Juan Bautista Vairoletto, el Robin Hood pampeano.

Viedma.- (APP) -Claudio García- Aunque nació en Santa Fé en 1894, se consideraba pampeano, ya que sus padres se mudaron a Castex cuando era muy chico. Era hijo de inmigrantes italianos que fueron atraídos por una Argentina de grandes campos en los que se podría labrar un futuro próspero. Pero, según se cuenta, la familia terminó apenas sobreviviendo “en una quinta pobretona”, y con el paso de los años los hijos –seis en total, Juan era el segundo- “caminaron solos pescando algún conchabo en inmediaciones del vecindaje, resignados pero tranquilos”. Juan Bautista Vairoletto –que terminó prontuariado con otros nombres, como Juan Bautista Bairoletto o Viruletto o Firuletto o José Ortega o José Suárez o Marcelino Sánchez o Ruiz o Martín Miranda- se transformó con el tiempo en el bandido rural más célebre de las pampas, un personaje que despertó odios en algunos y admiración en otros.

Actualmente se lo conoce más con el apellido donde la V se transformó en B. Contó su nieto que la primera deformación ocurrió en Buenos Aires. Allí la prensa lo bautizó Bairoletto porque tenía un tatuaje con las iniciales “JB”. Quedó en gran parte el mito de héroe romántico que saqueaba a los ricos y repartía el botín entre los necesitados, como un Robin Hood pampeano. Para los diarios de la época fue un “bandido”, un “forajido”, un “peligroso delincuente”, que tuvo en vilo a las autoridades de las provincias de La Pampa, Mendoza y Río Negro con sus audaces atracos. Dicen también que estuvo en Neuquén, donde conoció al anarquista Juan Chiappa y lo ayudó a repartir volantes con literatura rebelde.

Su vida de prófugo comenzó un 4 de noviembre de 1919, cuando Juan dio muerte a un policía por cuestiones de mujeres. Está registrada hasta la hora del suceso porque dicen que en una de las paredes del lugar donde se produjo el enfrentamiento el reloj quedó clavado de un balazo a la una y media de la tarde. A partir de allí fue construyendo su leyenda de saqueador de ricos y pudientes, repartiendo luego, parte de ese usufructo, con los puesteros pobres. Por eso dicen que cuando Juan llegaba a algún puesto, rancho o boliche, no le faltaba comida, yerba, ni tabaco. En General Alvear, en Mendoza, fijó su lugar central de residencia, y es por eso que, sobre todo en los últimos años, su nombre es utilizado allí como recurso turístico. El año pasado se realizó la primera marcha organizada de devotos de su memoria, hasta la antigua granja en las afueras de San Pedro del Atuel, en el departamento General Alvear, donde murió. El lugar es una especie de “santuario” que visitan cientos de personas que lo admiran o están convencidas de sus favores milagrosos.

Hay muchas anécdotas sobre sus atracos y las persecuciones de la policía.

En 1931, a él y sus compinches los perseguían policías de La Pampa. Casi en el límite con Mendoza, el 30 de julio se separaron en dos grupos, para sorprender a los vándalos. La sorpresa fue para los policías. ¡Se “agarraron a tiros” entre ellos!!! ¡Un policía muerto por balas policiales!!!

Durante dos meses las fuerzas de La Pampa, San Luis y Mendoza, anduvieron tras los hombres de Vairoleto. Con un despliegue de tropas nunca visto en la región, hasta un avión fue solicitado por un comisario para perseguir a los fugitivos. En el puesto El Martillo, cerca del Paso de los Gauchos, Juan estaba mateando con los hijos del puestero, cuando llegó la policía pampeana. Preguntaron por él y como la respuesta fue negativa continuaron la marcha, más tarde al darse cuenta del engaño, retornaron al puesto y lo apalearon tanto al dueño que murió poco después.

Tenía reputación de experto tirador, usando un revólver Smith & Wesson calibre 38, una pistola Colt 45 y un Winchester con caño recortado que llevaba en la montura de su caballo. Desde 1926 se lo vinculó a asaltos en estancias y almacenes, donde hubo muertos. Varias veces fue arrestado y también se hizo famoso por  fugarse de las autoridades.

