La historia de Piedra Buena, en el 188º aniversario de su nacimiento

Patagones.- (APP) Sintetizar su gesta es casi una falta de respeto… cada minuto de su vida ha sido una epopeya, un acto de valentía… pero no podemos obviar su figura. Nació el 24 de agosto de 1833, en Carmen de Patagones. Desde su infancia el mar ejerció un gran influjo sobre él, a tal punto que siendo niño fue hallado por un capitán mercante llamado Lemón, a veinte millas de la costa tripulando una débil balsa que había construido. Porque desde niño Piedra Buena sintió la atracción del mar y las aventuras que escuchaba en bodegones y muelles de Cármen de Patagones, donde recalaban corsarios y marinos mercantes de toda laya. A los once años de edad, en 1844, sus padres lo dieron en tutela al capitán norteamericano Smiley, quien lo llevó a los Estados Unidos y alentó su vocación comenzando por hacerlo estudiar en la Escuela Superior de Especialidades Navales. Luego lo incorporó a las tripulaciones de sus barcos.

A los quince años de edad, el adolescente navega a bordo del ballenero “John E. Davison”, propiedad de Smiley.

Piedra Buena arribó a las islas Malvinas para cargar víveres frescos y luego continuar la travesía hacia el Cabo de Hornos, llegando hasta las puertas del continente antártico con el objeto de cazar ballenas, regresando luego a Carmen de Patagones.

En 1849, Piedra Buena realizó un viaje de Montevideo hasta Tierra del Fuego, como segundo oficial a los 16 años, para aprovisionar a los misioneros ingleses. Se hallaban a fines de ese año en la isla de los Estados cuando la marea trajo a la playa los restos de un barco; el joven oficial salió mar afuera y regresó con catorce náufragos tripulantes de un buque alemán, rescatados de una muerte segura. Esa iba a ser una de las principales características del marino que fue Piedra Buena.

También en esta oportunidad, le toca encontrar los restos de la misión de Allen Gardiner y sus acompañantes, que habían perecido de hambre y de frío.

En 1850 es primer oficial de la goleta “Zerabia”. Carga ganado lanar y vacuno para las islas Malvinas. Siente la seducción de las tormentas y los peligros y llega hasta la Antártida. Navega toda la zona de los canales fueguinos, conoce a los indios de aquellas latitudes y en lonas blancas marineras pinta los colores nacionales y les obsequia una bandera argentina, tratando de inculcarles el sentido de la patria.

Durante los siguientes tres años, recorre continuamente los mares australes, pero ya al mando de una ballenera; explora los canales fueguinos y comienza a relacionarse con caciques tehuelches. Smiley le otorga, en 1854, el mando de la “San Martín” y con esta nave llega a Nueva York donde permanece dos años completando sus conocimientos náuticos en una escuela de marina.

Como primer oficial, a bordo de una nave norteamericana que comanda otra vez Smiley, navega el golfo de México y el Caribe durante otros dos años. Regresa a los mares del sur, con la “Nancy” adquirida por su mentor, realizando en inmediaciones de la isla de los Estados, el salvataje de otros 24 náufragos.

Al mando de la “Manuelita” socorre, a la altura de Punta Ninfas, a la tripulación, compuesta por 42 hombres, de la ballenera “Dolphy”.

Es en 1859 cuando iza la bandera nacional en la isla de los Estados, iniciando su solitaria lucha por la soberanía argentina en aquellos distantes lugares. Con la “Nancy”, remonta el río Santa Cruz hasta una isla, que bautiza Pavón, donde construye un rancho y deja a tres de sus hombres. Sigue luego navegando por los mares patagónicos y de la Tierra del Fuego. En 1860 concreta su máxima ambición, contar con su propio buque; le compra a su viejo maestro y amigo Smiley la goleta “Nancy”, que procede a armar para defender el territorio y las costas del sur patagónico, en tanto continúa salvando vidas. Penetrado de un sentimiento de contenido nacional construye, en 1862 en la isla de los Estados, un pequeño refugio al cuidado de los hombres de su tripulación y alza en él la bandera nacional. En la isla de los Estados (Puerto Cook) se socorre a los náufragos. Construye en Puerto Cook un refugio para náufragos y pinta, sobre un peñasco situado en el cabo de Hornos: “Aquí termina el dominio de la República Argentina. Año 1863. Capitán Piedra Buena”. En uno de sus largos viajes arriba a la Bahía de San Gregorio en 1863 y traba amistad con el cacique Biguá, lo trae a Buenos Aires presentándolo a las autoridades nacionales que lo designan Cacique de San Gregorio. La finalidad está cumplida y es prolongar la Patria y Piedra Buena obsequia a Biguá el pabellón de su barco, que ha dejado de llamarse “Nancy” para ostentar el nombre de un heroico marino criollo: “Espora”.

