“La sequía y otros folletines al sur”, el salto decidido de Carlos Espinosa a la ficción/Por Claudio García

Viedma.- (APP) El escritor y periodista Carlos Espinosa sacó a la luz un nuevo libro, “La sequía y otros folletines al sur”, por ediciones “Remitente Patagonia”, donde se mete de lleno en relatos de ficción.

Durante muchos años incursionó  en la crónica sobre hechos de la historia de la Patagonia y, en especial, de la comarca Viedma-Patagones, aunque saliendo de la simple descripción de hechos para bucear en la vida cotidiana, en el rescate de la memoria oral, en los rastros de la “acción social” (diría Max Weber) que son los que terminan construyendo y caracterizando una comunidad.

La trayectoria en este sentido es muy grande, tanto a través de blogs y distintos medios de comunicación gráficos y virtuales, como en sus libros “Perfiles y Postales, crónicas de la historia chica de Viedma y Carmen de Patagones” y “Por los pasos en la vereda, crónicas en primera persona de la vida cotidiana en Viedma y Patagones”, éste último donde ya se empieza a imponer la pluma de escritor sobre la de cronista.

Esto se consolidará después en “Roberto Arlt en la Patagonia/Sus aguafuertes y andanzas imaginarias” donde a la reproducción de las “aguafuertes patagónicas” del autor de “El juguete rabioso” y  notas informativas que ubican al lector en aquel tiempo, le suma el relato ficcional de los movimientos que el escritor habría realizado en la comarca, especialmente en Carmen de Patagones, conjeturados a partir las cuatro aguafuertes escritas de su paso por esta zona.

En forma más reciente y a través del formato digital, Espinosa edita “Extraordinaria Exposición Viviente de los Indios Salvajes del Fin del Mundo”, un relato de ficción -algo más de 60 páginas- basado en hechos tan reales como horribles y repudiables: cuando en 1881 un grupo de personas del Pueblo Kawésqar, de la Tierra del Fuego, fueron secuestradas y llevadas como cautivos a Europa, para mostrarlos como “curiosidades étnicas” en París y otras ciudades.

Ahora en “La sequía y otros folletines al sur”, de cuidada edición, el propio autor adelanta en la solapa, donde figuran datos relevantes de su trayectoria de periodista y escritor, que “aparecen algunos  periodistas que protagonizan diversos tipos de conflictos, pero no siempre logran su cometido y se complican en situaciones inesperadas”. “Es una forma de divertirme y tomar revancha, después de tantas horas de rutinas y aburrimiento en el oficio”, dice.

En la contratapa hay una sinopsis el contenido del libro por parte de la editorial chubutense: “Cada uno de los relatos de esta nueva obra de Carlos Espinosa presenta un estilo directo y profundo que, a su vez, es complejo y en espiral. Esta manera de contar logra elevar lo narrado a las alturas de lo inexplicable. Entre la suavidad, la nostalgia y el misterio, el autor sobrevuela el destino, a veces trágico, de sus personajes. Las cosas suceden sin que los protagonistas puedan remediarlo. La vida los atrapa en toda su potencia y en cualquier lugar en que se encuentren. En este libro –en el que la ficción y la realidad son inseparables- los relatos se van concatenando a la manera de los folletines que comienzan a publicarse a mediados del siglo XIX y que aparecían en capítulos consecutivos en los periódicos de la época. Ese estilo literario, precursor de las actuales telenovelas, creaba suspenso e incentivaba el interés de los lectores que esperaban ansiosos el desenlace de la siguiente entrega. En esa misma línea discurre La sequía y otros folletines al sur, permitiendo al lector gozar de una lectura apasionante”.

Espinosa en este libro salta a la ficción, aunque ésta se construya sobre algunas realidades que el autor conoce de su “pago chico” y alrededores de la región. Sobre situaciones, lugares y personajes que algún convecino de la comarca puede asociar o deducir en su propia memoria, la imaginación y creación original del autor se impone. Como señaló el propio autor está también el protagonismo de periodistas en algunas historias, como el relato final de “Madagascar Frutos y la piedra del guanaco”, donde incorpora como personajes a amigos reales.

