Hace 500 años Magallanes llegaba al suelo que se bautizó como Patagonia/Por Carlos Espinosa

Viema.- (APP) Hace 500 años, el 31 de marzo de 1520, el navegante portugués Fernando de Magallanes, enviado por la corona española, tocaba suelo en este territorio nuestro que se dio en llamar Patagonia.

En este tiempo hay otras preocupaciones más acuciantes que las conmemoraciones históricas, y las restricciones impuestas por el aislamiento social preventivo de la pandemia  descartan en forma absoluta la posibilidad de efectuar actos de recordación en el escenario donde se produjo aquel hecho de dominación colonial, la actual ciudad de Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz.

Pero un año atrás había quienes proyectaban una ceremonia espectacular, para festejar el quinto centenario de la llegada del invasor europeo y, al mismo tiempo, la primera misa católica en la Patagonia. En el colmo de la exageración sobre las virtudes históricas del desembarco de Magallanes un estrafalario proyecto de ley, presentado en el Senado del Congreso de la Nación, proponía declarar a Puerto San Julián “como Punto Cero del Origen de la Patagonia”.

En abril de 2019 escribí un artículo, publicado en este mismo portal de la Agencia Periodística Patagónica (APP) expresando mi repudio a esa idea, ofensiva para la verdadera historia patagónica.

La nota mantiene vigencia, aunque parece que el aludido proyecto de ley fue a parar adonde merecía estar: en el cesto de papeles.  Me permito repetirla.

Esto se publicó el 16 de abril de 2019.

Ya se sabe que están ocurriendo cosas mucho más graves en la Argentina, tales como los alarmantes índices de pobreza y el quiebre total de la economía nacional, pero no por ello dejo de indignarme ante el mamarracho de proyecto de ley, presentado en el Senado de la Nación, para que se declare a la ciudad santacruceña de Puerto San Julián “como Punto Cero del Origen de la Patagonia”.

La iniciativa, que entraña una repudiable visión eurocentrista y se gesta desde las entrañas de la ideología liberal al servicio de los grandes intereses empresarios que obtienen enormes ganancias en la región, está impulsada por dos senadores nacionales de extracción radical, María Belén Tapia y Eduardo Costa, representantes de Santa Cruz en la cámara alta.

En los fundamentos del proyecto se sostiene que “en San Julián tuvo lugar la primera estadía de europeos en territorio argentino, la primera misa en el territorio, el primer encuentro entre la población europea y los primeros pobladores originarios del lugar, donde nace el concepto de Patagonia y es la primera toponimia del país”.

Los cuatro hechos mencionados –la llegada de la expedición encabezada por Magallanes en 1520, la primera celebración religiosa católica, el contacto entre los invasores europeos y los pobladores originarios, y la creación del topónimo de Patagonia, sobre la base de una denominación de raíz literaria- son absolutamente verídicos.

¿Pero acaso son suficientemente válidos para generar una declaratoria que los vincule con el origen absoluto de un espacio geográfico y todo lo relativo a su cultura?

¿Podemos celebrar con festejos de promoción turística (porque hacia ese rumbo apunta la cosa) el origen y arranque de la persecución, sometimiento, despojo de tierras y cultura,  cautiverio y matanzas colectivas de los pueblos Tehuelches, Aónikenk,  Sélknam,  Kawésqar, Yamanas, Haush,  y Mapuches que desde varios miles de años previos a 1520 habitaban en estos territorios?

¿Estamos alegrándonos por el origen de la explotación irracional de la fauna costera continental con la casi extinción de las poblaciones de ballenas, lobos marinos y focas, exterminadas salvajemente por el europeo?

¿Aplaudimos el origen de los enormes latifundios de producción ganadera lanar sin control fiscal, desalojando compulsivamente de su hábitat a pobladores originarios y la fauna autóctona como el guanaco?

¿Festejamos el  origen de la cruel explotación de los peones rurales y esquiladores, que dieron lugar a las huelgas obreras y la feroz represión militar de 1921?

¿Estamos felices por el origen extranjero de los capitales propietarios de  gran parte de los latifundios actualmente existentes en la Patagonia?

¿Celebramos el origen de la explotación contaminante de los recursos hídricos, minerales e hidrocarburíferos?

¿Cuál es el punto cero de origen que merece ser valorado y conmemorado?

Veamos algunos aspectos en detalle.

En 1520 llegó a nuestras costas el navegante portugués Fernando de Magallanes, comisionado por el rey de España Carlos I para buscar la ruta al “país de las especias”; sus embarcaciones y hombres tocaron tierra en un punto que llamaron San Julián y allí tomaron contacto con pobladores originarios.

Otro europeo, el italiano, Antonio Pigafetta, que oficiaba de cronista del viaje, escribió lo siguiente, en relación con este primer encuentro entre los europeos y los indios…

«Un día, de repente vimos a un hombre desnudo de estatura gigante en la orilla del puerto, dedicado al baile, el canto, y arrojando tierra sobre su cabeza. El capitán general [es decir, Magallanes] envió a uno de nuestros hombres al gigante para que podría [sic] realizar las mismas acciones como un signo de la paz. Una vez hecho esto, el hombre llevó al gigante de un islote en el que el capitán general estaba esperando. Cuando el gigante estaba en la Capitanía General de y nuestra presencia, se maravilló mucho, e hizo las señales con un dedo levantado hacia arriba, en la creencia de que habíamos llegado desde el cielo. Era tan alto que hemos llegado sólo hasta la cintura, y estaba bien proporcionado » .

Añadía el cronista que “el comandante Magallanes llamó a este pueblo Patagones…” y no daba mayores detalles.

