Juan Bautista Campastro, periodista y escritor olvidado/Por Carlos Espinosa

 

Viedma.- (APP)  Evocamos la figura de Juan Bautista Campastro, periodista y escritor olvidado, que dejó huellas de tinta en la población cordobesa de Jovita, y también en las localidades rionegrinas de Guardia Mitre (cuando se llamaba Coronel Pringles) y General Conesa.

Su recuerdo lo proyectamos sobre la conmemoración del Día del Periodista de la Patagonia, establecida hace algunos años por la Legislatura de Río Negro para el 15 de junio de cada año, recordando que en esa fecha del año 1879 aparecía en Viedma el periódico El Río Negro, editado por Julio y Bernardo Guimaraens constituyéndose en el primer antecedente de la prensa escrita impresa en tierras patagónicas.

La actuación de Campastro como periodista se ubica unos cuantos años más tarde, en las décadas de los ’30 y los ’40 del siglo pasado; pero su vida registra momentos muy pintorescos, que denotan una personalidad singular.

Había nacido en Italia, en el Piamonte,  y llegó a la Argentina a fines de 1892,  cuando tenía 12 años, ya para 13. Vino en respuesta al llamado de su padre, que ya estaba radicado desde tiempo antes en Patagones, como capataz de un inmigrante itálico que había hecho fortuna y desarrollaba, en la zona de Laguna Grande, un importante emprendimiento agrícola: don Carmelo Bottazi.

Juan B. Campastro contó así sus primeras impresiones del arribo al puerto maragato.

“Nos hallamos en la Argentina en la tarde del 20 de diciembre de 1892 y prontos para desembarcar del veterano barco de vapor Litoral, y pisar suelo maragato, hecho éste que convirtió en realidad lo que hube de haber soñado siempre: estar libre!  Patagones en aquella tarde parecía una ciudad encantada: bellamente recostada a la falda de la loma: el bullicio de la calle Roca y los ensordecedores pitazos del barco; los dueños de los carritos de pértigo en completa efervescencia en la descarga, y mil de otros detalles aportaban belleza de una gran fiesta”.

En su encantador librito autobiográfico “Recordando a lo pasado se sazona al presente”, (que escribió e imprimió, en forma artesanal con tipos sueltos y parados a mano, en 1964, a los 84 años) Campastro traza una crónica sobre la vida rural de Patagones en aquel tiempo de su llegada (“la zona estaba invadida por mangas de langostas; grandes trechos de este acridio tapizaban el suelo y se desplazaban continuamente de un sitio a otro…”) y relata  sus empleos como mandadero de la tienda Las Delicias (en la esquina de Comodoro Rivadavia y 7 de Marzo) y aprendiz en la fábrica de carruajes de Luis Decio.

Pero la vida del italianito tendrá un vuelco singular cuando un día se cruzó con un sacerdote salesiano, paisano suyo, el padre Pedro Orsi quien  (como buen hijo de Don Bosco) le hace al artículo y lo entusiasma con la idea de entrar en la escuela de artes y oficios en Viedma. Allá irá Juan Bautista para pasar, como pupilo, los siguientes seis años, aprendiendo música, herrería y… fundamentalmente: ¡el arte tipográfico!

“Corre el año de 1894, una fiebre de movimiento está esparcida en todos los rincones del colegio, en la herrería la fragua lanza llamas con olor a humo, y el martillo con sonoro lenguaje juguetea sobre el paciente yunque; en la carpintería las garlopas mutilan las maderas y le arrancan cintas que parecen víboras; en la zapatería la suela se queja de los golpes que le propina con desconsideración el chato martillo zapateril; en la sastrería las tijeras se abren y cierran con frenesí al buscar telas para cortar; los carros, unos tras otros, van descargando los ladrillos del horno de Vicente Zingoni; las paredes suben constantemente hasta alcanzar a embutir en la elevada torre el vigilante y austero reloj; gracias a la fiebre alta constructiva de un avezado grupo de albañiles y ayudantes…” relata en la obra ya citada.

En ese bullicioso ámbito Campastro traba una especial relación con el cura Evasio Garrone, joven y dinámico, que se convertirá en amistad de por vida, a pesar de que con el correr de los años el polifacético escritor se alejará del pensamiento clerical.

Se refiere a ello nuestro personaje, en este otro fragmento de su autobiografía. “Yo por aquel entonces había salido del colegio y dado lectura de Marx, Engels y otros, me hice un socialista acérrimo y discutidor. Garrone se reía, pero no emitía opinión alguna sobre política y sólo me encarecía así: no te detengas, avanza siempre, analiza y estudia para ver la realidad política, me decía el padre Garrone”.

En 1900 el joven italiano soltó sus alas y se alejó de Viedma para forjarse un destino. Su primer trabajo fue en el ferrocarril, en la ciudad bonaerense de Junín, donde habrá encontrado mayor fermento para su pensamiento socialista. De allí, años más tarde, pasó a San Blas, para instalarse como herrero de una estancia. Allí trabó relación con don Tomás Iviglia, dueño de un campo, y al tiempo pidió en casamiento a una de sus hijas, Angela, a la que le llevaba 15 años de diferencia. El matrimonio entre Juan Bautista y Angela se celebró el 11 de mayo de 1907 y la pareja partió hacia Arroyo Verde, en el límite entre los territorios de Río Negro y Chubut.

