La Anónima y su revista de bandera: Argentina Austral/Por Carlos Espinosa

 

 

Viedma.- (APP) La empresa Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, popular y comercialmente conocida como La Anónima, nació en 1908 a raíz del pacto dos familias: los Braun y los Menéndez  Behety.  Llegó a ser el emporio ganadero, industrial, de transporte marítimo y almacenes de ramos generales más importante de la Patagonia y se proyectó hasta nuestros días con mucha fuerza, con especial protagonismo en el rubro de supermercados y producción de alimentos, además de influir también en las actuales decisiones gubernamentales con la presencia de altos funcionarios pertenecientes al clan familiar.

Entre 1929 y 1967, años de veloz crecimiento, apogeo y decaimiento  en todos sus aspectos, La Anónima editó mensualmente la revista Argentina Austral, impresa en papel ilustración de alta calidad, con no menos de 85 páginas cada número, profusos en ilustraciones .  No se trataba de un publicación de avisos tipo ofertas (como las que hace en estos días la misma empresa) ni un convencional ‘house organ’ dedicado a las novedades internas,  ascensos, cumpleaños y casamientos, jubilación y fallecimientos de sus empleados. No, Argentina Austral fue la expresión escrita del pensamiento del grupo empresario, con opiniones claramente manifiestas acerca de temas como “el progreso dela Patagonia”, “el perfil del pionero patagónico”, “la cuestión de las tierras fiscales” y otros de ese mismo tipo.

La calificada historiadora Martha Ruffini dedicó una extensa investigación de varios años al repaso y análisis del contenido de los 428 números de Argentina Austral, y reunió el material en un interesante libro titulado “La Patagonia mirada desde arriba”, con un subtítulo que se refiere a “El grupo Braun-Menéndez Behety y la Revista Argentina Austral, 1929-1967”. La obra acaba de salir a distribución y fue presentada por su autora, a través de una muy didáctica charla ofrecida, algunas semanas atrás,  en el Centro Universitario Regional Zona Atlántica de la Universidad Nacional del Comahue, donde la docente ejerció la cátedra durante casi dos décadas y todavía sigue vinculada.

El estudio arranca con un pormenorizado  detalle de los antecedentes fundacionales de La Anónima, que permite descubrir el entramado de las maniobras de tipo privado y público que llevaron a la construcción del emporio.  Causa asombro y no poca indignación comprobar que con la finalidad de acumular poder económico -y naturalmente: influir en lo político- aquellos “pioneros” fueron capaces de cualquier recurso.

Después Ruffini entra de lleno en el contenido e ideario de Argentina Austral. Con numerosas citas tomadas de los artículos de la revista la autora ilustra con claridad los objetivos propuestos. “Propósitos claramente definidos decidieron la fundación de esta revista; aspirábamos a crear un órgano de opinión en el más cabal sentido de la palabra” confiesa uno de los varios directores que tuvo el mensuario. Puntualiza Ruffini que “la revista era entonces algo más que propaganda y lucro; era una obra de cultura, de divulgación, de amistad entre los habitantes del sur y la difusión de ‘lo patagónico’ en el país y en el mundo”.

Se pregunta  “¿a quienes hablaban (los propietarios de la revista), para quienes escribían?” Y se contesta “en primer lugar lo hacían para un público que evaluaban como potencial partícipe de esa construcción ciudadana , un colectivo posible de adquirir modalidades propias de una vida civilizada, poseedor de una cultura mínima –saber leer y escribir- y sobre el cual los medios de prensa escrita pretendían ejercer influencia”.

Subraya, en ese sentido, que “el resto de la población (patagónica) quedaba de esta manera fuera de la escena, cuasi invisibilizada”. Ruffini afirma, entonces, que “las escasas menciones referidas a los peones y obreros rurales nacionales y extranjeros, o a los grupos indígenas, suelen orientarse generalmente en función de una estigmatización que pretendía ser difusiva, aludiendo en forma frecuente a su identificación como ejecutores –directos o indirectos- de actos delictivos”.

