El trasfondo del fracaso del traslado de la capital a Viedma-Carmen de Patagones-Guardia Mitre*/Por Claudio García

Viedma.- (APP) En estos días se recuerdan los 36 años del anuncio del expresidente Raúl Alfonsín del finalmente frustrado traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones-Guardia Mitre. Por este aniversario se pueden leer artículos laudatorios de una iniciativa que apenas si se tradujo en una serie de obras que se hicieron en la capital rionegrina.

Hay que ir a los números del periódico La Calle de esa época –prácticamente el único medio gráfico en ese entonces en la capital, a excepción de la llegada cotidiana del diario Río Negro desde General Roca- para hacer un ajustado racconto de las opiniones que generaron el acontecimiento. En general predominaba una visión positiva y esperanzadora, en línea con la fundamentación que tuvo el gobierno de entonces, de revertir el centralismo del país, y hoy se reivindica aquel proyecto por los mismos motivos. Hace un par de años estuvo en Viedma el dirigente Juan Grabois quien también señaló: “Yo no soy radical, no soy alfonsinista (…) pero Alfonsín tuvo una buena idea, que era traer la capital a Viedma. Estoy convencido que hay que sacar la capital de la Ciudad de Buenos Aires”.

Hace unos años escribí una nota sobre Viedma, que me pidió un diario de la región por un nuevo aniversario de la ciudad. Allí recordé precisamente que en La Calle –donde trabajé desde 1985 hasta la hiperinflación de Alfonsín que hizo imposible la continuidad del periódico, junto a Carlos Espinosa y al entonces director Omar Livigni, ambos grandes colegas y queridos amigos-, fui uno de los pocos que escribió un par de artículos en contra del traslado. No por oponerme a terminar con un país centralizado alrededor del puerto y de la Pampa Húmeda, sino porque el proyecto se limitaba a un simple traslado administrativo de la capital que no iba a provocar los cambios estructurales que sustentaron aquella Cabeza de Goliat que era y es Buenos Aires.

Todavía guardo un folleto de esos años donde el gobierno nacional hacía una lectura esencialmente errada sobre las cuestiones de fondo que hacían al desarrollo histórico del país. Diagnosticaba muy bien esto de lo que significaba Buenos Aires como ciudad que condensaba la capital económica y política del país, pero creía que bastaba llevar la capital política a esta región para provocar que su centralismo económico se descentralizara en un sentido federal. Se hablaba de los miles de millones de dólares de inversiones que iban a llegar del exterior hacia la Patagonia.

Yo decía en cambio que una simple descentralización administrativa no iba a provocar la descentralización económica y, a lo sumo, replicaríamos aquello de Brasil con la creación de Brasilia, que no modificó las características socio-económicas de ese país. Allá como acá se pensó que al trasladar la capital se iba a atraer habitantes de zonas muy pobladas hacia el “hinterland rural”, cosa que no se produjo. El nordeste brasilero sigue siendo aún la región más atrasada del país hermano.

El traslado de la capital tenía sentido si se insertaba en un proyecto de país que modificara aquellas estructuras económicas de país agroexportador que provocaron el centralismo sobre Buenos Aires.

Hay que recordar que ese no era el contexto en que se hizo el anuncio del traslado. El gobierno de Alfonsín había mutado de las políticas de Bernardo Grinspun –que tuvieron algo de sintonía con aquellos periodos de políticas más nacionales y populares que permitieron desarticular en parte el país agroexportador y cierta diversificación y crecimiento de la industria, y una negociación dura con los acreedores para hacer compatible el pago de la deuda con la capacidad del estado para lograr una mayor equidad social- hacia las de “modernización” y estabilización monetaria de Juan Vital Sourrouille que en gran medida impusieron los acreedores internacionales como base para renegociar la deuda y dar asistencia al país. Todos recordamos que sobre los primeros efectos positivos que se vieron del Plan Austral, como la baja inflacionaria, rápidamente todo se fue desbarrancando hacia el rebrote inflacionario del 88 y luego el Plan Primavera que terminó en la híper (más allá que el establishment apuró el desbarajuste por revanchismo con otros aspectos progresivos que tuvo el alfonsinismo y porque quería la llegada de un gobierno comprometido a pleno con políticas neoliberales).

En el marco de la política de Sourrouille el traslado de la capital se correspondía más con el objetivo estipulado en esa época por el FMI en los acuerdos y stand by firmados: achicar el Estado, podando drásticamente la administración pública.

La descentralización del centro político-administrativo del país fue pensada también como “atractivo” para que llegaran inversiones extranjeras al país y especialmente a la Patagonia. De hecho se hicieron viajes a Europa de funcionarios nacionales y algunos provinciales para “promocionar” un país que se ponía más o menos en línea con las exigencias del mercado con el Plan Austral y que con el traslado de la capital sumaba ventajas para que la Patagonia atrajera capitales del extranjero y la llegada de las multinacionales.

No fue el mejor contexto tampoco para eso más allá de las zonceras del “desarrollo” que traería aparejado adaptarse a las recetas de los poderes internacionales. Estados Unidos atravesaba un serio peligro de crack financiero, había crisis petrolera y por ello en general las inversiones tenían en general un fin especulativo y si se dirigían a las industrias no era para ampliar las plantas sino para racionalizarlas. En Europa como en Japón se reducían las exportaciones y crecía también el capital especulativo. El precio de los commodities, salvo excepciones, estaba en baja. En fin, el proyecto del traslado acompañó los rápidos avatares de agravamiento de la crisis económica nacional hasta su fin.

Visto a la distancia la “modernización” alfonsinista tuvo algún que otro sesgo progresista si se lo compara con lo que vino después con el neoliberalismo a full del menemismo y, más recientemente, con el macrismo –hay que recordar además que la socialdemocracia europea en la que se emparentaba el alfonsinismo comenzó también el mismo tránsito de adaptación a las políticas económicas de la derecha- y en lo que hace al traslado nadie quita mérito de los objetivos bienintencionados que tuvo Alfonsín y algunos de sus funcionarios de modificar el centralismo nacional. Pero, como dije en aquellos años y ahora, se ponía el carro adelante del caballo. (APP)

*Actualización de una nota escrita en el 30° aniversario del anuncio del traslado de la capital