Nuevo libro de cuentos de Mónica de Torres Curth: El camino del mal que está en nosotros/Por Claudio García

Viedma.- (APP) Opinión sobre el nuevo libro de cuentos de la barilochense Mónica de Torres Curth, “El camino de la izquierda”, que presentó ayer de manera virtual acompañada por el propio García, Cecilia Fresco y Diego Rodríguez Reis de Villa La Angostura y Sebastían Fonseca como moderador, también de Bariloche. El link para volver a ver la presentación es el siguiente:

https://www.youtube.com/watch?v=7FZxEpMejpw&feature=share&fbclid=IwAR2D12c6dr2hxpo6evLi156ToM4jgUgRO6uC5R2kdEnuPSZNoD39zQ59cpM

Mónica de Torres Curth incomoda con sus cuentos. No esperen una literatura complaciente, entretenerse con historias y personajes que nos reconcilien con la vida.  Tienen que estar preparados para afrontar relatos sumamente realistas, anclados en circunstancias más cercanas a las caras oscuras del ser humano que a los finales felices. Habrá tensión, climas opresivos e inquietantes, y  tras uno u otro cuento será necesario salir a tomar aire para recomponerse.

Como en su anterior libro de cuentos, “Todo lo que debemos decidir” -premiados los dos por jurados irreprochables,  lo cual ya habla de una escritora con un estándar  alto en contenido y forma-, no hay entonces una literatura amable.  En “El camino de la izquierda” sin embargo hay un salto si se quiere decisivo a una temática universal. En el anterior las historias fácilmente se emparentan con ese tipo de literatura patagónica que simbólicamente se suele definir como identitaria o característica de esta región, con  “marcas explícitas y ostensibles de un ambiente regional”, como señaló en un ensayo Luciana Mellado.  Allí, en un ambiente en general rural o periurbano cordillerano y donde el clima riguroso juega un rol central, salvo algunas pinceladas de tibia nostalgia o tenue esperanza, se imponían personajes con realidades adversas y peores finales. En este segundo libro tampoco habrá personajes de los que uno quiere ponerse en su piel, aunque los entornos ya no sean regionalmente identificables, pero ahora en general se pone en cuestión que hay una naturaleza humana y que en ésta se impone el mal. Si hay que marcar una unidad del libro, pasa por esto, más allá de unos pocos relatos que transitan otros senderos si se quiere complementarios a este nudo central. Esto de una mirada pesimista sobre la naturaleza humana, que se expresa en representaciones violentas y cometer a los otros crueldades físicas y psicológicas,  es universal en el campo de la historia del arte en general y de la literatura en particular. Está en La Ilíada y la Odisea, en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Stevenson -sin dudas un clásico en la materia-, en el Maques de Sade, en Kafka, en Dostoyevsky, en Graham Greene, en Borges –pienso en algunos cuentos, como “El otro duelo”, que ya en su inicio tiene una frase brillante que bien puede caber para algunos cuentos de Mónica: “Como el de otras pasiones, el origen del odio siempre es oscuro”; y donde la crueldad llega a un nivel tan extremo como grotesco, como dos gauchos degollados primero que luego correrán una carrera para demostrar quién de los dos es “el más toro”) y Onetti –como “El astillero”, esa novela, donde cada vez que aparece un hálito de esperanza, inmediatamente se destruye-,  entre otros.

En este marco, Mónica  hace una dedicatoria, de antesala a los cuentos: “A todas las mujeres, para que llegue el día en que podamos caminar libres, sin mirar de reojo para atrás”. Porque si hablamos de violencia y crueldad, en gran parte de los cuentos como en la historia y en la vida encontraremos una primacia del varón como victimario y la mujer como víctima.

La sensación que me queda de muchos de los cuentos de “El camino de la izquierda” está entonces en eso de que hay un sello indeleble en los genes de los seres humanos, una cima dentro de lo que es el alma, el corazón o el cerebro humano, que impone al mal sobre el bien.

