Viedma.- (APP) Como bien define Miguel Ángel De Marco los corsarios, a diferencia de los piratas, “eran aventureros que al mando de barcos mercantes armados en guerra y con patente de sus respectivos gobiernos tenían por misión perseguir a aquellos forajidos o a las embarcaciones de países enemigos”. En realidad no había una taxativa línea que separaba unos de otros. Desde el descubrimiento del Nuevo Mundo el desorden en la administración de las colonias por parte de los imperios europeos facilitó “el auge de los filibusteros”.
Hubo piratas, feroces piratas, que incluso intentaron fundar su propio imperio en las Antillas, y terminaron siendo corsarios al servicio de los imperios coloniales del Viejo Mundo. Uno de ellos, muy famoso, Francis Drake, logró llegar al mando de una escuadra del imperio inglés, fue declarado Sir por la reina Isabel y ocupó un lugar en el parlamento. También hubo pacíficos mercaderes que por conveniencia económica se dedicaron a corsos. Creemos generalmente que sólo hubo corsarios al servicio de Inglaterra, España, Portugal, de los imperios europeos que dominaron los mares durante varios siglos. ¿Quién no conoció “las hazañas” de piratas y corsarios ingleses a través del cine y la televisión? Lo que pocos saben es que en los años iniciales de la patria, en los años de la lucha por libertad americana, tuvimos nuestros corsarios. Y como escribió Bartolomé Mitre: “La historia del corso argentino, desde 1815 hasta 1821, es una brillante y animada odisea marítima llena de episodios dramáticos, de figuras heroicas, de hazañas memorables y de aventuras extraordinarias… Durante esos años la bandera argentina, enarbolada por nuestros atrevidos corsarios, flameó triunfante en casi todos los mares del orbe”.
Hubo uno de estos corsarios argentinos que se destacó y cuya vida –con todas las características de un gran “héroe aventurero”- daría para más de un libro y una película. Se trata de Hipólito Bouchard, que en su época fue más conocido con el nombre de capitán Buchardo o comandante Buchardo. Nació en Francia y su crianza en un puerto de mar ya lo marcó para que se dedicara a la navegación y al comercio. Estaba en Buenos Aires al estallar la revolución de 1810 y a partir de allí se comprometió con los intereses de la independencia argentina y la libertad americana. Formó parte de la primera escuadrilla que armó el gobierno revolucionario, tuvo una breve etapa en que participó de la guerra en tierra firme y así, al mando de San Martín, participó en el combate de San Lorenzo. Años después volvería a acompañar al Libertador en su memorable expedición al Perú. Sobresalió como corsario argentino en el mando de la fragata “La Argentina”, con la que prácticamente dio la vuelta al mundo. Como esta historia merece ser contada nos vamos a extender un poco en el relato. Mitre resume los hitos del mando de Bouchard en La Argentina: “Una campaña de dos años, dando la vuelta al mundo en medio de contínuos trabajos y peligros, una navegación de diez a doce mil millas por los más remotos mares de la tierra; en que se domina una sublevación, se sofoca un incendio a bordo, se impide el tráfico de esclavos en Madagascar; se derrota a los piratas malayos en el estrecho de Macasar, se bloquea a Filipinas anonadando su comercio y su marina de guerra, se domina parte de la Oceanía, imponiendo la ley a sus más grandes reyes por la diplomacia o por la fuerza; en que sxe toma por asalto la capital de la Alta California, se derrama el espanto en las costas de Méjico, se hace otro tanto en Centro América, se establecen bloqueos sobre San Blas y Acapulco, se toma a viva fuerza el puerto de Realejo, apresándose en este intervalo más de 20 piezas de artillería, rescatando un buque de guerra de la nación, y aprisionando o quemando cerca de 25 buques enemigos, dando el último golpe mortal al comercio de la metrópoli en sus posesiones coloniales y paseando en triunfo por todo el orbe la bandera que se le había confiado, es ciertamente un crucero memorable y digno de ser historiado”.