En 1864 el presidente Mitre premia sus servicios confiriéndole los despachos de capitán de la armada, que acepta, pero renuncia a los sueldos. Compra el bergantín “Carlitos” en Punta Arenas, pero pierde este barco quedando económicamente arruinado. No obstante ello, en el puerto de Santa Cruz hace construir dos pequeñas casitas, en el lugar conocido como Las Salinas, con el objetivo de establecer una colonia. Por ley del Congreso Nº 269, sancionada el 6 de octubre de 1868, la Nación le concedió la propiedad de la isla de los Estados y de tierras sobre la margen sur del río Santa Cruz incluyendo a la isla Pavón y las salinas que ya estaban pobladas.

Piedra Buena utilizó a la isla de los Estados como base de sus periódicas expediciones en procura de pieles y grasas.

Se casa, en Buenos Aires, en 1869, con Julia Dufour y a sólo dos meses, lleva a su flamante esposa a la Isla de los Estados; a la vuelta, la conduce a su Iisla Pavón donde todavía están los tres marineros y algunos colonos ya llegados a Las Salinas.

Poco después, deja a Julia en Punta Arenas, y navega a Malvinas donde compra ganado para la colonia santacruceña. También quiere establecer una colonia sobre el estrecho de Magallanes, en la bahía San Gregorio, siempre en defensa de la soberanía argentina en la región; el cacique tehuelche Casimiro Biguá lo acompaña en esta iniciativa, pero el gobernador del Magallanes chileno lo impide. A pesar de las desinteligencias habidas, el nuevo gobernador de Magallanes, César Viel, le ruega a Piedra Buena que busque la tripulación del bergantín “Tresponts” que habría sido atacada por indios.

Renunciando de antemano a toda retribución por este servicio, don Luis zarpa al mando de la muy famosa goleta chilena “Rippling Wave”. Después de un mes de recorrer los canales fueguinos, encuentra los restos de la tripulación perdida y los sepulta.

Un par de años después, como continuaran sus desavenencias con las autoridades de Magallanes acerca de la soberanía sobre el Estrecho, Piedra Buena se aleja de Punta Arenas, donde tenía un almacén de suministros. Viajando hacia Santa Cruz, su “Espora” naufraga en la parte meridional de la isla de los Estados, sin que alcanzara a salvar siquiera algunos víveres. Alimentando a su gente sólo con mariscos y aves marinas, en 72 días es construída otra embarcación -con los restos del Espora- a la que bautiza “Luisito” (como su primogénito), y regresan con ella, en apenas 11 días más, a Punta Arenas.

Careciendo de medios para reemplazar al “Espora”, con el “Luisito” continúa la caza de lobos, que fue durante la mayor parte de su vida, su única fuente de ingresos; con el producido de sus cacerías, explotó la industria de la grasa de lobo e intentó la de pingüinos, instalando, para ello, una suerte de caldera en la Isla de los Estados. En una de estas excursiones, salva a la tripulación del “Eagle”, que habían quedado varados sobre una roca, cerca de la Iisla de los Estados, durante 15 días, incluyendo a la esposa de su capitán. A los pocos meses, otra vez suspende su pesca para restacar a la tripulación del barco alemán “Doctor Hansen”, que había naufragado en octubre de 1874. Cansado ya de luchar en Punta Arenas, resuelve retirarse definitivamente de la localidad. Para sufragar los gastos del traslado, debe vender su “Luisito”. Es el gobierno nacional el que lo subvenciona para que adquiera otra nave con que continuar sus campañas australes. Así es como vuelve al mar al mando de la goleta “Santa Cruz”, en 1877. Con ella salva a la tripulación de la “Annie Richmond” que se había incendiado en alta mar. El gobierno argentino compra la corbeta “Cabo de Hornos”, confiriendo el mando a Piedra Buena, quien lleva como segundo al capitán Martín Rivadavia. La coberta integra la escuadra del coronel Luis Py que se dirige al estuario del río Santa Cruz, en 1878, para reafirmar la soberanía nacional en la región. Este mismo año, fallece su esposa Julia.