En 1936 en “La Provincia”, editado en Viedma-Patagones, se le enumeraron los siguientes procesos: homicidio en Castex, 1920; hurto en Rivadavia, 1921; disparo de armas, Castex, 1922; lesiones, Castex, 1922; atentado a la autoridad, Castex, 1922; hurto, Victorica, 1924; robo, Victorica, 1925; asalto y robo, Pampa, 1925; asalto, robo y homicidio, Pampa, 1926; asalto, robo y homicidio, Pampa, 1926;  robo, Mendoza, 1927; asalto y robo, San Luis, 1927; asalto, robo y abuso de armas, Pampa, 1928; asalto, robo y homicidio, Winifreda, 1930; asalto y robo, Pampa, 1930; asalto, robo y homicidio, El Odre, 1930; asociación ilícita, hurto y robo, El Odre, 1930; hurto, El Odre, 1930; asalto, robo y homicidio, Castex, 1931; asalto, robo y lesiones, Colonia Barón, 1931; asalto y robo, San Luis, 1931; asalto y robo, Contralmirante Cordero, 1929; homicidio, General Roca, 1930;  robo, Villa Regina, 1932; asalto y robo, Villa Regina, 1932; robo, Mencué, 1932; asalto y robo, El Cuy, 1932; atentado y resistencia  a la autoridad, El Cuy, 1932; robo, resistencia y atentado a la autoridad, Mencué, 1932; asalto y robo, Colonia Catriel, 1932; robo, La Copelina, 1934; robo, El Odre, 1933; asalto y robo, San Luis, 1933; asalto y robo, Santa Isabel, 1933; atentado a la autoridad, Colonia Cervantes, 1934; complicidad en robo, Contralmirante Cordero, 1935; robo, Mendoza, 1935. La crónica  de ese año terminaba diciendo: “El temible Bairoletto tiene cometidos numerosos hechos en los meses de febrero y marzo últimos, todos ellos en Mendoza, y según nuestros informes, actualmente vive en esa provincia, en el departamento General Alvear, donde opera en compañía de los sujetos, Federico Smith o Paredes, ex cabo de la policía de aquella provincia, Sergio Altamiranda y Vicente Gazcón (a) El Ñato”.

El periodista Rafael Morán escribió en Clarín  que  una madrugada de 1939 Juan hizo llevar hasta un rancho del desierto alvearense a un periodista del diario El Sud, de San Rafael. Quería blanquear su situación. “He matado cuatro veces y las cuatro por necesidad, y cuando me presente a la Justicia voy a probar mi inocencia en muchos crímenes que me achacaron”, dijo en su descargo. Quería que el cronista escribiese un libro sobre su vida, y de paso cobrar un porcentaje por las ventas, pero se cree que la razón de fondo es que necesitaba darle una vida tranquila a su mujer y a sus dos hijas.  Telma Ceballos fue su mujer, y con ella trabajó como “chacarero” un pedazo de tierra en la Colonia San Pedro del Atuel. En ese entonces usaba el nombre de  Francisco Bravo.

Vairoletto llegó a su fin por una traición, la de un excompañero de andanzas que cambió su libertad por “el dato”. La policía de La Pampa rodeó su casa el 14 de septiembre de 1941, y aunque durante mucho tiempo se dijo que murió por los disparos de las autoridades, su propia mujer contó a Clarín en el 2003, a los 90 años, que él mismo decidió el final con un disparo en la cabeza:

—¿Usted lo vio matarse?

— Sí, claro que sí. Estaba aclarando cuando llegaron los policías con ametralladoras (Colt, refrigeradas a agua). A un pobre peón que dio la alerta lo voltearon de un cachazo. Juan corrió con su pistola hasta la puerta y me gritó: “¡Cuidá a las lechucitas (hijas) y vos no te movás!”. Le pegó un tiro por las costillas al comisario Paeta y después retrocedió recostado sobre la pared. Se llevó el revólver a la mejilla derecha y disparó. Fue cayendo de a poco.

—La Policía dice que lo acribilló a balazos.

—La Policía no lo mató; él se pegó un tiro en la cara. Cuando lo vieron en el suelo corrieron y lo balearon, pero ya estaba muerto. La autopsia confirmó que la bala mortal fue en la cara, que le destrozó la cabeza. Los policías tiraron y perforaron el rancho por todos lados para simular que hubo un gran tiroteo.

Tenía 47 años al momento de su muerte.  Medía 1,68 metros, era delgado, rubio, con orejas grandes y apantalladas y ojos verdes. Miraba con desconfianza y al hablar se le notaba un acento italiano heredado de sus padres. Le gustaban los naipes. León Gieco escribió en una canción que Vairoletto y otros “bandidos rurales” fueron: “Jinetes rebeldes por vientos salvajes…  difícil de atraparles/ Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie”.  (APP)