Mi tío Julio, aquel cartero de Jacobacci/Por Carlos Espinosa

 

Viedma.- (APP) Se llamaba Julio Gaspar Verheust, y era un muchacho bien porteño, de esos que los sábados a la noche salían a la milonga con el pelo alisado con brillantina, la raya del pantalón planchada con filo y los zapatos lustrados como espejos. En 1937, apenas tuvo la baja del servicio militar en la Marina, se vino para la Patagonia. Eran tiempos duros para los jóvenes que querían abrirse camino en la vida. Aquí empezó a buscar trabajo, con el pensamiento puesto en su novia Angelita, que lo esperaba en Villa Ortúzar, allá en Buenos Aires.

En Viedma estuvo un tiempo en el taller naval de Justo Querel, que decía ser ingeniero y construía sobre la costa del río un formidable aparato llamado ‘deslizador’, mezcla híbrida de barco y avión que quizás podía navegar sobre el pelo del agua a formidable velocidad. El proyecto no tenía futuro y el empleo duró poco.
Hacia mediados de 1938 arrancó para Ingeniero Jacobacci con un nombramiento bajo el brazo. Había ingresado a uno de los más sólidos organismos del Estado: la secretaría de Correos y Telecomunicaciones, con el puesto de cartero.
En el pueblo ferroviario Julio Verheust pronto se convirtió en un personaje querido y respetado, por su simpatía y eficiencia. Además fue el primer cartero encargado de la entrega a domicilio, y siempre estaba dispuesto a participar en la vida de esa comunidad sureña de alrededor de 1.500 habitantes.
Julio fue proyectorista del cine y teatro Plus Ultra, que su tocayo Jiménez había montado enfrente de la estación ferroviaria; socio fundador del Lawn Tenis Club Huahuel Niyeo; electricista y animador de los bailes en el mismo club. Se metió de lleno en cuanta novedad hubiese en el pueblo.
El 31 de octubre de 1939 sus amigos le hicieron una fiesta de despedida de su soltería. Fue con una opípara cena en el restaurante del hotel Argentino cuyo menú (impreso en la rigurosa tarjeta de invitación) incluía mayonesa, sopa a la reina, pollos saltados, milanesa de ternera, budín y frutas, café y te, vinos clarete y blanco. La barra se divirtió con alegría e inocencia, no faltó el tango entre varones, condimentado con esos chistes de doble sentido tan apropiados para ese tipo de situaciones.
Volvió a Buenos Aires, en noviembre se casó con su novia Angelita y pasó a ser, formalmente, mi tío Julio. Porque Angelita y mi mamá Mariquita eran hermanas. Al día siguiente de la boda se embarcaron en el Roca hacia Jacobacci, pues el permiso era exiguo.
Julio y Angelita vivieron felices en Jacobacci hasta 1943: por entonces el empeñoso cartero consiguió traslado a una sucursal de la Capital, y siguió haciendo carrera hasta jubilarse en 1968, en el cargo más alto del escalafón, como jefe de talleres electromecánicos en el Correo Central.
Yo nací en 1950 y el tío Julio se integró en mi vida cuando la estancia en Jacobacci ya era un recuerdo, fuente de narraciones apasionantes, como los viajes en el furgón postal de la trochita hasta El Maitén en medio de impresionantes nevadas que provocaban algún descarrilo. Empecé a viajar por el sur en los relatos de mi tío Julio.
Cada año, en el mes de noviembre para mi onomástico, me fabricaba con madera unos maravillosos juguetes: camiones, autos o barcos. Fue mi tío favorito, debo admitirlo. Lo dejé de ver hacia 1978, cuando fui yo quien emprendía el destino sureño, también en tiempos duros. Por última vez lo abracé en 1980, en un breve viaje mío a Buenos Aires. Murió por allá, en 1987.
Nunca me imaginé que el recuerdo de Julio Verheust, el cartero, permaneciese inalterable en mucha gente de Jacobacci. Mi amigo Elías Chucair lo menciona en su libro “Historiando a mi pueblo”; y me regaló una foto de aquellos tiempos.