Viedma.- (APP) El país más habitado del mundo, donde residen unos 1.430 millones de personas, heredero de 8.500 años de historia atravesados por conflictos religiosos, luchas intestinas, hambrunas y un cruel sometimiento colonial del que pudo salir por el liderazgo de una figura de relieve internacional; con un territorio enorme y la mayor fuerza laboral del mundo que –por eso mismo- tiene una de las remuneraciones per cápita más bajas del sistema capitalista; ese destino que aparece en los catálogos de turismo como un atractivo exótico; esa región del planeta que suele asociarse a la filosofía más liberadora de la mente del hombre; ese Estado sudasiático calificado como la democracia más poblada del orbe, al que siempre hemos llamado la India, está a punto de cambiar su denominación , para pasar a llamarse Bharat.
Según la mitología hindú, los indios descienden de Bharat, primer rey de su historia. El nombre de India fue impuesto mucho más tarde por el conquistador romano Alejandro Magno, quien conquistó y dominó el imperio persa, que incluía una zona a la que llamaban India, y que del persa pasó al griego, al latín y al inglés, el idioma del dominador de la india durante cerca de cien años.
Los nombres de India y Bharat, aparecen en la Constitución india, dictada en 1950 después del proceso de liberación encabezado por Ghandi, pero sólo se emplea ‘India’. De todos modos el actual Gobierno del primer ministro Narendra Modi tiene pensado cambiar el nombre a partir de este mismo mes de septiembre.
¿Por qué ahora el Gobierno indio recurre a Bharat? El actual Gobierno indio ha intentado borrar en los últimos años el pasado colonial británico. Y para ellos la denominación India es otro elemento más. Y lo correcto sería llamarse ‘Bharat’. Además, el partido del Gobierno lleva esa denominación en su nombre: Bharatiya Janata Party. O lo que es lo mismo: Partido Popular Indio.
A partir de esta noticia, de fuerte contenido revisionista en la historia mundial , a este cronista se le ocurrió preguntarse en voz alta: ¿no sería hora de pensar en cambiarle el nombre a la región llamada Patagonia?
Repasemos la historia, para recordar por qué nuestra enorme porción del territorio argentino se llama Patagonia.
En 1520 llegó a nuestras costas el navegante portugués Fernando de Magallanes, comisionado
por el rey de España Carlos I para buscar la ruta al “país de las especias”; sus embarcaciones y
hombres tocaron tierra en un punto que llamaron San Julián y allí tomaron contacto con
pobladores originarios.
Otro europeo, el italiano Antonio Pigafetta, que oficiaba de cronista del viaje, escribió lo
siguiente, en relación con este primer encuentro entre los europeos y los indios: un día, de repente, vimos a un hombre desnudo de estatura gigante en la orilla del puerto,
dedicado al baile, el canto, y arrojando tierra sobre su cabeza. El capitán general [es decir,
Magallanes] envió a uno de nuestros hombres al gigante para que podría [sic] realizar las
mismas acciones como un signo de la paz. Una vez hecho esto, el hombre llevó al gigante de
un islote en el que el capitán general estaba esperando. Cuando el gigante estaba en la
Capitanía General delante de nuestra presencia, se maravilló mucho, e hizo las señales con un dedo levantado hacia arriba, en la creencia de que habíamos llegado desde el cielo. Era tan alto que hemos llegado sólo hasta la cintura, y estaba bien proporcionado”.
Añadía el cronista que “el comandante Magallanes llamó a este pueblo Patagones…” y no daba
mayores detalles. A partir de estas expresiones surgieron diversas interpretaciones sobre el origen de la palabra.
Unos dijeron que se justificaba en las “patas grandes” de estos pobladores originarios, lo que
no guarda relación con la estatura ni la contextura física de aquellos indios. Es más aceptable, y
por lo tanto así se reconoce en la bibliografía contemporánea, que Magallanes al ver a aquel
hombre se haya acordado de un personaje de ficción: el gigante llamado “Patagón” de una
novela de caballería titulada Primaleón (de Palmerín de Oliva, editada en 1512) muy popular
por entonces, y que probablemente acompañaba al navegante portugués en sus largas horas
de ocio en alta mar.
Así que el nombre de este enorme territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados de
extensión, con jurisdicción política en Argentina y Chile, recibió su nombre de un personaje de
novela de caballería.
La cuestión no es menor. El narrador y ensayista Ángel Uranga, patagónico y chubutense para
más datos, fallecido en 2017, escribió que “Patagonia, y todo lo que el nombre connotó, tuvo
un categórico origen ficcional, producto de la impresión, el asombro y del recelo hacia el Otro,
desconocido y diferente, y cuya denominación resultará peyorativa, propia del etnocentrismo
del europeo en su imposibilidad de pensar al Otro al que visualiza como amenaza y subestima
en la relación, dado que Patagón es ‘desemejado ‘, es salvaje, bárbaro, come carne cruda, que
viste con pieles de animales, que se aparea con ellos, que habla un lenguaje incomprensible”.
