Viedma.- (APP) “La flauta mágica” fue la última ópera que escribió Wolfgang Amadeus antes de morir. Genio de la música, patrimonio indiscutido de toda la humanidad, murió en la pobreza y se lo enterró sin identificación en una fosa común. En el libreto de “La flauta mágica”, que prácticamente es un cuento de hadas, hay campanillas mágicas para hacer que el enemigo desaparezca sin el menor esfuerzo. En la vida real no existen esas campanillas, pero ¡cuántos quisieran poseer semejante artilugio para que no existieran más sus enemigos!
Si por ejemplo los políticos tuvieran acceso a ese tipo de campanillas mozartianas, más que renovarse la clase política habría un proceso de extinción. Esto de “negar al otro”, de querer la destrucción del otro, si miramos un poco la historia parecería que es como parte de la naturaleza humana y uno de los principales argumentos contra los que postulan la existencia de dios. Eso de que los hombres fuimos hechos a imagen y semejanza de dios. ¿Y entonces? ¿Dios es vengativo, odia, quiere solucionar las diferencias por la violencia y la exterminación del otro? “La Peste” de Camus tiene como una de sus lecturas la ausencia de dios, porque cómo pensar en un dios que permite lo que pasa en Orán, Argelia, devastada por una plaga. O como en la canción de Luis Alberto Spinneta que ante Bosnia el ángel, el súbdito de dios, baja sus alas y llora, porqué qué puede decir en defensa de un dios que permitió tal matanza.
En la historia no existieron campanillas mágicas, pero sí todo tipo de armas, ejércitos, mercenarios, traidores, matones, sicarios o las simples manos desnudas para hacer desaparecer al otro. Y allí tenemos una infinita historia de guerras, de asesinatos, de Auswitchs, Camboyas, Kosovos, dictaduras, hasta llegar a este siglo XXI de “guerras preventivas” contra el terrorismo, conviviendo, eso sí, junto con las otras. Terribles y espantosas acciones para destruir a otros, al lado de otras chiquitas, pequeñas, cotidianas, donde las muertes se pueden contar de a una.
Si bien no creo que esto de la violencia contra el otro esté en nuestra naturaleza y que por lo tanto sería algo irremediable –tema que no voy a abordar porque daría para mucho-, sí indudablemente es un monstruo de varios rostros, como en la visión poética del Infierno del Dante. En el viaje al infierno se pasa por nueve círculos y en el séptimo están los violentos, pero éstos están discriminados: los que usaron la violencia contra otros, los suicidas, es decir, los que usaron la violencia contra sí mismos, y los que atentaron contra la naturaleza, el arte y dios. Varios rostros de la violencia como dije. Distintas gradaciones, distintas justificaciones. En el libro “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip Dick, más conocido por el nombre que tomó la película que se hizo en base a ese libro, “Blade Runner”, precisamente el principal protagonista de la historia Dick Deckard piensa al escuchar “La flauta mágica”, y en especial esto de la campanillas que hacen desaparecer al enemigo, que Mozart presumió que el futuro no existía. Quizás porque en el odio, en esto de negar al otro, el hombre actúa bajo la idea consciente e inconsciente de que no hay futuro, que el breve tiempo de la vida de una persona es más importante que el de otros o el de muchos o el de la humanidad. Y que por eso sólo cabe defender con uñas y dientes la sobrevivencia del presente. El único paraíso que tenemos. El “infierno son los otros” como diría Sartre.
Me gustaría pensar en cambio que si hay una naturaleza en el hombre no tiene que ver con el egoísmo, con el odio contra el otro, contra el diferente, el deseo de muerte del enemigo. Que hay causas solucionables para que el hombre no se transforme en un Mr. Hide, en un monstruo. Que sería bueno que en vez de torturarse con ideas falsas sobre dios o imposiciones de un supuesto dios como los mandamientos, los hombres creyéramos como Nietszche que el tiempo es cíclico, en el sentido que descansa sobre los actos del hombre una responsabilidad insospechada, porque siempre regresan. Un error que retorna no es lo mismo que un error que no tiene atributo de eternidad (algo que ya dije en mi cuento “La resurrección de Nietzche”). Una muerte que se provoca regresará siempre. Una y otra vez se volverá a matar. Si tuviéramos conciencia de ese peso, no nos animaríamos a causar un mal irremediable.
Tampoco creo que es bueno propugnar la candidez de poner siempre la otra mejilla, porque también deberían primar parámetros de justicia entre los hombres, pero sería bueno no desear poseer ninguna campanilla mozartiana, sino atender aquellos dos consejos que escribió el emperador-filósofo Marco Aurelio: «Lo que no beneficia a la colmena, tampoco beneficia a la abeja». Y: “El verdadero modo de vengarse de un enemigo, es no asemejársele”. (APP)