Por otra parte la autora  advierte que la aparición de Argentina Austral, en el año 1929, guarda relación con los ecos y resonancias de los trágicos hechos ocurridos en Santa Cruz a principios de esa década, cuando el Ejército realizó fusilamientos masivos de trabajadores rurales en estancias como La Anita, en cercanías de Calafate, que pertenecían al grupo La Anónima, y aún siguen siéndolo. Señala que la revista salía con la finalidad de “relegitimar el lugar de los estancieros en el sur y responder a las críticas vertidas sobre su participación en los sucesos de 1921” como instigadores de las matanzas de los “huelguistas rojos”.

Durante su dilatada existencia de 428 números a lo largo de 38 años (con una breve pausa entre 1939 y 1941) la revista de La Anónima reclamó insistentemente la privatización de los millones y millones de tierras fiscales, con el objetivo claro de que les fueran vendidas o adjudicadas a la misma empresa u otras asociadas. El grupo fue crítico con el gobierno de Yrigoyen, que después de las matanzas de obreros tuvo un tibio ensayo para disminuir a los enormes latifundios patagónicos; y aplaudió sin reservas buena parte de la gestión del presidente Agustín P. Justo, durante la década infame, y a su ministro de Agricultura y Ganadería, Miguel Ángel Cárcano, que se propuso favorecer a los terratenientes. Pero no todas esas gestiones tuvieron resultados satisfactorios  -por las propias contradicciones políticas- y Argentina Austral batalló y protestó, y estimuló la creación de la Federación de Sociedades Rurales de la Patagonia, liderada por hombres de la familia Braun-Menéndez Behety, como instrumento de presión.

Uno de los argumentos favoritos de La Anónima y Argentina Austral, en el tema de la privatización de tierras estatales, era que sólo la inversión privada podía movilizar hacia “el progreso de la región”, remarcando que “hay que crear al propietario para que la Patagonia progrese”.  Esta aspiración aparecía contrapuesta con “la mano muerta del fisco”, que al retener esas gigantescas extensiones sin producción ganadera o minera era como “una pesada lápida” que arruinaba a la Patagonia.

En la sucesión de matices de las relaciones entre el grupo y el Estado nacional Martha Ruffini se detiene en detalle en los tiempos del peronismo (1944-1955). Apunta que “en 1944 la Federación de Sociedades Rurales de la Patagonia participó de la ofensiva patronal contra el secretario de Trabajo y Previsión del gobierno de facto, coronel Juan Domingo Perón, elevando un memorial al Poder Ejecutivo con críticas al Estatuto del Peón Rural”. Sin embargo, más adelante, cuando Perón llegó a la presidencia por el voto popular, hubo acuerdos puntuales, como por ejemplo en el apoyo al plan económico anunciado en 1952

Pero hubo también un factor importante de acercamiento entre el grupo y el peronismo, como lo fue la designación de Carlos Emery , ministro de Agricultura de la Nación para el período 1947-52. Emery, ingeniero agrónomo, había sido compañero de estudios de Mauricio Braun.

Ese momento de empatía entre La Anónima y  Perón –sobre todo porque el grupo anhelaba su respaldo para un gran negocio en ciernes- se materializó en las páginas de la revista en agosto de 1950 cuando se publicaron sendas fotos de Juan Perón y su esposa Evita, dedicadas de puño y letra a la publicación empresaria.

Más tarde, en junio de1951, Perón recibió en su despacho a la cúpula de La Anónima. Aquel día entregaron al presidente una propuesta de “dividir el patrimonio en tierras del sur en cinco ramas familiares y ofrecer lotes fronterizos para la venta a terceros –preferentemente nativos- con la intervención y consiguiente aprobación del gobierno nacional.” Añade Ruffini que “aparentemente, y según palabras de la familia, Perón aceptó de buen grado el proyecto que resultaba acorde con su objetivo de poblar la Patagonia”.

La muerte de Evita ocupó generoso espacio en Argentina Austral, así como también lo tuvo el viaje a caballo desde Río Gallegos a Buenos Aires de una joven santacruceña de sangre inglesa –Chalotte Fairclid- que se propuso llegar a Luján para rezar por la salud de la Abanderada de los Humildes pero no llego a tiempo, pues se encontraba recién en Bahía Blanca el aciago 26 de julio de 1952. Otro gesto del grupo hacia el poder fue, en junio de 1953, la publicación de la nota sobre el deceso, en Comodoro Rivadavia, de la madre de Perón, Juana Sosa, a quien se calificó como “prototipo de las madres patagónicas”.

