Sarmiento, más allá de los que lo aman y los que lo odian/Por Claudio García

Viedma.- (APP) Hoy se celebra  un nuevo Día del Maestro, en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento quien falleció un 11 de septiembre de 1888 en Paraguay.

El historiador Felipe Pigna publicó en su momento el artículo “Los últimos años de Sarmiento” –distintos medios lo han replicado en los últimos años-, con una mirada si se quiere más objetiva entre “dos grupos irreconciliables” de argentinos, los que lo idolatran y los que lo odian.

Pigna señaló que Sarmiento fue “uno de los hombres más notables y polémicos de nuestra historia” y que tanto los que lo aman como los que lo odian tienen algo en común: “muchos de ellos no han leído, no digamos los 52 tomos de sus obras completas, sino ni tan siquiera el Facundo. Suelen manejarse con frases sacadas de contexto que pretenden justificar sus elogios o vituperios”.

Agregó con razón que: “Por suerte la historia es más compleja y puede mirar a Sarmiento como un hombre de su tiempo, muy contradictorio, con no ya frases, sino políticas públicas elogiables y repudiables. Fue el hombre que ordenó la muerte del Chacho y celebró su muerte, el que despreció a los habitantes originarios de América, el que padecía al gaucho del que decía que lo único que tenían de cristianos era su sangre. Y también fue uno de los hombres que más se preocupó por la educación popular en nuestro país, el hombre obsesionado por la modernización de las comunicaciones y los transportes, el que denunció los negociados de la llamada Conquista del Desierto. Todo eso fue Sarmiento, no una cosa o la otra”.

Mi mirada sobre Sarmiento también se encuentra si se quiere en una línea similar a la de Pigna, marcando sus contradicciones y sus errores (horrores también en algunos casos, aunque con la subjetividad de juzgar los hechos con las ideas y valores del presente y no con las que regían en aquella época), pero valorando enormemente muchas de sus ideas y acciones. Los grandes hombres que dejan su marca en la historia no se caracterizan precisamente por tener sólo aciertos y diáfanas conductas.

Como Pigna, creo que algo une a quiénes lo aman u odian, pero no es tanto que no lo leyeran o lo hayan hecho muy parcialmente, sino que unos y otros al juzgar los hechos llegan a una coincidencia falsa. Tanto para la historiografía liberal, mitrista, como para gran parte del llamado revisionismo histórico, todo el proceso de modernización del país que se da a fines del siglo XIX, atado al modo de producción terrateniente, como país exportador de materias primas e importador de las manufacturas del imperio británico, se llevó a cabo cumpliendo el programa de Sarmiento. Pero se oculta que en sus últimos años el sanjuanino repudió esa supuesta tutoría intelectual, se divorció de la oligarquía y escribió, para la época, los textos más lúcidos contra ella. El problema que tuvo Sarmiento –como en cierta medida Alberdi- es que su proyecto de desarrollo nacional no se correspondió con la estructura social del país.

El programa de Sarmiento sólo lo podía llevar a cabo una burguesía industrial, de acuerdo al modelo norteamericano que el sanjuanino admiraba y quería trasladar a estas tierras. Como hemos dicho, en sus últimos años rebatía –e insultaba- a quienes sostenían que un país sembrado de vacas era la base material suficiente para lograr una fuerte nación autónoma. Él expuso claramente los dos ejes certeros para el desarrollo: la educación y la mejor distribución de la tierra. “Educación y nada más que educación; pero no meando a poquitos como quisieran, sino acometiendo la empresa de un golpe y poniendo medios en proporción del mal”. Y repudiando la consolidación del latifundio, que era la columna vertebral de la oligarquía terrateniente, señaló: “El error fatal de la colonización española en la América del Sur, la llaga profunda que ha condenado a las generaciones actuales a la movilidad y al atraso, viene de la manera de distribuir la tierra”. Para Sarmiento una mejor distribución de la tierra, era “la revolución que nos hará norteamericanos”. Su divorcio con la oligarquía fue claro además en su campaña contra el endeudamiento extranjero. Las críticas y burlas a Juárez Celman y Roca quedaron claramente resumidas con aquello de: “Silencio, que al mundo asoma, la gran deudora del Sud”. No es casual que junto con la ruptura con la oligarquía, reconsiderara su actitud despreciativa hacia las masas criollas, infelizmente expresada en aquella frase de “no ahorre sangre de gauchos”. Por eso, en carta a Posse, expresó cosas como: “El partido liberal de Santa Fe inspirado por demagogos ha estado a punto de hacerse mutilar; pero queda bajo el rencor de la plebe gaucha, a quienes provocan con el desprecio de casta. Esto se repite en San Juan y donde quiera que el liberalismo y decencia sean sinónimos de gente docta, blanca, propietaria. El paisano es pícaro, matador, montonero, etc., pero ignorante y pobre. Los otros tienen la tierra y el colegio, el paisano su destitución y su facón”. Lo importante es que a las personas se las juzga por los hechos, no por los dichos, y Sarmiento, impulsor de la educación pública en Chile y la Argentina, declarado “Maestro de América” por el Congreso Americano de Ministros de Instrucción Pública que se reunió en Panamá en 1943, hizo mucho más por las masas criollas que, por ejemplo, Rosas, quien “fue un agauchado por escuetas ventajas demagógicas”, como señaló Luis Franco.