Con la misma “Cabo de Hornos”, don Luis realiza el salvataje de la “Pactolus”, naufragada, también, en proximidades de la isla de los Estados, en 1882.

Fallece don Luis Piedra Buena, agotado, a los 50 años de edad, y en la mayor pobreza. Apenas unos meses antes, el Instituto Geográfico de Buenos Aires lo había galardonado con una medalla de oro.

La solidaridad de Piedra Buena

Se calcula que Luis Piedra Buena salvó a unos 200 tripulantes de distintos naufragios de barcos extranjeros, a quienes asistió y proveyó alimentos, ropas y transportes. Nunca pidió ni recibió reembolsos de gastos, ni tampoco recompensa en dinero por esos salvatajes y las ayudas que prestara en tierra.

Solo el emperador de Alemania le obsequió un anteojo telescópico como agradecimiento por el auxilio prestado a sus súbditos, como también un telescopio binocular del gobierno británico por iguales razones.

Piedra Buena en la Isla de los Estados

Luis Piedrabuena llegó por primera vez a la Isla de los Estados en 1847 y en 1868 el Congreso Nacional le concedió la propiedad de la isla. En 1873 sufrió el naufragio de su bergantín, el Espora, en la aún desconocida Bahía de las Nutrias, donde en 69 días construyó un cuter de 14 metros de eslora, el Luisito, con los restos del naufragio y las maderas de las que pudo proveerse en la isla. En la playa también estaban los restos de una casilla de madera construida con restos de barco, bastante enterrados en la arena. Había también restos de un tacho de metal, lo que nos hizo suponer que podría tratarse de la “fábrica” de Piedra Buena.

Luis Piedra Buena había llegado por primera vez a la Isla de los Estados en agosto de 1847 embarcado en el John E. Davison de propiedad del Capitán Smiley (conocido como el “Cónsul”), quien fuera su maestro y protector. Tenía entonces 14 años de edad. En reconocimiento a sus méritos marítimos, tanto humanitarios como de reafirmación de la soberanía argentina sobre las tierras australes, el Congreso Nacional le concede la propiedad de la Isla de los Estados por Ley Nº 269 del 6 de octubre de 1868. El 19 de febrero de 1869 Piedrabuena desembarcó en Rockery Penguin (Puerto Roca) a cuatro marineros, con instrucciones de construir un refugio. Dedicado a la caza de lobos marinos y pingüinos para extraerles los cueros y el aceite, Piedrabuena instaló nuevamente su “tacho” o caldera para fundir la grasa de los pingüinos en Bahía Crossley en febrero de 1873.

No hay acuerdo entre los autores, pero es posible que en Bahía Crossley se haya producido el naufragio del Espora.

