Mucho más sobre la resistencia mapuche, y la verdadera historia de la campaña militar contra los indios/Por Carlos Espinosa

Viedma.- (APP) En la boca de conocidos protagonistas de la política argentina se reiteran expresiones cargadas de odio, violencia racial y xenofobia, dirigidas especialmente contra los pueblos originarios indígenas. Cada vez que una agrupación mapuche tehuelche  reivindica antiguos reclamos territoriales, o cuando denuncia  actuales injusticias cometidas por el Estado y los particulares,  algún vocero del pensamiento de la derecha aparece hablando del “terrorismo indígena”, y de su condición de “apátridas extranjeros, que vinieron de Chile a usurpar la Patagonia”. No faltan incluso quienes proponen volver a las matanzas de los tiempos del general Roca.

Es necesario defenderse de esas peligrosas declaraciones, y para ello hay que estar informados en detalle acerca de las características trágicas de aquel plan de exterminio, arrinconamiento y expulsión de los pueblos indígenas, que se dio en llamar y quedó consagrada en la historia como “la campaña al desierto”. Un periodista, investigador y escritor fuertemente comprometido con la difusión de estas verdades es Adrián Moyano, autor de “Digno del renombre de bravo. El longko Keupü y la resistencia mapuche en la cordillera (1872-1884)” publicado recientemente por Ediciones Carminalucis.

Esta obra se suma a “Crónicas de la resistencia mapuche” (2010), “Komütuam, descolonizar la historia mapuche en Patagonia” (2013), “A ruego de mi superior cacique, Antonio Inakayal” (2017) y “Por su valentía los llaman tigres, indios rebeldes en el país del Nahuel Huapi” (2019)  en un intenso y bien documentado recorrido por esa historia oculta, nunca narrada correctamente, reveladora de situaciones injustas y sangrientas, en donde el Estado invadió territorios ocupados por pueblos indios con la excusa de “eliminar la amenaza de los malones” y el verdadero objetivo de concretar un formidable negocio inmobiliario en beneficio de terratenientes extranjeros y argentinos, personeros de la más rancia oligarquía nacional. La misma oligarquía que protagonizó los golpes de Estado militares de 1930, 1955, 1963 y 1976; la misma que con el acompañamiento de los oligopolios mediáticos cautivó al electorado en el 2015 y ejecutó en apenas cuatro años un siniestro plan de  concentración económica en manos de unos pocos.

Este novísimo libro de Moyano se desarrolla a lo largo de 271 páginas, prolijamente ordenado en 12 capítulos, con extensa referencia bibliográfica y oportunas notas al pie. Una vez más el autor nos sorprende con datos precisos sobre las acciones de auténtica estrategia política que realizaban los longkos con la conveniente intención de establecer alianzas pacíficas con los invasores blancos armados con fusiles Remington. Acciones que fracasaron, una detrás de la otra, porque los intrusos obedecían órdenes dictadas desde Buenos Aires, con la estricta consigna del aniquilamiento del “indio enemigo”; ¿enemigo de quien?: de los futuros “dueños de la tierra” que llegarían unos pocos años después de la inexacta conquista, para establecer sus latifundios y explotar a los nativos sobrevivientes, con ganancias fabulosas.

Uno de los jefes mapuches que a lo largo de muchos años intentó alguna forma de acuerdo y convivencia territorial con los huincas fue Keupü, figura muy poco conocida y raramente citada en la bibliografía tradicional sobre aquellos años de injusticias y fuego en el norte de la Patagonia. Es muy meritorio, por ello, el rescate que realizó Moyano.

Al frente de una delegación de su gente el longko Keupü llegó en octubre de 1875 al paraje Fortín Mercedes,  acompañado por otros dos jefes importantes: Yangkamil y Wenupil. El objetivo era  para realizar allí y durante varios días un parlamento con representantes del gobierno argentino encabezados por el general Liborio Bernal, quien era por entonces el comandante del fuerte de Carmen de Patagones. Francisco Pascasio Moreno, el perito en límites tristemente recordado por la profanación de tumbas y su obsesión por los esqueletos de mapuches y tehuelches, fue testigo de aquellas negociaciones y dejó escrita una mal intencionada crónica que Moyano cita, en varios tramos.