Campastro armó allá su taller de herrería, al servicio de la flota de carros de la empresa Peirano y Podestá que realizaba viajes entre San Antonio y Trelew. En ese remoto paraje nacieron los primeros hijos del matrimonio.

Cuatro años más tarde el inquieto herrero soñaba con un destino más confortable para su familia y al enterarse que en la zona de Coronel Pringles (hoy Guardia Mitre) estaba en venta una chacra, con costa sobre el río, no dudó en hacer esa inversión. El 11 de mayo de 1911 llegaron en carro a su nuevo asentamiento.

Juan Bautista se dedicó con pasión a las actividades frutíhortícolas, con diversidad de producciones: frutas frescas y secas en orejones, miel y espárragos, que vendía por correspondencia a una amplia clientela de Buenos Aires y otras ciudades.  Entre 1927 y 1928, en tiempos de gobierno radical, fue designado Juez de Paz de Coronel Pringles.

Más adelante, cuando el establecimiento agrícola empezó a generar utilidades le dio rienda suelta a sus vocaciones: el arte tipográfico, el periodismo, la literatura y la música.

En 1930 se trasladó a la localidad cordobesa de Jovita, compró una imprenta y fundó el periódico “El Imparcial”; dos años más tarde mudó la Minerva y las cajas tipográficas  a Pringles, y comenzó la publicación del quincenario en una nueva etapa. La población de ese punto de la geografía rionegrina era de unas mil personas, sin autonomía municipal.

Pero aquella hoja impresa pronto se convirtió en caliente tribuna para la defensa de los intereses regionales.

Véase, por ejemplo, la nota editorial de “El Imparcial” del 28 de junio de 1933 donde aborda un tema que estaría en discusión durante más de 70 años: “¿Las comisiones de fomento son representativas del pueblo o de la Gobernación?”.

Dice el artículo. “Partiendo de la base que dichas comisiones han sido nombradas por la Gobernación, de acuerdo a la ley que articula sobre el caso, fluye que dichas entidades no representan al pueblo del que forman parte, por cuanto éste no tiene la menor ingerencia en los actos realizados por aquella”.

“No encontramos razón a nuestro modo de entender en que el pueblo consienta comisiones de fomento, cuando por ley le corresponde concejo municipal electivo y nos deja contristrados  el ver que haya alguien ocupado en aderezar pitanzas para caudillos, ilustres desconocidos, en vez de bregar por la autonomía de nuestro solar”, expresaba Campastro, propulsando la elección  directa de esas comisiones.

Por esos mismos años del 30 comenzó a componer y editar las partituras de temas musicales populares, como los valses “Ramo de flores”, “Acacia” y “Salvado por una mujer”; y la ranchera-marzurca “La nena”. En este último caso la letra y música están acompañados por un relato tipo folletín, que cuenta las aventuras de un viajante de comercio.

En 1935 editó un libro de consejos administrativos, sobre la base de su experiencia como juez de Paz, con el sugestivo título de “Errores y torpezas que deben evitarse”, y el subtítulo de “Informaciones útiles para vecindarios, juzgados de paz y comisiones de fomento de los territorios nacionales”; que en varios de sus capítulos desliza fuertes críticas a los burócratas gubernativos. Poco después escribe y edita “Cómo se estafa al prójimo”, que contiene un curioso repertorio de “cuentos del tío” y otras avivadas de las que pueden ser víctimas sus comprovincianos.

Otra de sus publicaciones con formato de libro es “Mi ayuno de 60 días”, impreso en 1937, que es el insólito diario personal de esa exacta cantidad de días, alimentado sólo con uvas y caldos de verduras con el simple objeto de depurar su cuerpo, en un afán naturista que lo habrá de acompañar hasta el fin de su vida. Para ese cometido solía practicar nudismo y  tomaba sol en traje de Adán, en un lugar discreto de la chacra, lejos de las miradas de sus familiares.

La aparición de “El Imparcial” se mantuvo con regularidad durante unos diez años, después se mudó con taller y todo a General Conesa, en donde a principios de los años 40 publicó “Valle Inferior”, que sólo dura unos pocos números.

Con el advenimiento del peronismo Campastro adhirió con entusiasmo al nuevo proceso político y pone su pluma al servicio de la causa popular, desde 1948, con un periódico cuyo nombre lo dice todo: “Nuevos rumbos”, de vuelta en Guardia Mitre.

Esta será su última iniciativa periodística, hasta mediados de los años 50. En 1956 logra jubilarse como periodista y hacia 1962 se instala en una casa de la calle Alvaro Barros de Viedma, enfrente de la actual plaza Primera Junta. Sus nietos recuerdan que, ya mayor, había descubierto una nueva pasión: la fotografía, habiendo instalado el cuarto oscuro de revelado en su dormitorio. Tenía 91 años cuando murió, allá en Guardia Mitre, el 7 de setiembre de 1971.

En su querido pueblo la biblioteca popular luce su nombre, por adecuada iniciativa de uno de sus nietos, Angel Zingoni, actual jefe comunal de Guardia Mitre, durante una anterior gestión en el mismo cargo.

Pero, más allá de esta denominación, lo real es que la figura enorme y casi legendaria de Juan Bautista Campastro se perdió en el tiempo. Como se han perdido también los recuerdos de tantos otros periodistas de la Patagonia, sacrificados pioneros de la comunicación escrita a quienes rendimos homenaje. (APP)