Héctor Ratto lo refiere en la Isla de Año Nuevo, lo cual parece altamente improbable; Armando Braun Menéndez y Botta lo sitúan en Puerto Hoppner; Payró habla de Bahía Franklin; y finalmente Pablo Arguindeguy sostiene que fue en Bahía Crossley. Lo cierto es que el 10 de marzo de 1873, el Espora estaba fondeado frente al lugar que Piedrabuena llamaba Bahía de las Nutrias y un fuerte temporal le hizo perder las anclas, intentó varar el barco en la playa, pero terminó dando contra las rocas y hundiéndose. Piedrabuena y sus hombres (8 en total, incluido el capitán) lograron llegar a la costa y durante los siguientes 3 días intentaron rescatar, sin éxito, lo que quedaba del Espora. Fue entonces que decidió la construcción de un nuevo buque, con los restos del naufragio y las maderas de las que pudieron proveerse en la isla. Contaba con elementos muy precarios: una sierra grande, otra chica, y un par de hachas de mango corto. Debían además abastecerse de alimentos y construir un refugio que los reparara de las inclemencias del tiempo. El 16 de marzo se tendió la quilla de lo que sería un cutter de 14 metros de eslora, 4 de manga y 2 de puntal. Del Espora se utilizaron el timón, el mástil, las bombas, las velas, la cabuyería y muchas de las maderas. Con parte de la cabuyería también se hizo estopa para el calafateo, y a falta de brea o alquitrán, se utilizó grasa de pingüino. El 11 de mayo Piedra Buena escribió en su diario “…en la marea de la tarde la embarcación nadó… “, y el día 18 el Luisito (así bautizado en recuerdo del hijo del capitán) zarpó hacia Punta Arenas, adonde llegó el 27 del mismo mes.

La política de ocupación y colonización en la zona austral durante las presidencias de Mitre y Sarmiento

Tanto el gobierno chileno como el argentino, más allá del tratado de 1856, que establecía la negociación diplomática directa o el eventual arbitraje de las zonas en litigio, decidieron continuar con su política de ocupación en la disputada zona austral a fin de reforzar sus derechos. Por el lado chileno, Oscar Viel, gobernador del territorio de Magallanes -que designaba al asentamiento chileno en el área del estrecho homónimo y tenía por capital a Punta Arenas-, alentaba el desarrollo de los depósitos de carbón y el establecimiento de aserraderos. En 1873, Viel escribió a las autoridades de Santiago, solicitando la extensión de la jurisdicción chilena sobre el Atlántico más allá del paralelo de 48o, sobre tierra patagónica y al norte del río Deseado.

Por su parte la Argentina había fundado puestos avanzados en Chubut y Santa Cruz en 1859, y el capitán Luis Piedrabuena había establecido correos privados comerciales en Santa Cruz y la isla de los Estados. El gobierno argentino emitió permisos para recoger guano y comenzó a establecer colonias en la región patagónica. El presidente Bartolomé Mitre, siguiendo la política aconsejada por Alsina y Vélez Sársfield en la sesión de la Cámara de Senadores del 22 de julio de 1862, decidió fundar en 1863, violando el statu quo pactado en 1856, la colonia argentina de Chubut, ubicada a 40 leguas al sur del Río Negro. En julio de 1865 tuvo lugar el arribo de un contingente de colonos galeses, que recibió tierras en la actual provincia de Chubut. En ese mismo año, el gobierno argentino estableció un fuerte en bahía Gregorio, ubicada en la zona del estrecho de Magallanes ocupada por Chile, pero los indios asesinaron al comisario argentino y a los soldados que residían en él. El presidente Sarmiento continuaría la política de ocupación y colonización de la región patagónica, suponiéndola como territorio fuera de litigio.

En 1870, el gobierno argentino otorgó una concesión de tierra al ciudadano francés Ernest Rouquad, quien estableció una fábrica de aceite de pescado en una cañada conocida como Los Misioneros, ubicada en la provincia de Santa Cruz. La persistente interferencia del gobernador chileno del territorio de Magallanes, Viel, a las actividades de Rouquad, forzaron a este último a pedir el auxilio del gobierno argentino, que sólo pudo despachar hacia el área en cuestión un barco pequeño y decrépito, el Chubut. Con el fracaso de la aventura de Rouquad, la tripulación del Chubut se hizo cargo de sus instalaciones y procedió a explorar el río Santa Cruz, alcanzando sus nacientes en el lago Argentino, el 26 de noviembre de 1873. Un pequeño asentamiento argentino permaneció activo en la isla de Pavón, en el río Santa Cruz, bajo la conducción del veterano marino y explorador Luis Piedrabuena. Viel intentó dificultar la existencia de esta colonia, tal como lo había hecho con Rouquad, pero el asentamiento permaneció.

