El viento frío de la meseta/Por Jorge Castañeda

Valcheta.- (APP)  El señor invierno ha asentado sus reales en la Patagonia. Julio ha traído nieve en varios sectores y mucho frío. Temperaturas bajo cero que nos hacen tiritar sin querer. Pienso en nuestros provincianos que en los campos soportan tanta intemperie. Hombres y mujeres que resisten todas las inclemencias y aguantan con un estoicismo digno de admirar.

No en vano supo escribir el amigo Elías Chucair “Desde los techos se asoma / por las goteras el cielo, / de curioso nada más / porque no arregla ni medio, / De lejos vienen los pobres, cabalgando sufrimientos”.

Pero aquí en Valcheta, mi pueblo, el viento no se cansa de soplar a veces por días enteros y hace subir la sensación térmica.

Y este viento patagónico, tan glosado por escritores y poetas, me recuerda invariablemente a aquel hermoso poema de Pablo Neruda incluido en su libro “Crepusculario”, que luego se hizo canción en la voz de Horacio Guarany: “Me peina el viento los cabellos”.

Es inclemente, es travieso, es infaltable en las cuatro estaciones, a veces temible y muchas veces amigo, tanto que cuando no sopla se lo extraña.

Pero en pleno invierno como cuenta el mismo Elías “Me está acompañando un grillo / lastimador del silencio / escondido no sé dónde / refugiado del invierno. Afuera acaricia ramas / un frío y terrible viento / que viene de rumbo sur / como a la nieve trayendo. Cuando el viento es de ese lado / hay que arrimar buenos leños / y tratar que la chivada / no la encierre un voladero”.

Otro gran poeta rionegrino, el amigo Floriano López de Lamarque, pero nacido en Paso Peñalba (la actual Pomona”, también supo glosar en sentidos versos a su amigo, el viento.

“Silabando llega del este / del sur o de cualquier lado, / pero si silba en mi alero / yo me siento acompañado.  A veces se mete adentro, / del pobre rancho agujereado / y se queda en remolinos, / junto al fogón apagado.  A veces, pasa de largo, / como si fuera apurado / y me vuelvo a quedar solo / pensando nomás, cansado.  El viento, único amigo / que llega a este descampado / trae ensilladas nostalgias / pa dejarlas a mi lado.  De tarde suele caer. / pucha si habrá galopiado / trayéndome sólo tierra / o un aguacero enancado.  Cuando yo me quedo solo / muchas veces lo he pensado, / amalhaya, corre, viento, / pa sentirme acompañado”.

Un tema que siempre me ha emocionado es el poema de Neruda, cantado y difundido por Guarany y escrito cuando se encontraba en plena soledad  en el exilio.

“Me peina el viento los cabellos / como una mano maternal; / abro la puerta del recuerdo / y el pensamiento se me va.  Son otras voces las que llevo, / es de otros labios mi cantar; / hasta mi gruta de recuerdos / tiene una extraña claridad.  Frutos de tierras extranjeras, / olas azules de otro mar, / amores de otros hombres, penas / que no me atrevo a recordar.  Y el viento, el viento que me peina / como una mano maternal. / Mi verdad se pierde en la noche; / no tengo noche ni verdad.  Tendido en medio del camino / deben pisarme para andar. / Pasan por mi sus corazones / ebrios de vino y de soñar.  Yo soy un puente inmóvil entre / tu corazón y la eternidad.  Si me muriera de repente / no dejaría de cantar”.

Eduardo Mallea, el gran escritor argentino, nacido en mi ciudad natal de Bahía Blanca, en su excelente libro “Historia de una pasión Argentina” supo confesar que “mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era para mis sustos, lobo; para mí deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblado, trabajando en la carne triste”.

Cuando este viento sopla en este destemplado invierno, yo pienso que será de la vida de los hermanos Pilquimán, los Aguilar, de don Teófilo Pasos, esos valientes y esforzados hombres del Somuncurá que ponen cara a todas las contingencias por más duran que estas sean.

Foto: Los hermanos Pilquimán, pobladores de la meseta