Viedma.- (APP) Ayer domingo 21 de abril dejó de existir en la ciudad de Río Grande, víctima de un paro cardíaco y a los 61 años de edad, el reconocido escritor y poeta fueguino Julio José “Mochi” Leite.
Leite era fueguino de nacimiento y se definía como parte “de la extraña raza de los isleños que se caracterizan por tener una particular forma de sentir el mundo”, cualidad que reflejaba en su prolífica obra literaria. Él mismo aseguraba que “nacer e una isla te marca, es tu continente…”.
En 1986 editó su primer libro “Cruda poesía fueguina”, a los que siguieron muchos otros, como por ejemplo “Piedrapalabra”, un compendio descarnado de Tierra del Fuego en forma de poesías, prosas y pequeños cuentos que han sido adoptados por muchos folcloristas para musicalizarlos. De su intelecto nacieron también obras como “Primeros fuegos”, “Cruda Poesía Fueguina”, “Edad sol”, “Bichitos de luz”, “De limites y militancias”, “Breve tratado sobre la lágrima”, “Invocación” y “Aceite humano”, trabajo al que se sumó la grabación de un cassette de audio titulado “Julio Leite poemas – Tomo 1”. Sus poemas también formaron parte de “Segunda antología fueguina”, “Literatura fueguina”, “Panorama” del profesor Roberto Santana, “Cantando en la casa del viento”, “Poetas de Tierra del Fuego” de Niní Bernardello y en el Libro de lectura del Bicentenario.
El artista nació en Ushuaia en el año 1957 pero transcurrió gran parte de su vida en la ciudad de Rio Grande y en la chilena Punta Arenas, razón por la cual sus obras mixturaron las vivencias, los colores, olores y sabores de su tierra natal y también de la adoptada en una etapa de su vida.
Con la salud quebrantada por un ACV del que intentaba recuperarse, finalmente su corazón ya no resistió más y abandonó el cuerpo físico, perdurando en la memoria por su modo de expresarse a través de la palabra.
Un poema de Mochi:
Oda a la muerte de un amigo de la vida
Qué osadía la tuya
de venirme de golpe
justo a mí,
que estoy aparcelado
por necrosis.
Conozco sangre
desde antes que esta
tuviera brillo.
Todavía no digiero
la muerte del Che,
del Chicho Allende,
de Jesucristo,
de Facón Grande
(entrerriano como mi padre
pescador de silencios),
del Chino Mora
y tantas Silvias,
de Ricardo Prada Villa,
de mi abuelo Bertotti
(camionero de cielos),
de la Chachi Villarreal,
justo el día
de mi cumpleaños
al igual que Miqui,
el perrito
de la Valeria Gallardo.
No me trago aún
la muerte de Leonel Rugama,
del Paco Urondo,
de Cafrune, del Petiso Andrade
del papito Ojeda,
del Víctor a garganta
en el estadio nacional,
Violeta a guitarradas
y la de Pablo,
inventor de palabras
en Isla Negra,
del abuelo de Ana,
que tomaba ginebra como yo
y construía casas,
de Perón,
de Marilyn
y Evita.
Me gotean,
persisten aún
treinta mil gotones
de sangre
de vida,
perdidos en un hondo
fuentón verde,
disimulo de antes,
de ahora y de siempre.
(El silencio es salud
y la obediencia es debida)
Y qué me dicen
de la de la muerte de los Shelknam?
y la pobre vida de los Mapuche?…
Qué hago con los huesitos
de esta patria?…
Cuando veo la bandera
y sus consecuencias,
me doy cuenta que no flamea,
se retuerce de asco.
Estoy velando
lo poco que queda
de la tierrita,
y vos, Marcos Guillard,
me avisás de tu muerte.
Fuente: Ahora TDF/Poema de “De límites y Militancias”