Hacia la década de 1870 Chile y la Argentina comenzaron a percibir su disputa bajo una luz diferente. Para Chile, la tierra en cuestión representaba un lugar para la creciente población chilena y para asentar y desarrollar las industrias en crecimiento. Debido a que la mayor parte del comercio chileno pasaba a través del estrecho de Magallanes, el gobierno chileno consideró al mismo como una llave estratégica para su seguridad política y económica. Si un poder enemigo controlaba estas vías marítimas la posición económica de Chile se vería en peligro. Desde el punto de vista militar, también la posesión chilena del estrecho era esencial. En tiempo de guerra la supervivencia de Chile dependería de su habilidad para alcanzar el océano Atlántico.

Para la Argentina las zonas en disputa eran igualmente vitales. Como Chile, la Argentina percibía esta tierra como un área de expansión futura. Debido a su favorable posición sobre el océano Atlántico, la Argentina no consideraba al estrecho como una llave geopolítica para su bienestar militar y comercial, como lo hacía Chile. Pero debido a la futura amenaza militar o comercial que podía desarrollarse, la Argentina se negó en forma permanente a aceptar la soberanía de cualquiera otra nación sobre el litoral norte de los estrechos patagónicos.

Varios factores incidieron para que la disputa limítrofe entre la Argentina y Chile se reiniciara a mediados de la década de 1870. Primero, el creciente nacionalismo, encendido por la participación exitosa en guerras, demandaba el asentamiento de límites. Segundo, ambos países ponían en juego el prestigio y el orgullo nacional en la resolución de la disputa. Tercero, cada nación percibía la zona como vital para su seguridad comercial y militar. Por último, ambos países veían un arreglo favorable a sí mismos como prueba de que habían emergido como países líderes de las naciones de habla hispana en Sudamérica.

Día Nacional de la Isla de los Estados

El 10 de agosto se celebra el “DIA NACIONAL DE LA ISLA DE LOS ESTADOS”, instituido por Ley Nacional N° 25.150 como homenaje al aniversario del fallecimiento del comandantte Luis Piedra Buena.

La Isla de los Estados es una reserva conformada por un grupo de islas e islotes ubicados al este de Tierra del Fuego, en el extremo sur de nuestro continente. Si bien se trata de una reserva provincial, el dominio de la isla es de la Armada Argentina.

La isla tiene una longitud aproximada de 65 kilómetros, su parte más ancha mide 16 kilómetros y la más estrecha unos 500 metros, y su superficie -incluida la de las islas adyacentes: Año Nuevo al Norte, Dampier y Menzies al Sur- es de unos 530 kilómetros cuadrados. Tiene 300 kilómetros de costa, que están formados por bahías y fiordos, con acantilados que caen abruptamente sobre el mar, y también algunas playas de canto rodado y de arena. El centro de la isla está atravesado por dos hileras de montañas rocosas, últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes, cuya altura máxima alcanza los 823 metros.

La isla presenta algunos rasgos naturales e históricos únicos para la Argentina, y muy particulares para esta región del mundo. Es también muy importante para el ecosistema de la zona, ya que es elegida por aves y mamíferos marinos que se concentran allí en las épocas reproductivas de cada especie.

Su apogeo histórico se dio entre los siglos XVII a XIX, en que era muy frecuentada por los marinos a causa de la intensa navegación de los mares australes, y tanto por su particular ubicación como por las historias que los marinos inventaban en cada viaje, tomó trascendencia mundial. Entre otras cosas, inspiró a Julio Verne, uno de los más grandes novelistas de la historia, a situar allí una de sus famosas obras: “El faro del fin del mundo”.

También fue considerada, por su aislamiento y dificultoso acceso, como el lugar ideal para la instalación de una cárcel, por lo que durante algunos años funcionó allí un presidio, que obviamente desmotivaba a los presos que lo moraban de toda intención de escape. El presidio funcionó allí hasta fines de 1902. Había sido llevado desde San Juan de Salvamento el 14 de marzo de 1899, pero se trasladó definitivamente a Ushuaia por razones de seguridad, de disciplina y hasta de humanidad, porque la salud del personal y de los penados se resentía del clima riguroso de la isla.

En otro orden, el faro de la Isla de los Estados fue inaugurado el 25 de mayo de 1884 por una Expedición de la Armada Argentina al mando del Coronel Lasserre (la misma que fundaría Ushuaia el 12 de octubre del mismo año).

