Vivir de las cosas que no se pueden tocar/Por Claudio García

Viedma.- (APP) En la hermosa canción de Joan Manuel Serrat “Lucía” hay un verso que dice “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido”. Algo similar escribió en un poema la chilena Gabiela Mistral: “Amo las cosas que nunca tuve/con las otras que ya no tengo”. Más allá que uno encuentre cierta felicidad en cosas concretas y materiales, no hay felicidad completa sin esas cosas intocables y tantas veces imaginarias, psíquicas o inmateriales que tienen que ver con la esperanza, los sueños, las metas, las utopías y, hacia atrás, los recuerdos. En verdad diría que algunas de las satisfacciones más grandes sólo se materializan como idea en la cabeza, sin que el resto del cuerpo intervenga. Y además constituyen el estímulo para enfrentar las cosas cotidianas que nos llevan gran parte del día.

Como escribió Karel Kosic, uno de los filósofos marxistas más importantes del siglo XX: “…cada día de la cotidianidad puede ser cambiado por otro correspondiente; este jueves, en su cotidianidad, es indistinguible del jueves de la semana pasada y del año pasado. Por ello se funde con los otros jueves y se conserva; es decir, sólo se diferencia y emerge a la memoria gracias a algo particular y excepcional”.

Muchos dirán para qué sirve vivir de fantasías, de ideas que en muchos casos nunca se terminarán de concretar. El uruguayo Eduardo Galeano respondería con algo que escribió sobre la utopía: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para ello, sirve para caminar”. Por eso el tener anhelos, deseos, no por llegar a tener cosas materiales como un gran auto, no para obtener cosas, es lo que otorga a nuestros días mayor vivacidad, una liberación del hastío de tantas obligaciones cotidianas y rutinarias que debemos cumplir. No para asentarnos en la pasividad, sino para marchar, para crecer. En ese camino uno encuentra cierta felicidad y cierto optimismo, no la falsa felicidad y el falso optimismo de la sociedad de consumo. La conquista de cosas materiales es la que nos trae el vacío y la inactividad. Ya lo dijo Marx “…la producción de demasiadas cosas útiles da como resultado demasiados hombres inútiles. Con la masa de objetos crece también la esfera de entidades ajenas a las que está sometido el hombre. Todo nuevo producto es una nueva potencialidad de engaño y robo mutuos. El hombre se vuelve cada vez más pobre en cuanto hombre…” En cambio, el perseverar cueste lo que cueste en el ser para desplegar nuestras potencialidades, nos hace sentir más útiles y por lo tanto rozamos la felicidad.

En última instancia decir quiero ser feliz es afirmar quiero ser. Volviendo a la frase de Serrat y a la de Gabriela Mistral, uno se siente más pleno siendo poseedor de cosas que en realidad no se tienen materialmente hablando, sino que se atesoran espiritualmente, no en un sentido filosóficamente idealista o religioso. No. Hablo de espíritu atado a la mortalidad en el sentido de un conjunto de significados culturalmente compartidos que representan la vida y que se resume en aquello de ‘lo más importante de uno’.

Otra cosa que se atesora espiritualmente y hace a la felicidad son los recuerdos, eso que dijo Gabriel Mistral de amar las cosas que ya no tengo. El tiempo se puede llevar la dicha, los momentos en que nos hemos sentido plenos, pero todo eso vuelve en forma de nostalgia. Ya lo dijo Savater: “Somos optimistas no por creer que vayamos a ser felices, sino por creer que lo hemos sido. La felicidad es una de las formas de la memoria”. Y creo además que en esto de lo que la memoria atesora, no lo que ya se perdió irremediablemente, está la ficción, la literatura que hemos leído. Ese empeño que tienen los libros en situarnos en otros tiempos, en otros paisajes, en cuerpo de personas distintas a nosotros. Recuerdo un artículo de Tomás Eloy Martínez donde decía que sus recuerdos más vívidos no eran los que verdaderamente había protagonizado, sino los que venían de la ficción y de la historia. Sentía y recordaba haber sido parte y protagonista de hechos que habían sucedido incluso antes de haber nacido o de historias que salieron de la imaginación de un escritor. Eso tan maravilloso que generan algunos libros.

Todos necesitamos inyectarnos nuevas fuerzas para vivir, para rozar la felicidad, para sentirnos un poco más allá de lo que hacemos habitualmente para conservar la vida. Allí entonces están esas cosas que en general no podemos tocar materialmente hablando pero son las más importantes: los sueños, los deseos, las metas, las utopías, el amor, la lectura de los libros, la música que cantamos o escuchamos. Vivimos por todas esas cosas, no sólo para envejecer o morir. Sólo así la muerte, como escribió Tuñón, será como un último asombro. (APP)