BROWN Y BOUCHARD
Volvamos al principio. En los primeros meses de 1815 corría el rumor que España –donde ya Fernando VII había sido repuesto en el trono- estaba preparando una expedición para recuperar el Río de la Plata. Complicada también la situación militar en el Alto Perú, se decide en Buenos Aires que los buques corsarios asuman la misión de impedir que los españoles llegasen al Plata. En realidad primero se quiso formar una escuadra al mando de Guillermo Brown, pero la escacez de fondos hizo optar por las operaciones corsarias en el mar. Se supo también que la expedición española había salido de Cádiz pero ya no para la zona del Río de la Plata sino para Venezuela y Nueva Granada. Por convenio con el director supremo Alvarez Thomas, Brown fue designado comandante especial de una expedición corsaria en el pacífico con los barcos Santísima Trinidad y Hércules. Paralelamente, un 12 de septiembre de 1815, se otorgó patente de corso a Hipólito Bouchard para que comandase el bergantín Halcón y que se pusiese a las órdenes de Brown. Como escribió Mitre: “Puestos de acuerdo Brown y Buchardo, los dos jefes del corso se dividieron como dos soberanos el imperio del mar Pacífico. Brown se dirigió a Juan Fernández con intento de dar libertad a los prisioneros patriotas que allí existían, y Buchardo cruzando las costas de Chile y del Perú, estableció el bloqueo del Callao”. Allí Buchardo apresó la fragata Consecuencia, que venía de España con un rico cargamento, que de esta manera pasó a manos de la escuadrilla republicana y que posteriormente quedaría su mando rebautizada con el nombre de La Argentina. Los historiadores cuentan que en el bloque del Callao se inició una rivalidad en Brown y Bouchard por la cual uno del otro terminó deseando que “debía ser colgado de una verga”, aunque siempre dejaron sus disputas personales de lado cuando se trataba de atacar con decisión al enemigo común. En el bloqueo de la bahía del Callao causaron durante 20 días muchas pérdidas al enemigo. Luego, Brown y Bouchard concertaron un ataque sobre la ciudad de Guayaquil. Allí Bouchard con el Halcón se apoderó de la fortaleza de la Punta de Piedras y se hizo de la bandera española. Pero Brown no tuvo suerte en su ataque –la Santísima Trinidad quedó varada en seco en la costa- y terminó capturado. Pero el hermano de Guillermo Brown, Miguel Brown al mando del Hércules y Buchardo al mando del Halcón continuaron el hostigamiento del puerto hasta lograr, vía un tratado, su liberación. Allí se negoció también la devolución de los buques apresados por los corsarios argentinos, y el resarcimiento económico por terminar las acciones de guerra y salir mar afuera. Por ejemplo, los capitanes argentinos entregaron la Candelaria a los españoles, la Santísima Trinidad quedó también en manos de los realistas, pero la Consecuencia quedó bajo propiedad de los corsarios. Para Mitre, Buchardo “dejó bien puesto el honor de la bandera argentina con gran utilidad pecuniaria para los armadores del corso”. Pero el hecho de la liberación de Brown por parte de la decidida acción de Bouchard profundizó su enemistad y luego de salir a mar abierto ambos decidieron de común acuerdo separarse. Allí el halcón pasó a manos de Brown y Buchardo se hizo de la Consecuencia que, como ya adelanté, bautizó La Argentina. Las hazañas de esta fragata son incontables.