Ya en el arranque del primer cuento, “La barby y la play”, el protagonista en varios trazos podría ser definido como una persona común que cumple con el canon de querer a sus hijos, que tras el final de la jornada, de un “trabajo difícil” de uniforme y borcegos –en las historias no siempre todo se devela claramente, pero se presenta en lo esencial-, quiere ir al encuentro de ese varón y de esa nena “que lo esperarán haciendo fuerza para no dormirse, para recibirlo, abrazarlo y apretarse contra su pecho”. Esa persona común tiene también una mujer que se encarga de la casa, que lo esperará con la comida caliente, y que cumple con otros ritos del dominio patriarcal, como casi al final del relato ser cogida brutalmente sin derecho al no. En ese hogar  como tantos la plata no alcanza. La casa se degrada, el auto no se puede arreglar, se repite la cena con fideos. La mujer cumple con el rito de recordar el listado de necesidades: hay que comprar zapatillas a Nico. Y el otro rito de la navidad demanda de los hijos el pedido de una barby y la play. Quizás alcance el aguinaldo para estas cosas, pero, por suerte, en el trabajo le ofrecen algo extra, una changa “de unas… digamos unas dos horas al día por una semana” con una retribución increíblemente generosa pero que exige, entre otras cosas, “tener la jeta cerrada”. En realidad, se le exige mucho más. Ejercer el maltrato y la tortura para que una persona hable. Asumirse un Torquemada ante “un tipo de rodillas con las manos atadas atrás con  un alambre”. Y al final ser el verdugo que da el tiro final en la nuca. La historia trae el eco de aquella expresión que utilizó  Hannah Arendt  sobre Eichmann: “la banalidad del mal”. La impotencia de saber que un tipo ordinario, que quiere a sus hijos, puede transformarse en la cotidianidad en un monstruo.

Este cuento es un ejemplo literario de lo que encontramos recurrentemente en la historia, que Hobbes tenía razón y “el hombre es lobo del hombre”. Y en una mayoría de los otros relatos de Mónica nos dejan esa certeza,  filosófica, de que el mal anida en la naturaleza humana y se impone. Habrá gradaciones. En “El oficio” un niño irá escalando en la calidad del mal que puede causar. Recuerdo que en la película “El silencio de los inocentes”, el personaje Aníbal Lecter, cuando le tira pautas a la estudiante del FBI que interpreta Jodie Foster para que en el expediente sobre los asesinatos seriales de mujeres que se estaba investigando descubriera pistas certeras, le cita a Marco Aurelio diciendo que pensara con simpleza y que para explicar una cosa primero hay que preguntarse cuál es su naturaleza. Cuando el niño del relato cometió su primer hecho de sangre, cortarle la cola a una gata, allí descubre su naturaleza y se entrega a ella: “… la sangre marca. Hay un antes y un después de un hecho de sangre, aunque la sangre sea de gato”. El niño irá creciendo en el oficio, ya no le preocuparán “cosas típicas de los chicos de su edad”. Matará finalmente al animal y luego pasará a las personas, descubrirá que quebrarle el cuello a una mujer “fue tan fácil como a la gata”. Todo se supeditará a su naturaleza. Aparentar ser mudo y falsificar una credencial de discapacidad le permitirá que sus eventuales víctimas bajen la guardia.

En otras historias, la violencia y el mal se ejercen con menos intensidad, pero también habrá víctimas. Es sin dudas una lo que el personaje de “El camino de la izquierda” lleva en su bolsa, más allá que en este cuento habrá algo así como una justicia poética por la cual el victimario, más no sea por azar, encontrará su fin en un área agreste y terminará comido por un animal salvaje.  En “Los pétalos de las flores de cerezo” una chica gorda es sometida al bullying de la madre o, mejor dicho, el bullying de la madre degrada a su hija a la gordura. La violencia verbal, que, ya se sabe, puede ser tanto o más nociva que la física, comparándola con animales (“Una cerda cuando comía, un lagarto cuando se tiraba al sol, una burra cuando no entendía algo en la escuela…”), desemboca en esa acumulación de kilos en el cuerpo, sobre todo en las piernas que debía tratar de tener lo más abiertas posibles para que no rozaran y le doliera. La llevaban a que se sintiera avergonzada “que alguien siquiera pudiera imaginársela desnuda”. Y a un atracón en la heladera, falsamente liberador, por eso comerá hasta sentir asco.

