pueblo indígena después de la campaña del desierto no podemos hablar de nada” añade la entrevistada.

“En uno de los juicios donde intervine el fiscal me preguntó, haciéndose el sonso,  ¿qué problema tienen los indígenas para acceder a la tierra?; y yo le contesté: ¿teniendo en cuenta a la campaña del desierto o no? Porque parece que no hay ningún problema, que existe igualdad ante la ley, lo que es una ficción. Porque no tenemos todos la misma importancia, y esto pasa en cualquier sociedad”.

“Entonces, formamos la red para poner a prueba la cuestión del genocidio, que todos nos decían que no se podía abordar académicamente, porque nuestra preocupación no es sólo la de hacer militancia afuera sino adentro de la Universidad. Con este propósito arrancamos hace veinte años entre el 2003 y el 2004.”

“Para ello armamos un proyecto de investigación, lo que se llama un UBACYT (dentro del régimen de subsidios de la Universidad de Buenos Aires, para el estímulo de la Ciencia y la Tecnología),  asegurando algunos recursos para integrar becarios. El UBACYT nos permitió empezar a trabajar académicamente en el tema del genocidio indígena, que nos decían que no se podía tratar en ese ámbito porque viene de la política, porque no es un concepto científico”.

Se detiene en este punto, para aclarar: “esto  –que el genocidio no es un concepto científico- es verdad, claro, si consideramos que no surge de una elaboración de la ciencia, con observación, experimentación y análisis- ;  pero sus resultados son reales, pueden ser cuantificables y observados,  y se pueden estudiar científicamente”.

“Además yo quería discutir aquello de que, en caso que quisiera analizarse la realidad del genocidio, no había pruebas ni evidencias válidas para demostrarlo. Para ello son útiles algunos documentos muy utilizados previamente por la Academia, y otros como los que fueron citados en el juicio por la verdad de la masacre de Napalpí, que no eran referidos especialmente a aquella comunidad del Chaco sino a la Patagonia, pero interesaron al Tribunal para hacer una modelización sobre el genocidio indígena en general, en otros puntos del país”.

“Lo llamativo es que esta clase de documentos, que certifican los asesinatos masivos y sistemáticos de poblaciones indígenas, salen de la misma caja del ‘Fondo Roca’ del Archivo General de la Nación donde se han fundamentado tantos escritores –como Félix Luna y otros- que fueron a buscar los papeles que les permitan exaltar la figura del general Roca”.

“Por ejemplo hay una carta donde Roca le dice a un amigo que le manda ‘la china que me pidió para su señora’; y resulta que estos historiadores no solamente no toman esta clase de documentos sino que niegan estos atropellos sobre la vida de los indígenas. Me acuerdo de Luna diciendo una vez, en la Feria del Libro: ‘yo desafío a los que vienen a decir que Roca es un genocida a que encuentren un documento que lo permita comprobar’. Bueno, ese documento está en la misma caja donde él seguramente buscó otros papeles.”

Subraya Lenton: “a veces se transmite al público general la idea de que este tipo de pruebas del genocidio y todos los atropellos contra los pueblos indígenas hay que buscarlos en catacumbas y sitios ocultos; pero no, están allí a la vista de todos. Es como cuando los guías de turismo en Chubut nos cuentan la historia del colono galés Evans que pudo escapar de los indios en su caballo Malacara, pero ocultan que ese mismo hombre se quedó sorprendido al encontrarse con un enorme campo de concentración indígena en Valcheta, cuando viajaba hacia Patagones. Todo forma parte del mismo relato, pero una parte se cuenta y la otra se niega.”

“Así entonces es que trabajamos para demostrar y ensayar lo que nos decían que no se podía hacer, que es aplicar la categoría de genocidio – creada para juzgar los crímenes en los campos de concentración nazis como Auschwitz y el holocausto judío- aquí en el territorio americano en relación con pueblos indígenas.”

“La realidad es que hemos dado con mucho material que nos apoya en la tarea y también es cierto que el contexto es distinto, mucho más receptivo que como era hace veinte años, y nosotros hemos contribuido en ese sentido.  Ahora pueden criticar y plantear el desacuerdo con el planteo del genocidio, pero no pueden decirnos ‘¿cómo se te ocurre?’, como nos decían al principio. Aunque sigue habiendo una cuestión de cantidad, porque frente a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo parece que el genocidio indígena en nuestro país no debe figurar.  Argumento falso porque está comprobada la desaparición de comunidades enteras, y en la definición jurídica de genocidio no se habla de extinción total, pero sí de la intención y de la toma y trata de niños”.