Entre  las páginas 19 y 26, de la obra que estamos comentando, el autor nos ofrece  una muy interesante descripción de los procedimientos ceremoniales de la reunión, y también explica cómo eran las jerarquías internas de la comunidad mapuche, y especialmente por qué Keupü era un nizol longko, o sea un cacique general.

Las negociaciones desarrolladas en Fortín Mercedes giraron acerca de un posible asentamiento mapuche en un punto equidistante entre la  actual ciudad de Bahía Blanca y la localidad de Patagones, donde el gobierno proveería tierras, ganado,  herramientas, semillas, manutención y cierta paga mensual. El acuerdo tenía como requisito una paz estable y duradera, dejando libres las tierras que las comunidades indígenas ocupaban desde mucho tiempo antes en la región cordillerana de la actual provincia del Neuquén. Desde un punto de vista estratégico militar las autoridades se aseguraban el control de las indiadas, teniéndolas muy cerca de los fuertes del Ejército. Para los mapuche significaba un sustancial cambio de vida, en un marco geográfico beneficioso por exigir menos sacrificio por los rigores invernales andinos , pero sujeto a la adopción de prácticas agrícolas de matriz europea en reemplazo de las de origen ancestral.

Apunta Moyano, con total claridad, que “si la experiencia no prosperó en el mediano plazo no fue por el desencanto hacia una cultura distinta, sino por las interminables vueltas del corazón wingka”. Esas vueltas no fueron sólo las propias de la burocracia administrativa porteña, que en aquellos excitantes años finales del siglo 19 estaba más interesada en  mirar hacia París que en resolver problemas de tierras de los “salvajes patagónicos”. También hubo jugadas subrepticias para  desviar hacia los bolsillos de comerciantes proveedores del Ejército algunas partidas que desde Buenos Aires se destinaban a la compra de raciones  de alimentos para los mapuches;  procedimiento venal que fue muy común después  en la línea de fortines, enriqueciendo a los jefes de las guarniciones.

Pero por otra parte Moyano advierte que en las tierras cordilleranas, donde estaban instalados desde varios siglos antes las comunidades mapuche, “en cercanías de las tolderías más importantes se extendían considerables superficies cultivadas”; y señala, más adelante, que “las faenas agrícolas no eran ajenas para los mapuche del Puelmapu como suponían las mentes obtusas de Buenos Aires”.

El general Bernal procuró convencer a sus superiores sobre la conveniencia de cumplir con una parte de lo pactado con Keupü y otros longkos, al menos en cuanto a la entrega de herramientas y la formalización de propiedad sobre territorios ocupados. No tuvo suerte, pues para los estrategas de la “extensión de la fronteras, para la conquista del desierto”  esa clase de procedimientos no conducían a ningún resultado favorable. Un reducido cargamento de trigo (poco más de cuatro toneladas), 25 bueyes y 30 arados fue remitido hacia Patagones a fines de 1875, no se encontraron registros de su efectiva entrega a los mapuche. ¿Habrán terminado en el campo de algún colono criollo, de apellido ilustre, en la región costera del río Negro?

Dos años después del parlamento en Fortín Mercedes el acuerdo entre indios y huincas seguía empantanado y Keupü  decidió dirigirse a una alta autoridad de la iglesia Católica, el arzobispo de Buenos Aires, Federico Aneiros, solicitando su mediación. En la nota, demostración cabal del uso de “secretarios letrados en la lengua castellana” que era una práctica común en la diplomacia política de los grandes jefes, el longko se queja porque el gobierno no cumplió  con nada, y expresa que “nosotros creíamos que haciendo tratados estaríamos mejor, y al contrario nos hallamos peor que antes porque nos morimos de hambre”.

Esta formidable obra de investigación histórica que estamos comentando –“Digno del renombre de bravo”, de Adrián Moyano- proporciona un largo párrafo del petitorio de Keupü con detalles  muy precisos.  Vemos así que en 1877 aquel referente del pueblo mapuche tehuelche solicitaba al Gobierno la entrega de semillas y herramientas para sembrar y, fundamentalmente, se preocupaba por  la adjudicación de campos.