“Si nominar es ejecutar un acto de posesión, de dominio, nombrar es entonces dominar”
siguió diciendo Uranga, en su ensayo “El eco de la letra”.
Añadió que “dominación viene siempre acompañada de subestimación y desprecio. Es así, con
violencia, como entran la Patagonia, su gente y geografía, a la historia mundial de occidente”.
Más adelante sostuvo que “queda claro que desde el comienzo existirá una mirada
discriminadora que subestima y cosifica al otro diferente, una óptica y un verbo que ajenizan
las diferencias”.
Y agrego otros dos párrafos del excelente trabajo de Uranga, que bajo el título de “El eco de la letra” está disponibles e internet.
“Este mirar de afuera consistirá, en sí mismo, un acto de protección de la identidad del invasor
frente a la diferencia y, consecuentemente, de violento dominio sobre esa diferencia que
previamente fuera naturalizada, es decir puesta en el mismo orden de las categorías naturales
primarias”.
“El hombre americano, para la mirada invasora, estará más cerca de una variedad de la
zoología que de la especie humana”.
Bueno, convencido de que la palabra Patagonia es una imposición de fuerte contenido dominador, y en línea con la idea de producir un cambio de nomenclatura–en algún momento, no necesariamente el año que viene- este cronista formuló como hipótesis que el nuevo nombre pudiera ser el de Wallmapu.
Esta atropellada idea (ya se verá después que es absolutamente desacertada) fue expresada en una publicación de Facebook, y un amigo en red consultó sobre el tema al especialista en historia indígena Adrián Moyano, quien escribió lo que sigue, en su página de la citada red social digital.
“Patagonia es un concepto colonial que se acuñó en el contexto del proyecto colonialista europeo que triunfó a partir del siglo XV. Antes de los navegantes españoles y de otras nacionalidades que se asomaron a sus costas, Patagonia no estaba en ningún mapa y al igual que América en aquel entonces, era sobre todo una idea. Mapuche, gününa küna y aonikenk, en sus tiempos de libertad, nunca vivieron en Patagonia. Claro que estaban aquí, pero se valían de otros nombres para designar a la región y, además, su representación del territorio era otra. No tiene que ver con los contornos actuales de región tan mágica como redituable para corporaciones de distinta índole”.
Sigue diciendo Moyano que “el concepto mapuche de Wallmapu no es equiparable a Patagonia, porque incluye territorios que están fuera y tampoco se extiende hasta el Estrecho de Magallanes. Sorprenderá ver cómo hasta fechas tan tardías como 1863, lxs mapuche usaban la palabra Patagónica para designar a Carmen de Patagones y todavía no a toda la región. Las designaciones territoriales vigentes para entonces eran Waizufmapu (cordillera); Pewenmapu (territorio del pewen, en ciertas zonas superpuesto con el anterior); Willimapu (sur de los ríos Limay y Negro), Pikunmapu (norte del actual Neuquén y sur de Mendoza); Mamülmapu (territorio de la leña en coincidencia con la distribución del caldén); Rankülmapu (territorio de los carrizales) y Lelfünmapu (de los campos). Todas estas designaciones, en el contexto de Puelmapu o este cordillerano”.
Agrega ese calificado autor que “pregunté en varias ocasiones a gente que se identifica como aonikenk y a investigadores que saben más que yo sobre los gününa küna cuál sería el concepto equivalente de Wallmapu para tales pueblos, pero hasta el momento, no accedí a una respuesta. En realidad, pienso que tal vez, no tienen por qué tenerlos”.
Concluye que “claro que el proyecto colonialista triunfante de Europa, aquí se concretó a través de la Argentina, Chile y sus respectivos Estados. Precisamente, uno de mis libros se subtitula “descolonizar la historia mapuche en Patagonia”. Tiene más de 10 años y está agotado, pero sus dichos tienen vigencia. Escribo estas palabras a raíz de una consulta de Ricardo López, que coincide con otras que recibo periódicamente. Escribo desde la Nawel Wapi lafken willi inaltu mew, ñi longko mapuche gününa küna Inakayal kuifi mapu (orilla sur del lago Nahuel Huapi, antiguo territorio del lonco mapuche tehuelche Inakayal). Bariloche también es un invento reciente, consecuencia del colonialismo”.
En suma: la sustitución del nombre de Patagonia podría ser un acto vindicatorio, como consecuencia de los variados argumentos antes expuestos. Claro que un cambio de esa naturaleza no se puede efectuar de manera autoritaria e inconsulta, y para concretarlo en papeles y el inmenso mundo digital es necesario desarrollar una tarea muy compleja.
En tanto, mientras se resuelven otras urgencias más complejas y acuciantes, sigamos llamando Patagonia a nuestro terruño, y usemos con entusiasmo el gentilicio de “patagónicos, as”, las y les, al que ya estamos acostumbrados. El mismo entusiasmo que nos lleva a disfrutar de paisajes como el que ilustra esta nota, correspondiente a un amanecer, sobre la ruta 23, entre Jacobacci y Maquinchao. (APP)