“La red (de Investigadores en Genocidio y Política Indígena) es horizontal, no hay un registro personalizado de sus integrantes. Comenzó siendo un grupo académico, pero después se han ido incorporando  artistas, periodistas, documentalistas, gente de la militancia social. Es una red para discutir y llevar hacia afuera de la Academia esta clase de temas. Nosotros –como grupo académico- seguimos teniendo los UBACYT de la UBA, y asistencias similares en la Universidad Nacional de Río Negro, y otros formatos de financiamiento para algunos gastos”.

En la misma entrevista con APP la antropóloga Lenton se refirió al rol cumplido como perito y testigo en juicios por cuestiones de reclamo indígena sobre territorios y en el tristemente célebre caso de la masacre de Napalpí, ocurrido en el Chaco a principios del siglo pasado.

“La primera vez que pidieron mi participación fue en un proceso judicial por diversos delitos contra comunidades indígenas en calidad de  ‘amicus curiae’ (la persona externa a la causa que aporta elementos que ayudan a clarificar el tema) pero la experiencia fue frustrante, porque creo que el juez ni siquiera abrió el sobre que contenía mi informe. Pero después, en otros juicios, me citaron como testigo de la defensa de dirigentes indígenas acusados de ocupación de tierras y otros delitos por el estilo. Por caso participé en audiencia pública, en Neuquén, en una causa contra activistas indígenas acusados por supuesta violencia contra funcionarios judiciales en un procedimiento de desalojo de tierras; y en la misma provincia fui testigo en un juicio por usurpación contra una pareja indígena de una comunidad cercana al paraje Las Coloradas. En ambos casos se lograron fallos justicieros, contra atropellos sin ninguna justificación, basados en una impunidad que se fundamenta sólo en el poder económico”.

“En la provincia del Chaco, en el caso de la Comunidad Napalpí donde hubo más de 500 indígenas asesinados por orden del gobernador, en un hecho del año 1924, nosotros fuimos parte de la investigación, el fiscal nos llamó para colaborar y tuvimos muchísima participación. El tribunal tenía ya la experiencia de la masacre de Margarita Belén, y fue muy responsable en todos los pasos que se dieron para construir la acusación.”

“Entre mucha información que expusimos estuvo el análisis de las llamadas reducciones indígenas que constituían un sistema legalizado de explotación laboral, en condiciones de subsistencia muy duras. Este caso tuvo enorme repercusión y contribuye a que se tome mayor conciencia acerca del genocidio indígena”.

En la continuidad de la entrevista Diana Lenton se refiere a la respuesta a la actividad que desarrolló aquí, en el Centro Universitario Regional Zona Atlántica de la Universidad Nacional del Comahue, donde dictó un seminario sobre   “Memoria y  resistencia: imágenes y reconstrucciones del pasado en torno a la política indígena argentina”, como actividad inicial del doctorado en Estudios Políticos Culturales, que se inauguró en la sede viedmense de la UNCo.

“Ha sido una experiencia interesante, en este curso de Doctorado, porque los asistentes tenían distinta procedencia tanto en cuanto a sus lugares de residencia como a los ámbitos profesionales. En este sentido destaco la participación de graduados en Ciencias Políticas, Historia, Psicología, Ciencias Económicas y de disciplinas del Arte, y la mayoría de ellos con práctica docente, lo que es muy bueno porque entonces los contenidos se replican a través de una transmisión directa en las aulas.”

Se le pregunta después si considera posible un cambio en el estado de cosas resultante de la finalidad netamente económico-capitalista de las campañas de exterminio y arrinconamiento de los pueblos indígenas;  visible en estos tiempos con los grandes latifundios de producción agropecuaria ya existentes desde los siglos 19 y 20, y ahora también con instalaciones palaciegas como es el caso de Lago Escondido y otras de ese tipo.

 “Yo lo veo muy difícil pero no imposible; hay que conseguir una voluntad política, con un cambio en la conciencia política y sobre todo entre los ciudadanos de a pie, para que entiendan lo que está pasando y de esta manera contrarrestar la prédica de los medios de comunicación dominantes, para los que toda protesta o reclamo es obra de grupos indígenas terroristas. Hay que modificar el desinterés y falta de compromiso de aquellos a quienes no les importa que Lago Escondido esté en manos de un empresario extranjero, sin  acceso al turista o los residentes en la región; pero en cambio les molesta que una comunidad mapuche pueda tener en explotación una parcela de 15 hectáreas, porque la consideran una ocupación ilegal y violenta.”