Hay unidad en la obra, de hecho algún que otro personaje y la mención a un hecho que fue parte de alguno de los relatos, se encontrará en otro. En esto no puedo dejar de asociar al estilo que Roberto Payró –que no casualmente fue periodista como Espinosa-  le puso a sus  “Historias de Pago Chico” y a la póstuma “Nuevos cuentos de Pago Chico”. Así como los cuentos de esos libros permiten descifrar que Pago Chico no es otro que la Bahía Blanca de fines del siglo XIX, acá Santa Marta no es otra que la comarca Viedma-Patagones de hace unas décadas, algunas más alejadas en el tiempo y otras un poco más cercanas, aunque como en uno y otro caso un lector lejano a estos lugares puede quedar atrapado por historias propias de cualquier pueblo en el mundo. Sólo en algunos relatos, más cerca del final, hay una identificación real de lugares y protagonistas. Como en los textos de Payró hay humor, pero también denuncia, hay cuadros costumbristas, a veces con  pinceladas nostálgicas de una época y un lugar con las bondades de la cercanía de la gente, pero también, como suele pasar, tras esa pátina, aparecen los manejos oscuros de las autoridades, los malos comportamientos de vecinos que caracterizaban lo que suele llamarse “fuerzas vivas” e historias amorales para la cultura prejuiciosa y conservadora de la época. Varias de las historias se construyen con el trasfondo de denuncia del sojuzgamiento de sobrevivientes de los pueblos preexistentes en la región.

Así se suceden los relatos, una larga sequía donde duele “la seca agonía de la tierra” y los hombres “se sienten inútiles y vencidos”, que va a llevar a las puertas de un conflicto entre ganaderos y quinteros, que dejará su marca en la historia de Santa Marta; “historias de indios”, personajes que tras sobrevivir la persecución y el genocidio de su pueblo, vuelven a ser víctimas de forasteros con “posición social” e influencia política, también de la burla de integrantes del medio pelo que por hacer un poco de plata ya creen tener superioridad social, como en el muy logrado “El mudo García”; historias del puerto con mujeres de “mala vida” y  carreros y estibadores explotados;  la conmoción en el público femenino del pueblo por la llegada de un cantante popular que llevará a pergeñar una ingeniería tan original como tosca para lograr un tránsito indemne del ídolo entre el hotel y su presentación en el escenario; la historia del Negrito Maturana, chapista que escuchaba en cassetes la música de Louis Armstrong y podía atestiguar con el registro de una foto que se había encontrado con el trompetista que amaba; el hipotético origen no tan santo de Santa Marta, que da pie a la protagonista de la leyenda, la vida de desarraigo impuesto por las armas de una mapuche y obligada mujer de un capitán militar responsable de terminar la matanza sobre su pueblo, un relato muy rico, con milicos asesinos que dan órdenes y milicos criollos o con sangre india que cuando pueden escapan y se hacen desertores, como así también la identificación de esa mujer india con el peronismo en tanto cultura de resguardo del pobre y explotado, más que por política; el mozo chileno del tren a Bariloche en aquel viaje de Perón y Eva donde queda solo con el entonces expresidente y recibe una confesión impensada, entre otros. Hay que decir también que hay un halo de realismo mágico en algunos relatos, como los finales, historias con el trasfondo de objetos con alma o poderes, el hacha ceremonial de “Una noche en el museo” y el bezoar de “Madagascar Frutos y la piedra del guanaco”.

Indudablemente hay un salto cualitativo del autor en estos relatos, no sólo por adentrarse más decididamente en la ficción, sino por un mayor vuelo en el manejo de la palabra, en algunos casos poético, como en “Costumbres”. Seguramente nos  sorprenderá en ese rumbo, privilegiando su dimensión literaria sobre los rastros de cronista. Aunque no es obligatorio abandonar toda preocupación periodística al momento de hacer literatura, como lo demostró el propio Payró, estoy seguro que Espinosa afianzará el salto de “La sequía…” buceando  en lo secretos de su propia subjetividad, al decir de Rubén Darío, escribiendo sin ninguna atadura, salvo la de la imaginación. (APP)