Pigna en algunos trazos de su artículo marcó también algunas de estas cosas. Se refiere más explícitamente a su rol de duro crítico de la corrupción roquista:

En 1885 Roca preparó un decreto, hecho a la medida de Sarmiento, que prohibía a los oficiales superiores de las Fuerzas Armadas realizar críticas públicas al gobierno. Al enterarse, el sanjuanino pidió su baja del Ejército y fundó al año siguiente el diario El Censor, desde donde pudo despacharse a gusto. El 1º de abril de 1886, un diario roquista se preguntaba “¿Con qué derecho se hace figurar al ejército argentino en la condición de una fuerza pretoriana que no tiene otra misión ni otro objeto que el de avasallar las libertades públicas?”. Sarmiento le contestó: “El ejército no ha servido durante la administración de Roca sino para avasallar las libertades públicas (…) Ataliva Roca (el hermano del presidente) es el proveedor de hace muchos años de los enormes ejércitos y de la armada, a más de las expediciones, guarniciones que se hacen en plena paz, lo que pone al tesoro en los conflictos que han llevado el oro a 155. Póngase una cruz negra en el mapa de la República, en cada uno de los puntos ocupados militarmente por un miembro de la familia Roca, ligados entre sí por los tentáculos viscosos de Ataliva, y saltará a la vista si el ejército tiene otra misión en este momento que la de asegurar el mando y la disipación de los caudales públicos a la familia Roca-Juárez”. Y en otro artículo denunciaba: “Es necesario llamar a cuentas al Presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley el General Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3.000? El Presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del Crédito Público, órdenes directas, sin expedientes ni tramitaciones inútiles para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Allí están los libros del Crédito Público que cantan y en alta voz para todo el que quiera hacer la denuncia al fiscal. Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos veremos obligados a expropiar lo que necesitemos, por el doble de su valor a los Atalivas”.

CONCLUSIONES

Podría decir que para Sarmiento la “civilización” era importar el progreso que venía de Europa y de allí que quedara estigmatizado –junto con Alberdi (los dos “grandes” de la Generación del 37), Mitre y los dirigentes de la Generación del 80- como un “europeísta”. Integrarse al camino del progreso marcado por Europa significaba dejar atrás la barbarie. Sarmiento después modificó algunas cosas. Luego de recorrer Europa y llegar a Estados Unidos, su modelo pasó a ser este país que surge de la colonización inglesa. Consideró que la educación, acometiendo rápidamente la empresa, y una mejor distribución de la tierra –al estilo de los farmers que conquistaron el oeste- permitirán “la revolución que nos hará norteamericanos”.

Sarmiento terminó divorciado de la oligarquía e incluso reconsideró su actitud despreciativa hacia las masas criollas, pero no obstante, durante toda su vida su visión de la historia fue la del decurso unitario del progreso que venía de los países más avanzados de la época.

De hecho esto impregnó y todavía lo sigue haciendo a casi toda la clase política, no sólo de derecha sino también de izquierda (recuerdo que José Pablo Feinmann emparentaba en esto, más allá de sus trasfondos ideológicos opuestos, a Sarmiento y Marx; el facundo y las tesis sobre la India de uno y otro descansaban sobre las mismas aguas).

El propio Sarmiento de los últimos años, si bien, como dije, se divorció de la clase dirigente que comandaba los destinos del país (“la oligarquía con olor a bosta de vaca gobierna el país”), se convirtió en el principal denunciador de las cadenas que sujetaban al país al endeudamiento extranjero y ya no tenía una concepción maniquea si se quiere de lo que era civilización y lo que era barbarie, aunque tampoco podía concebir un progreso alternativo a las ideas que venían de Europa y Estados Unidos.

Por algo, como recordó Horacio González en su charla hace unos años en la visita que hizo a Viedma, en su libro “Conflictos y armonía de razas en América” propugna una política de conquista y exterminio de los pueblos indígenas. En línea con lo que por la época hacían los países líderes como Inglaterra y Estados Unidos no había integración posible con los ‘pueblos originarios’ y debían ser perseguidos y desplazados por inmigrantes para que viniera el “progreso”.

Sarmiento sin embargo propugnó algunas cosas de cuño enteramente “americano” o latinoamericano como se diría hoy. No tan conocidas. Fue un cultor y propagador, por ejemplo, de la comida americana y criolla –algo que da para más que otra nota- y tuvo una propuesta ortográfica y de escritura basada en la pronunciación americana. Sin olvidar su trabajo concreto de impulsor del árbol, de ser uno de los primeros –para esa época- ecologista, que criticaba la tala indiscriminada –en ese momento para hacer los durmientes del ferrocarril- porque traerían “el desierto”; introdujo el eucalipto, el mimbre, y otros especies, así como pájaros, como el gorrión, para que naturalmente “viajen” las semillas, creó los primeros viveros del país e impulsó el intercambio de semillas de una provincia a otra…

En fin, entre sus horrores, el haber apoyado la Guerra de la Triple Alianza donde perdió a su hijo Dominguito, cuestión que lo terminó de separar definitivamente de Alberdi –aunque en ideas esenciales coincidían- después de ya haberse peleado con las “cartas quillotanas” después de la caída de Rosas.

Murió pobre, cosa no menor, vivió por ejemplo sobre el río Carapachay en un rancho armado con cajas de piano. Hay jugosas anécdotas, como el de haber perseguido a un funcionario a patadas en el culo por la Casa de Gobierno, o, gran mujeriego, escribir en su carta de gastos en su viaje a Europa, junto a las monedas o billetes utilizados en tinta, libros, pluma y papel, el de “orgía”… (APP)