“Esto demuestra un mal uso de las categorías, porque en cualquier país que esté sufriendo situaciones de terrorismo se deben reír mucho porque acá llaman terroristas a un grupo de indígenas que instala una casita modesta y una bandera en medio del bosque, para criar unas pocas ovejas y chivas, y hacer una explotación cuidadosa del monte nativo, en un territorio sobre el que justicieramente reclaman derechos de posesión ancestral.  Y la realidad es que por esa persecución tenemos, en este momento, cuatros mujeres indígenas presas con sus hijos, como es el escandaloso caso de la comunidad de Lago Mascardi. Presas sin imputación, a la espera de un dictamen, en una situación de enorme injusticia.”

“Justamente ese tipo de criminalización es como una derrota del poder político frente al poder económico, una subordinación del poder político como la que se ha vivido en la dictadura; se supone que estamos en un gobierno progresista, pero sin embargo hay un espacio territorial ambicionado por poderes económicos tan poderosos como los que se ven en Lago Escondido y zonas vecinas, con capitales de origen europeo, de América del Norte y Asia”.

“En relación con los latifundios nos encontramos ahora con una nueva situación de conflicto con las comunidades indígenas instaladas en sus tierras de origen ancestral. Ya sabemos que el capitalismo está en permanente mutación, con la finalidad de acrecentar sus ganancias, y han aparecido ahora los llamados fondos de inversión –con los emprendimientos tipo ‘feedlot’- relacionados con el corrimiento de la frontera ganadera y el avance de los cultivos de soja, que captan ahorros medios de mucha gente. Estos emprendimientos demandan tierras que hasta ahora eran consideradas improductivas y tenían ocupantes con muchos años de instalación, a quienes no se los molestaba; pero que ahora son expulsados, porque molestan al desarrollo de las empresas.”

“Veo, entonces, que con la aparición de estos nuevos intereses económicos en demanda de tierras se da una situación bastante similar a la que dio lugar a la llamada campaña del desierto. En aquel entonces, hace 140 años, había un avance tecnológico industrial que convirtió a enormes extensiones de tierras que estaban fuera del mercado capitalista en objeto de fuerte interés comercial. La segunda revolución industrial, a fines del siglo 19, reorganizo el mundo y a nosotros nos llegó el imperativo de vaciar esos territorios de sus antiguos ocupantes, para ponerlos a disposición de gigantescas explotaciones de ganado ovino, para mandar millones de toneladas de lana a las manufacturas del Imperio Británico.”

“Y ahora, en pleno siglo 21, los nuevos desarrollos tecnológicos  como el fracking para la extracción de gas y petróleo; la minería a cielo abierto y otros, hacen que las tierras que hasta ahora no interesaban al mercado se han convertido en sumamente convenientes. Esto implica la expansión de la frontera productiva, con este nivel de conflicto que no se generaba hace veinte años”.

“Siempre hubo entredichos con las comunidades indígenas, pero muchas veces se resolvían otorgando la tenencia u ocupación de territorios sobre los que no existían intereses del poder económico, en zonas semi desérticas, consideradas improductivas. Pero ahora esas tierras pueden incorporarse a la producción con esas nuevas tecnologías, y por ejemplo en la frontera entre Salta y Formosa hay importantes planes de inversión de YPF. Y algo similar ocurre, con el uso de semillas transgénicas, para la siembra de soja en territorios que permanecían sin plantación”.

“Esto genera la represión policial ante cualquier intento de resistencia a la desocupación forzosa de esos territorios; en tanto que muchas veces utilizan medios muy violentos para obligar a que los pobladores se vayan, por ejemplo haciendo fumigación aérea con productos químicos tóxicos que eliminan las plantaciones de los ocupantes que no han tranzado en el uso de semillas transgénicas. Entonces esos  campesinos malvenden sus propiedades –si es que tienen título de propiedad- y abandonan el lugar donde estuvieron desde hace muchos años y emigran a las ciudades e engrosar los barrios pobres. Y por eso hoy en día la represión violenta no sólo existe en los territorios indígenas sino en las ciudades, contra aquellos pibes que son sospechosos por ‘portación de cara y de piel’. Chicos que, muchas veces, son los nietos o bisnietos de aquellos que fueron expulsados de los pequeños pueblos y los parajes, porque las tierras donde vivían entraron en el mercado del poder económico.”

“Y cuando algunos de esos jóvenes toman conciencia acerca del despojo se organizan y procuran volver al rescate de esas tierras, y se producen esos conflictos donde aparecen las acusaciones de terrorismo y toda esa compleja realidad que ya conocemos” completó la charla, con importantes e inquietantes afirmaciones.

La presencia en Viedma de la doctora en Antropología Diana Lenton,  especialista en esa clase de temas sobre atropellos a los pueblos indígenas, tal vez no trascendió más allá del ámbito académico al cual fue invitada. Este artículo puede, quizás, ayudar a compensar parcialmente esa falencia. (APP)