Calfucurá: profanación y restitución/Por Ignacio Roca*

Viedma.- (APP) Tratar sobre la vida, muerte y presente de Calfucurá es un tema incómodo y lleno de tristezas. Por tanto, es necesario abordarlo con empatía y respeto, ya que afecta profunda y directamente a muchas personas.

El 3 de junio de 2023 se cumplieron 150 años de la muerte de Juan Calfucurá en sus tolderías del Valle de Chilihué (Departamento Atreucó, provincia de La Pampa). Como buena parte de los personajes históricos, es polémico; algunos subrayan su carácter guerrero y “salvaje” con el que habría irrumpido en territorio pampeano. Esta mirada evolucionista y sarmientina ya resulta tediosa. Otros preferimos ver en su figura a un líder idóneo que, a fuerza de diplomacia, política y espiritualidad, logró generar estabilidad en una región y una época ya de por sí impregnadas de conflicto, fragmentación y violencia. Calfucurá puede generar antipatía o simpatía, pero es un líder de aquí.

Tratar sobre la vida, muerte y presente de Calfucurá es un tema incómodo y lleno de tristezas. Por tanto, es necesario abordarlo con empatía y respeto, ya que afecta profunda y directamente a muchas personas. En primer lugar, su historia personal representa las atrocidades del dispositivo genocida: el viejo líder fallece, su gente decide darle sepultura y, años después, esa sepultura es cobardemente profanada y sus huesos convertidos en trofeo de guerra y objeto de museo. Basta ponerse en el lugar de su familia y de su pueblo.

Al respecto, Caldenia publicó el 30 de septiembre de 2018 “La sepultura de Calfucurá”, artículo de Omar Lobos que da detalles del hallazgo y profanación de la tumba en Chilihué.

Por otro lado, si bien la relación entre ranqueles y “calfucuraches” fue pacífica y con profundos lazos de amistad y unidad ante el avance de los blancos desde su encuentro en 1830, para las comunidades locales, que vienen luchando por ser reconocidas con una identidad territorial propia (rankülche: gente del carrizal; o mamulche: gente del monte), reconocer la “pampeanidad” de Calfucurá, a quien suele asociarse con una relativa extranjería (digamos transcordillerana, mapuche, chilena) representa un desafío incierto. Y es entendible, dado que es el pueblo ranquel quien viene liderando en La Pampa la reivindicación de derechos indígenas en los últimos 40 años.

Por otro lado, esa misma extranjería sigue siendo proclamada desde medios de comunicación, representantes políticos y voces aficionadas que parecen sentirse cómodas con una versión simplificada y territorialmente chauvinista de la historia. El estigma de los mapuche como “invasores” es tendencioso desde el principio. Comenzó como una propaganda política elaborada por Estanislao Zeballos en su libro La conquista de quince mil leguas (1878), buscando legitimar la ofensiva del gobierno nacional sobre los territorios indígenas, bajo el pretexto de que eran ocupados por “extranjeros”.

¿No resulta paradójico etiquetar como “foráneo” a un pueblo nativo sudamericano, cuya presencia en las pampas desde hace miles de años ha sido registrada por la arqueología? Además, ¿no es tendencioso considerarlos “invasores” precisamente desde un territorio que efectivamente llegó a ser controlado por extranjeros del otro lado del Atlántico? Pero si de defender territorialidades se trata, invito a mirar el problema desde una mirada global. Sin lugar a dudas, Juan Calfucurá pertenece al aquí: a la cordillera, al corredor cultural que va del Pacífico al Atlántico (y cuya intensa interacción social es respaldada por la ciencia y la historia oral), y al aquí, a las pampas. Aquí Latinoamérica, aquí Abya Yala. La historia puede ser compleja, pero es nuestra y por eso debe ser contada.

Según uno de los relatos más popularizados, en 1878, cinco años después de su fallecimiento, la sepultura ubicada en los médanos de Chilihué fue profanada por el ejército argentino. Desde entonces, el cráneo de Calfucurá permanece en el Museo de la Plata. Los primeros reclamos por su devolución se remontan a 1973; sin embargo, la disputa se reavivó en 2016, cuando se configuró un escenario con diversos actores y posturas diferentes. Para aquel año, su restitución estaba decidida y su destino sería la comunidad mapuche Namuncurá, ubicada en San Ignacio, provincia de Neuquén, donde viven actualmente sus descendientes y descansan los restos mortales de algunos de ellos. Sin embargo, en noviembre del mismo año, la comunidad mapuche Newen Lelfün Mapu de Santa Rosa, respaldada por la Secretaría de Cultura de La Pampa, se sumó al reclamo mediante una nota dirigida al Museo de La Plata y al Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). En dicha nota, se solicita que la restitución se realice con destino a Chilihué. Esta situación hizo que la restitución a San Ignacio se detuviera hasta que las comunidades involucradas lleguen a un acuerdo. En la nota, que fue publicada en medios pampeanos, se puede leer:

“Calfucurá es sobre todo un emblema político y cultural, y por lo tanto el verdadero acto de reparación histórica y de reafirmación para todo nuestro pueblo es devolverlo a su tierra, en donde él llevó a cabo su lucha, en tanto símbolo de unidad y autoridad. Por otro lado, en esa misma tierra, en algún lugar de los médanos cercanos a la laguna Chilihué, actual provincia de La Pampa, están enterrados los restos de sus huesos. Por lo tanto, nosotros queremos dejar planteada esta inquietud: ¿realmente existe la voluntad de llevar los restos del toki a otro lugar que no sea el que su gente eligió para su descanso, aquel que fue profanado? ¿Se tiene en cuenta que esta decisión puede ir en contra de nuestra cosmovisión? Es necesario, entonces, también desde lo espiritual, restaurar esa profanación”.