A partir de estas expresiones surgieron diversas interpretaciones sobre el origen de la palabra. Unos dijeron que se justificaba en las “patas grandes” de estos pobladores originarios, lo que no guarda relación con la estatura ni la contextura física de aquellos indios. Es más  aceptable y por lo tanto así se reconoce en la bibliografía contemporánea que Magallanes al ver a aquel hombre se haya acordado de un personaje de ficción: el gigante llamado “Patagón” de una novela  de caballería titulada Primaleón (de Palmerín de Oliva, editada en 1512) muy popular por entonces, y que probablemente acompañaba al navegante portugués en sus largas horas de ocio en alta mar.

Así que el nombre de este enorme territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados de extensión, con jurisdicción política en Argentina y Chile, recibió su nombre de un personaje de novela de caballería. 

La cuestión no es menor. El  narrador y ensayista Ángel Uranga, patagónico y chubutense para más datos, fallecido en  2017, escribió que “Patagonia, y todo lo que el nombre connotó, tuvo un categórico origen ficcional, producto de la impresión, el asombro y del recelo hacia el Otro, desconocido y diferente, y cuya denominación resultará peyorativa, propia del etnocentrismo del europeo en su imposibilidad de pensar al Otro al que visualiza como amenaza y subestima en la relación, dado que Patagón es ‘desemejado ‘, es salvaje, bárbaro, come carne cruda, que  viste con pieles de animales, que se aparea con ellos, que habla un lenguaje incomprensible”.

“Si nominar es ejecutar un acto de posesión, de dominio, nombrar es entonces dominar” siguió diciendo Uranga, en su ensayo “El eco de la letra”.

Añadió que “dominación viene siempre acompañada de subestimación y desprecio. Es así, con violencia, como entran la Patagonia, su gente y geografía, a la historia mundial de occidente”.

Más adelante sostuvo que “queda claro que desde el comienzo existirá una mirada discriminadora que subestima y cosifica al otro diferente, una óptica y un verbo que ajenizan las diferencias”.

Y agrego otros dos párrafos del excelente trabajo de Uranga.

“Este mirar de afuera consistirá, en sí mismo, un acto de protección de la identidad del invasor frente a la diferencia y, consecuentemente, de violento dominio sobre esa diferencia que previamente fuera naturalizada, es decir puesta en el mismo orden de las categorías naturales primarias”.

“El hombre americano, para la mirada invasora, estará más cerca de una variedad de la zoología que de la especie humana”.

Entonces, pregunto ¿ese es el Punto Cero del Origen de la Patagonia que se procura instalar e instaurar como motivo de fiesta?

Una de las fundamentaciones de esta idea mamarracho es que se cumplirán 500 años de la primera misa en esta porción del territorio americano. Vale recordar que aquella Iglesia Católica del siglo XVI y los siguientes fue complaciente con las atrocidades cometidas contra los pobladores indios y no sólo mantuvo silencio sino que en algunos casos sacó beneficio de la mano de obra barata de los americanos nativos en sus aserraderos y otras industrias instaladas en las llamadas misiones evangelizadoras.

Tampoco hubo protestas religiosas cuando se produjeron los fusilamientos de obreros huelguistas en 1921.

Pasarían cuatro siglos y medio, después de la primera misa en San Julián, hasta que la conducción diocesana de obispos de la estatura de Jaime de Nevares y Miguel Hesayne generara una actitud diferente de la Iglesia en la promoción de las comunidades tehuelche mapuche, y con intervenciones mediadoras en graves conflictos gremiales como en El Chocón y Sierra Grande.

¿Este origen de dudoso cristianismo es el que se procura celebrar? No faltará quien me responda que la Obra de Don Bosco es un ejemplo para exaltar. Coincido en línea generales, pero no me olvido que el propio José Fagnano, jefe salesiano del siglo XIX, consintió el funcionamiento de un establecimiento ganadero y aserradero, en Isla Dawson, donde se explotaba a los yámanas; que en 1892 monseñor Fagnano le encargó al padre Beauvoir que llevara a Génova a  un grupo de kawésqar para mostrarlos como ‘criaturas recuperadas para la civiilización’; y que  Ceferino Namuncurá ya gravemente enfermo fue enviado a Roma para lucirlo enfrente del Papa X como un “indiecito bueno y con vocación religiosa”.

En definitiva: no encuentro nada que justifique esta cuestión declarativa para Puerto San Julián, que ya tiene su bien ganado prestigio histórico por el desembarco de Magallanes.

 La definición del origen e identidad de la Patagonia todavía reclama un debate en profundidad, con la participación protagónica de los actuales referentes de los Pueblos Originarios (a quienes muy difícilmente les hayan consultado su parecer acerca de este proyecto de ley) y de todas las fuerzas sociales y políticas que se desenvuelven en su amplio territorio con acciones que propugnan el crecimiento y el bienestar con equidad y justicia. Tiene que existir una clara línea divisoria entre los sectores que explotan a la Patagonia y sus habitantes, y quienes son víctimas de esta explotación en todas sus distintas modalidades. La perversa entidad de los pioneros asociados a la aspiración del progreso, una falsa ilusión con un alto costo social en perjuicio de la clase trabajadora y el medio ambiente, es una de las representaciones de la historia patagónica que deben ser corregidas, porque ya se sabe que el progreso no produce derrame de bienestar económico sin claras y estrictas reglas de distribución de la riqueza.

La ubicación del llamado Punto Cero del Origen de la Patagonia necesita ser discutida entre muchos. Tal vez puede ser el Yacimiento Arqueológico Cueva de las Manos, que registra casi 9.000 años de antigüedad previa al desembarco de  Magallanes y su escriba Pigafetta.

Pero, ya se sabe que están ocurriendo cosas muy graves en la Argentina, y este debate no es prioridad del momento. (APP)