El faro funcionaba en un edificio circular, hecho de madera de lenga. No se trataba de un faro tradicional: la cabina era octogonal, con dos sus lados (que daban al mar) cubiertos de gruesos cristales, tras los cuales se colocaban las 7 lámparas a petróleo que lo iluminaban. En el interior haybía algunos camarotes, unos con cuchetas para que durmieran los marineros, y otros para depósito. Las paredes eran de madera y el techo de zinc.

Si bien el faro tenía un alcance limitado, era la única luz existente en esos tiempos al Sur del Río de la Plata, en una ruta por entonces muy transitada. Además de la señal luminosa, se montó allí una subprefectura marítima que debía atender el servicio del faro y socorrer a los posibles náufragos. Fue el primer faro de las costas australes, pero sólo brilló durante 18 años, pues fue desafectado del servicio en 1902.

Desde febrero de 1998, gracias al navegante francés André Broner, está funcionando una réplica exacta del que se ganó un lugar entre los faros más legendarios del mundo.

Como se dijo, fue este faro el que inspiró a Julio Verne en su famosa novela “El faro del fin del mundo”. La imaginación del escritor sitúa su fundación por un Capitán de la marina argentina, el 9 de diciembre de 1859, en una bahía de la Isla de los Estados a la que llamó d’Elgor.

El traslado de sus restos a Carmen de Patagones

En 1987 los restos de Piedra Buena, junto con los de su esposa, fueron trasladados a Carmen de Patagones, su ciudad natal. Fueron colocados en la Iglesia del Carmen. Los actos fueron presididos por el doctor Raúl Alfonsín, entonces presidente de la Nación, a quien acompañaron los cinco bisnietos entonces con vida del gran navegante. El presidente de la Nación señaló que Piedra Buena puede ser considerado “patrono ciudadano del nuevo distrito federal”, ya que estaba en vigencia ese año la ley que disponía el traslado de la capital a esa zona, proyecto finalmente frustrado. A su juicio, aquél era un “acontecimiento señero, especialísimo, lleno de simbolismo y augurio”.

También señaló Alfonsín que: “Don Luis Piedra Buena , al elevar nuestra mirada al dios en que usted confió le pedimos que su figura y su ejemplo sirvan de acicate y estímulo a los argentinos de este tiempo urgidos por completar aquella tarea de los pioneros y responsables de aceptar un desafío que nos entusiasma y nos compromete: construir definitivamente una nación fuerte, solidaria y pujante”. Ese día del acto una delegación santacruceña depositó un cofre con tierra del lugar más querido por el prócer: la Isla Pavón.

El traslado de los restos de hizo por vía aérea hasta el aeropuerto de Viedma. Luego se cruzó el río con ellos en una embarcación de la Prefectura Navaal, suendo recibido por un pequeño grupo de personas, que los escoltaron hasta la iglesia, donde esperaban las autoridades. El breve trayecto fue hecho sobre una cureña.

El físico de Piedra Buena

En un número especial dedicado a Piedrabuena, Armando Braun Menéndez traza una descripción del físico de nuestro prócer:

”Hay hombres que semejan diamantes en bruto. La apariencia de ese precioso metal suele ser tosca; lo cubre la rudeza de la arena, del cuarzo, de la roca, ¡pero la riqueza está adentro! Así acontecía con aquel bohemio del mar sutral que se llamó don Luis Piedra Buena y Rodríguez. Su aspecto era rústico. De la cara tapada por enmarañada barba marinera sólo brillaban los pómulos tostados y los ojos pequeños y vivaces, hundidos en cavidad profunda como para proteger la mirada en un itento de vislumbrar horizontes. El cuello era fuerte; el tronco algo membrudo para la discreta estatura. La mano, a fuerza de labores de mar, recia y áspera pero diestra en habilidades; sabía tanto de componer piezas de relojería, como de levantar albergues o construir naves. Su andar remedaba el compás del péndulo, con las piernas abiertas y combadas, como si estuviera siempre bajo las plantas la sensación escurridiza e inestable de la cubierta de un esquife”. (APP)