En los años 2017 y 2018, se llevaron a cabo reuniones en Santa Rosa con la participación de miembros de comunidades reclamantes de Buenos Aires, La Pampa y Neuquén, así como representantes del INAI y del gobierno de La Pampa. Sin embargo, es importante destacar que la comunidad de San Ignacio, que juega un papel fundamental en este escenario, no estuvo presente en ninguna de las dos reuniones, lo cual dificultó la posibilidad de alcanzar un consenso final. A pesar de esta ausencia, los asistentes se sensibilizaron en dos aspectos: apoyar el reclamo de sus descendientes y dirigir la mirada al paisaje, territorio, locus que fue vulnerado.

En septiembre de 2020, a solicitud de la comunidad Newen Lelfün Mapu, un grupo de artistas, investigadores y militantes sociales de la región pampeana, bonaerense y Capital Federal, se unieron para formar la “Comisión Kallfukurá”. Esta comisión, con sede en Santa Rosa, tiene como objetivo brindar apoyo a las comunidades reclamantes que solicitan el retiro del cráneo de Calfucurá del Museo de La Plata y su regreso al lugar de descanso definitivo. No obstante, en el comunicado de prensa inaugural de la comisión, se hace hincapié en que “la decisión sobre cuál será su destino final es exclusivamente de las comunidades reclamantes”. El comunicado, firmado por treinta personas, menciona:

“Aspiramos a que la restitución de los restos mortales de Kallfükura no se reduzca al retiro físico de su cráneo del Museo de La Plata, sino que promueva acciones ligadas a la reparación histórica, entre ellas: cuestionar discursos y prácticas negacionistas, etnocentristas y estigmatizadoras, en un marco político y pragmático más amplio, contribuir al fortalecimiento de la memoria colectiva indígena y reivindicar la figura de Kallfükura, líder político y espiritual que logró articular posiciones diferentes y alcanzar consensos a nivel regional”.

Paralelamente, durante el mismo año, se llevaron a cabo una serie de acciones, conversatorios y eventos en la Ciudad de Buenos Aires organizados por la comisión “Piedra Azul”. Entre sus integrantes se encuentran reconocidos líderes mapuche, prestigiosas académicas, comunicadores y militantes sociales. Uno de los proyectos propuestos por este grupo es la iniciativa llamada “La Ruta del Toki”, que consiste en la instalación de una serie de hitos en varios lugares del amplio territorio donde el cacique vivió. De hecho, como resultado de estas gestiones, ya puede apreciarse un cartel que dice “Ruta del Toki Calfucurá” al entrar a la ciudad de Santa Rosa desde el sur, ubicado en la ruta nacional 35. Según averiguamos, este cartel se instaló como resultado de gestiones del INAI con Vialidad Nacional, sin consultar previamente a los organismos competentes locales como el Consejo Provincial Aborigen de La Pampa; se expresa así, una vez más, otra de las tensiones que se vienen dando en este caso, la de los centros políticos y la autoridad de sus voceros con los territorios y procesos políticos que se vienen sosteniendo con mucho esfuerzo en el interior.

La profanación del cuerpo de Calfucurá y su posterior “fetichización” como trofeo de guerra y objeto de museo revela una de las caras atroces del dispositivo genocida del siglo XIX. Este acto perverso es resultado de un conflicto entre partes desiguales: un Estado nacional que buscaba socavar la autonomía de los pueblos indígenas en el marco del paradigma racista que caracterizó el final del siglo, en parte como excusa para apropiarse de sus tierras, fundamentales para el desarrollo del modelo agroexportador en desarrollo, y pueblos que siendo parte de la rica historia cultural de nuestro territorio, que abarca cientos, incluso miles de años, no eran admitidos en la construcción de la identidad nacional. Así es como ahora se presentan las circunstancias.

Por otro lado, ¿qué ocurre con el territorio profanado? ¿Qué sucede con el grotesco silencio que lo rodea? ¿Olvidamos que aquí cerca, debajo de un médano, se encuentra el lugar de descanso de representantes de una de las confederaciones indígenas más importantes de Sudamérica, olvidada y abandonada a un deliberado silenciamiento? Así, esta restitución pone en juego significados muy importantes. Por lo tanto, también es valiosa la opción de dirigir nuestra mirada hacia el paisaje y repensarlo a través de sus múltiples y sucesivas presencias humanas. Aún no conocemos toda su historia. Esta pampa, esta mamull mapu, este territorio ranquelino, guarda numerosas claves de nuestra identidad. Y puede que ya no sea tan necesario tocar, excavar o disputar hitos, sino tan solo estar, observar, escuchar e imaginar. Las decisiones políticas que resulten de ello, esperemos que sean tomadas participativamente.

Es  importante avanzar teniendo en cuenta y respetando la identidad territorial local rankülche y los órganos estatales de representación local. ¿Cómo continuará la historia? No lo sabemos, pero inevitablemente deberá continuar.

* Antropólogo. Docente e investigador

Fuente: laarena.com.ar