“De este modo podremos estar seguros que nadie vendrá algún día  a desalojarnos” planteaba el notable jefe indígena. Quedaba en claro que pretendía un acuerdo de paz. “No es la actitud de un malonero recalcitrante sediento de sangre wingka, como algunos militares describirían a Keupü pocos años después” reflexiona Moyano, acertadamente.

El libro avanza después en la narración de una enorme cantidad de sucesos de destrato y violencia del Gobierno y su Ejército contra el pueblo indígena. Un episodio especialmente sangriento y agresivo ocurrió el 25 de enero de 1880 sobre las costas del río Bío Bío, en actual jurisdicción de Chile, cuando las tropas argentinas al mando del mayor Manuel Ruybal emboscaron y capturaron al ñizol longko Purrán y su gente, matando a 138 guerreros mapuches, logrando la captura de 60 miembros de la esa comunidad mapuche, con  el importante botín de más de 3.000 animales entre vacunos, ovinos y yeguarizos.

Para entonces todos los supuestos acuerdos pacíficos entre los pueblos indígenas y el Estado nacional habían quedado postergados por el hostigamiento gubernamental y las sucesivas maniobras  de provocación. Se llega así al 19 de enero de 1881, cuando el jefe Keupü y 500 indios guerreros, después de una inteligente maniobra de distracción, tomó por sorpresa el fortín militar Guañacos  – a 100 kilómetros de Chos Malal, hoy territorio del Neuquén- arrasando con las construcciones de adobe y paja, incendiando todo y terminando con la vida de 33 hombres, entre soldados y peones. Este hecho, una venganza mapuche a todas luces, se produjo un año después de la masacre de Bío-Bío y a casi cuatro años del parlamento con el general Bernal, en Fortín Mercedes. Parecía, entonces, que estaba perdida  toda esperanza de  un entendimiento de paz e integración  entre los pobladores originarios de estas latitudes y los invasores huincas.

El recomendable libro que estamos comentando, avanza en la enumeración de acontecimientos políticos y militares hasta los años 1884 y 1885, cuando el proceso de exterminio, arrinconamiento y expulsión del pueblo mapuche-tehuelche alcanza las metas propuestas. En ese tiempo el general Julio Argentino Roca ya  gozaba de la suma del poder público en la Presidencia de la Nación,  después de una audaz y rápida carrera política (tenía apenas 37 años al llegar al cargo) valiéndose del discutible prestigio otorgado por la jefatura de la llamada Conquista del Desierto.

En el capítulo “Vencer al olvido” se registran, con exacta cronología, las tristes vicisitudes sufridas por el nizol longko Manuel Namunkura, hijo del gran Juan Kalfukura y padre de Ceferino, desde su rendición del 23 de febrero de 1884, sus viajes a Buenos Aires –donde se lo disfraza con un uniforme militar de fantasía, le sacan fotos y pasean por diversos organismos públicos, ruega educación para el hijo que sería célebre tras su horrible muerte  y hasta tiene “el honor” de ser recibido por el presidente Roca- y la adjudicación para su lof de apenas tres leguas de tierra en la zona de San Ignacio (Neuquén). Dice Moyano que la muerte del anciano jefe, el 31 de julio de 1908, se produce en el reducido territorio formado con “las migajas que el Señor Gobierno había dejado caer durante el festín durante el que se atoró, gracias a las millones de hectáreas que había arrebatado”.

De la heroica resistencia mapuche ante el avance militar y arrebato de tierras quedan testimonios como los que sabe encontrar y destacar este autor barilochense al que procuramos acompañar, con la modesta contribución de un comentario a su obra. Leer y divulgar esta clase de trabajos de investigación y análisis histórico es tarea necesaria para combatir contra tanta noticia falsa acerca del pasado y el presente de los pueblos indígenas, que no son terroristas, ni extranjeros en ninguna tierra. (APP)