Por cierto que en septiembre de 1955 La Anónima y su órgano de opinión aplaudieron la caída del peronismo y mostraron adhesión al régimen militar, especialmente cuando en 1956 dispuso la venta de tierras fiscales a sus ocupantes.

En ese lapso, en la transición hacia la asunción de Arturo Frondizi como presidente electo en 1958, el grupo  observó con satisfacción y algunos reparos el proceso de instalación de gobiernos provinciales autónomos en Río Negro, La Pampa, Chubut y Tierra del Fuego, lo que le ponía punto final a otra de las prolongadas expresiones de deseos de su línea editorial.

En su momento no faltaron alabanzas ni tampoco críticas al frondizismo –que puso el ojo de su plan desarrollista en la Patagonia- y se llegó a decir, en las páginas de Argentina Austral, que el mensaje expresado por Frondizi en diciembre de 1959 en Comodoro Rivadavia fue “el mejor discurso que un presidente ha hecho en el sur”.

Hacia el final de su historia la publicación acompañó inicialmente al presidente radical Arturo Illia (1963-1966), pero después se plegó a la campaña en contra de su gobierno, sumando los reclamos de la Federación de Sociedades Rurales de la Patagonia por la difícil situación de la ganadería lanar.

En junio de 1967, ya en tiempos de la dictadura de Onganía, Argentina Austral dejó de aparecer, sin anuncio previo ni explicaciones de ninguna clase. La autora del libro supone que la desaparición de la revista fue obligada por la reducción de costos operativos, en el marco de la crisis financiera de la empresa ocasionada por factores del comercio nacional e internacional.

En el final del volumen Ruffini dice que “la revista sirvió como herramienta de difusión, de información, y de circulación de ideas, pensamientos y demandas”. “A medida que la revista fue haciéndose conocida, que La Anónima respondió denuncias, impulsó o apoyó iniciativas, organizó las sociedades rurales del sur y les dio voz a través de una corporación creada y dirigida por ella –la Federación de Sociedades Rurales de la Patagonia- el prestigio del grupo aumentaba y esto no significaba algo banal o de relativa importancia para la familia Menéndez Behety, que a lo largo dela historia se preocupó en responder los planteos y refutar las acusaciones vertidas sobre ellos”.

El título del libro -“La Patagonia mirada desde arriba”- encierra una oportuna metáfora en relación con la superioridad desde la cual Argentina Austral analizaba la realidad regional, con la altura que le aseguraba el prestigio de sus responsables y articulistas, entre quienes se destacan Juan Hilarión Lenzi y el padre Raúl Entraigas, entre tantos otros.

Martha Ruffini menciona en varios pasajes del libro que la revista instaló con claridad y sin disimulo una visión particular y sesgada de la historia y devenir patagónicos, donde los “pioneros foráneos” lo hicieron todo; en tanto los nativos y criollos, junto con los inmigrantes proletarios, ponían palos en las ruedas por vagancia, desaprensión, mala conducta social e “ideas peligrosas”.

Es por eso que Argentina Austral presentó un panteón de “héroes ”, a quienes se les debía rendir homenaje. El primero de la lista era, naturalmente, el general Julio Argentino Roca por la llamada “campaña al desierto” para el exterminio de los indios; el segundo fue su ministro de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mexía, autor de un proyecto para el desarrollo patagónico, abriéndole las puertas al capital privado “progresista” con fuerte respaldo altruista del Estado; y el tercero, contemporáneo de los mejores años de la publicación, fue Miguel Ángel Cárcano, ministro de Agricultura del gobierno conservador del presidente Justo, que impulsó la venta de la tierra pública austral.

Por estas consideraciones y revelaciones críticas –hay páginas dedicadas al “destacado rol de la mujer patagónica” desde la mirada del grupo; es interesante la descripción del sello Enosis y las asociaciones de personal de la empresa para mantenerlos unidos y “a salvo” del sindicalismo-esta obra de 196 páginas, presentada por Prohistoria Ediciones,  es muy recomendable y debe ocupar un sitio en la biblioteca de los estudiosos de temas de la Patagonia. Para conocer y comprender el pensamiento de La Anónima y su revista de bandera: Argentina Austral.   (APP)