En “Aurora se hizo pis” habrá también bullyng, pero el victimario que asumirá el mal y que encontrará un compañero de escuela para meterse de lleno en ese camino, por lo menos tendrá el atenuante de un padre que ante las faltas que comete le deja “el culo rojo a lonjazos”. Es uno de los pocos cuentos donde el mal, más allá de una naturaleza humana, es producto del ser social. Todavía acá se podría ser optimista y pensar que en otro contexto aquel chico no tenía por qué  haber humillado a una alumna. Al igual que su compañero, que si no lo hubieran  “molido a palos”, lo que lo dejó “medio lento para el razonamiento” y con “un defecto para caminar, de nacimiento”, podría haber tenido otra vida.

En “Galletitas y hojas secas” también la historia comienza con el bullying de la maestra ante la respuesta incorrecta de una alumna en el aula. La maestra lastimó verbalmente y eso llevó  también a una actitud similar de sus compañeros. Todo esto engendró una violencia mayor:  “…le despertaron algo nuevo. Se agachó, eligió la piedra más grande que podía rodear con sus dedos y la tiró directo al gordo que la seguía diciéndole medime ésta”. Como en “Aurora se hizo pis”, acá también los avatares del personaje serán producto de… El aislamiento de los demás en una casita del árbol, el robo en una casa de una compañera de  par de zapatos rojos con un taco agudo porque “nunca había visto algo tan lindo”, el acoso por esto otra vez del resto de los alumnos y, como aquella vez con la piedra, un empujón a un chico que la persiguió hasta su casita en el árbol con un resultado presumiblemente trágico.

En otros relatos del libro la conclusión no puede ser otra que totalmente pesimista. El instinto del hombre, su pulsión de muerte, a la larga siempre se impone. Un poco como sugiere Ray Bradbury en sus “Crónicas Marcianas”: el hombre en cualquier circunstancia va a cometer los mismos errores porque carga con una naturaleza negativa. Así, aunque se vaya a otro planeta, en ese caso a Marte, desencadenará las mismas tragedias. El terrestre se impondrá al marciano pero no a sí mismo, y su mal y sus miserias se seguirán imponiendo.

Como en  “Dos líneas”, la historia de una mujer víctima de violación; “El filo”, otra historia que gira también sobre una mujer víctima de violencia patriarcal, y “Atar a un niño”, quizás el cuento más logrado en un libro con un nivel muy alto, que comienza con la violencia externa que llega por las noticias de la tele, de morbosidad extrema,  a un hogar donde una madre ignora o permite una violencia similar del abuso a su hija, entre otros contenidos de una historia literariamente contundente y mejor resuelta.

Ya dije que hay otros relatos que complementan esa mayoría donde se indaga sobre distintas formas de violencia y la naturaleza del mal, como “Los absolutos”, reflexivo sobre la soledad y el miedo, que también nos despojan de toda seguridad y, como la violencia, son característicos de lo humano.

En “El malestar de la Cultura” reflexionó Freud que: “…la sociedad es un instrumento de integración cuya tarea es impedir que el hombre sea lo que es… Pero la sociedad, como vemos, no consigue eso, porque el hombre consigue ser lo que es…”. En estos cuentos de Mónica y a través de personajes de una destacada verosimilitud el hombre finalmente “es lo que es”, aunque a los lectores les turbe que esa naturaleza esté en las antípodas de una criatura tierna y necesitada de amor.

La mejor literatura surge de escritores que la asumen precisamente como un espacio de libertad donde se desciende sin afectación a la realidad personal o colectiva que nos rodea. “El camino de la izquierda” es un gran exponente de esta escritura y para las lectores espero actúe como catarsis o narcótico que no desate el monstruo, el Hyde, que todos llevamos adentro. (APP)