“Mujeres irremediablemente limitadas por el peso del varón”

 

 

Viedma.- (APP) -Por Claudio García- La escritora roquense Silvia Sánchez presentó en el marco de la reciente Feria del Libro en Viedma su novela, “Dejaron de venir las visitas”. Claudio García, periodista y escritor también, dio pie a la autora comentando su escritura y la impresión personal sobre su nueva obra, que reproducimos.

Silvia Sánchez es escritora de General Roca y hasta esta novela había editado sobre todo poesía, como MOLINO DE TIERRA, prosa poética con NO SE AMOS y cuentos con REFLEJOS DEL HAMBRE Y OTRAS LUCES. También tiene cuentos y poemas en antologías, que además ha difundido a través de la red y en su blog. Obtuvo premios en certámenes literarios. Es profesora de enseñanza primaria, licenciada en comunicación social. Produjo videos con el grupo PALABRAS, combinó además el arte digital y la poesía. En fin, reconocida y querida por sus pares y por los que tuvieron la suerte como lectores de llegar a sus libros, que ya se sabe no es fácil en la Patagonia por las trabas a una buena difusión y distribución de las obras de los autores de la región.
Hay algunas cuestiones de la novela y de su obra en general que para el que leyó a Silvia decirlas son casi de Perogrullo: Silvia escribe bien, tiene precisión en su escritura. Suele mezclar en sus historias lo realista con lo fantástico, lo cotidiano con lo absurdo; bajo el barniz de una escritura generalmente directa sobre situaciones y personajes hay profundidad; es muy creativa en el sentido de estar leyendo una literatura poco convencional, que rompe a veces con lo que vulgarmente se entiende debe transitar tal o cual género. Incluso en su prosa, como en esta novela, hay poesía, y eso es una gran virtud, enriquece el texto y el género. Particularmente admiro a los escritores que salen de lo que podría lo puro del género e insertado en el relato aparece una gema de párrafos de profunda carga poética. Para poner un ejemplo de DEJARON DE VENIR LAS VISITAS:
“Los pueblos chatos de amalgaman con el paisaje. Las casas son como cobijas templadas con la familia ululando alrededor de los centros de luz. La cocina, el ojo de la supervivencia; el fuego y la comida caliente, la mesa con el hule de colores, el televisor prendido como parte del fuego y el canal abierto trayendo memorias de otra gente y otros paisajes. Cavernarios, ululando en el encuentro con la tele chiquita. Cavernarios en silencio, comienzo sin mirarse”.
Y esto me permite entrar directamente en la historia de esta novela. Se sitúa en general en los ’90 –el impacto del neoliberalismo de esa época va a ser decisivo en algunas situaciones-, aunque también va temporalmente hacia atrás. El personaje principal es Valeria y los otros femeninos tienen a mi juicio el mayor peso en función del eje de la historia. Los hay masculinos, el marido de Valeria, hijos, padres, abuelos, pero siempre en función del rol que históricamente ha predominado de la dominación de la mujer por el hombre, el machismo, el sojuzgar a la mujer y en el marco de esa dominación, donde obviamente lo masculino es el sujeto y la mujer el objeto, lo que importa y lo central del relato es ese femenino, mujeres, vidas que quedaron irremediablemente limitadas por el peso del varón.
En el libro, antes de comenzar en la novela, Silvia reproduce en una hoja un genograma, una representación gráfica digamos del árbol genealógico de los personajes enlazados familiarmente, que comienza arriba con Vicente el francés y Juana la mapuche, y baja con las descendencias hasta Valeria y su matrimonio con Mauricio González, que tuvieron dos hijos, Alicia y Joaquín. El genograma también tiene los abuelos y padres de Mauricio, y en cada uno de los capítulos, algunos más breves y otros un poco más extensos van y vienen cada uno de estos personajes, pero siempre bajo la centralidad de la historia de Valeria. El lugar de Valeria es el hogar donde se espera al marido que trabaja y donde se crían a los hijos, y más allá de las situaciones de violencia con Mauricio y la relación con los hijos, ocupan, como dije, lugares de preeminencia en el relato Patricia, madre de Valeria, Ramona, madre de Patricia, y también María la española, madre del marido de Patricia, abuela de Valeria por vía paterna.
Hay buenas y malas historias en literatura, esta novela es una gran historia y buena literatura, pero sí marco que tiene un sesgo fuerte de lo femenino en su anclaje histórico-cultural. Tengo dudas en calificarla como literatura de género, o literatura femenina, porque esto a veces se usa para desmerecer la obra de una escritora, como que es marginal o menor a la de un escritor, ya que nadie aclara cuando se refiere a la obra de un autor que es una literatura de género masculino. Lo que digo es que, sin que quizás haya sido la intención expresa de Silvia, la historia de Valeria y de cada una de las mujeres de este libro grafican muy bien el rol histórico tradicional al que se sometió a la mujer con respecto al varón, un fondo común en lo cotidiano, en la educación, en las costumbres, donde la mujer es relegada, sometida, abusada, víctima.
Algunos ejemplos, sentencias formidables de Silvia en el relato, las escenas cotidianas de violencia del marido contra la mujer que llevan al hijo a pensar: “Cuando yo sea grande, voy a pelear a mi esposa… seguro de que era la única forma para asegurarse de tenerla”.
Ramona diciéndole a su nieta: “ten cuidado, pues el hombre promete hasta que mete, luego que metió se olvidó de lo que prometió”
Otra: “Ella sólo sabía de las furias del marido, de los insultos y las amenazas con los platos voladores repletos de fideos recocinados que se imprimían sobre la pared, chorreando tucos como sangre. Conocía bien los golpes de puño en las columnas, y los nudillos estampados en las paredes blancas de ladrillo hueco”.
Y el marido de Valeria hastiado porque Valeria no cumplía con la mujer de sus sueños: “ni mujer amante, ni interlocutora dócil, ni cocinera experta, Valeria no tenía nada de su madre ni nada de las putas”.
En fin, en el sustratum de DEJARON DE VENIR LAS VISITAS uno puede encontrar –expresado creativamente- todo el catálogo histórico de la superioridad culturalmente impuesta del varón sobre la mujer desde que ésta nació, como no podía ser, del costillar adánico, predestinado a eso por ese origen, secundario para dios. Mujeres criadas para la casa, para el matrimonio, para dar hijos y criarlos, para ser pasivas, para agradar, para ser objeto, para ser vehículo de esos mismos valores, como los personajes del libro que crían a sus hijas para los quehaceres hogareños o las vecinas que murmuran “algo pasa en esa casa que ya no tiene visitas, seguro la culpa la tiene Valeria, pobre el marido…” En el libro también Valeria terminando medio loca, hablando con los fantasmas de María y Ramona y cómo no desarrollar una serie de psicosis ante la fatalidad de ser mujer; la dependencia de la mujer se hace interior y de allí los destinos de la enfermedad, el sufrimiento, el suicidio, la muerte.
Creo también, como suele pasar con la obra de cualquiera, que hay partes del libro en que se cuenta para exorcizar quizás algunas de las propias vivencias de Silvia.