LIBERACIÓN DE ESCLAVOS
En junio de 1817 se decide establecer un crucero en los mares de Asia, donde nunca había flameado la bandera argentina. La Argentina contaba con 250 hombres y entre ellos se encontraba el todavía muy joven Tomás Espora quien años después de convertiría en un héroe de las guerras marítimas de nuestro país. El 4 de septiembre, en el puerto de Tamatave, en la isla de Madagascar, Buchardo fue requerido por un comisario inglés para impedir el tráfico de esclavos por parte de cuatro buques ingleses y franceses. Según escribe De Marco, Bouchard “ofreció todas sus fuerzas” para ese cometido “en virtud de los tratados de las naciones de Europa” y de “las altas miras de vuestra excelencia que son abolir toda clase de esclavitud”. Con la amenaza de sus cañones, La Argentina impidió el tráfico, liberó “una porción de negros” que ya estaban encerrados en las bodegas, y se apoderó los alimentos de los buques negreros para impedirles zarpar. Comunicó además oficialmente a las autoridades locales de Francia e Inglaterra las razones de haber obstaculizado “el embarco de seres humanos sometidos a tan inhumana condición” y libró documentos para que las mercaderías que había tomado de los negreros les fueran pagadas en Buenos Aires. No obstante, las autoridades argentinas recibieron protesta por “el insulto” de Buchardo “a los pabellones de ambas potencias europeas”. Según De Marco, La Argentina se hizo de cinco marineros de la goleta negrera francesa por la admiración que les había causado un comandante que “había nacido en un puerto de su patria”.
EL ATAQUE DE PIRATAS MALAYOS Y EL DOMINIO DE MANILA
Durante la travesía del Océano Índico buena parte de la tripulación enfermó de escorbuto y fue en una gran parte diezmada por la enfermedad. Así llegaron a la isla Nueva de la Cabeza de Java y De Marco menciona la anécdota que para salvar a algunos de los enfermos, se los enterró en tierra hasta el cuello, convencidos que así recuperarían sus fuerzas. Allí fueron atacados por piratas malayos y a pesar de la inferioridad que tenía la tripulación por los estragos del escorbuto, las decisivas órdenes de Buchardo de enfrentar el peligro con fusiles y armas blancas permitió la derrota de los piratas. Pablo Martín Cerone en su relato “El corsario albiceleste: Hipólito Bouchard” cuenta que: “Bouchard ordenó la toma de la nave y la reducción de los piratas derrotados. Otras cuatro embarcaciones escaparon. Siguiendo los usos y costumbres del mar, Hipólito Bouchard convocó un consejo de guerra que juzgó a los prisioneros. Probados sus crímenes (entre ellos, el asesinato de toda la tripulación de un barco portugués que ya se había rendido), el consejo sentenció a muerte a los piratas, con excepción de algunos menores que fueron recibidos como grumetes. Los piratas malayos fueron devueltos a su nave, a la que se le aserraron sus palos. Luego, Bouchard ordenó el fuego. Los piratas desaparecieron bajo las aguas gritando: «¡Alá! ¡Alá!».
A principios de 1918 Buchardo puso proa a Filipinas, donde sabía que estaban los españoles. Se estableció el 31 de enero sobre la isla de Luzón y dominó el puerto y el estrecho de Manila. En dos meses de bloqueo apresó 16 buques mercantes españoles, se apoderó de las mercaderías y los hechó a pique. Capturó también 400 realistas.
EN EL ARCHIPIÉLAGO DE HAWAII
Posteriormente se dirigió a China, pero ante un fuerte temporal que duró seis días, decidió tomar rumbo a las islas Sándwich, como había sido bautizada por James Cook el archipiélago de Hawai. Allí se produjo otro capítulo importante del crucero de La Argentina. Buchardo se encontró en esas islas con la corbeta Santa Rosa, más conocida con el nombre de Chacabuco, que había salido con patente de corso argentina, pero cuya tripulación se había sublevado en las costas de Chile y luego de producir varios actos de piratería se escondió en el archipiélago. Incluso los sublevados vendieron la corbeta al rey de las islas Sándwich, Kamecha-Meha, apellidado Pedro el Gran de la Mar del Sur. Buchardo terminó celebrando un tratado con Kamecha-Meha, quien según Mitre fue el primer soberano que reconoció ante el mundo la independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata (Estados Unidos, Inglaterra y España lo harían en la década del ’20). Buchardo se hizo de la Chacabuco y la puso en servicio, decidiendo castigar a los criminales que habían producido el motín y actuado como piratas. Si bien en un principio el rey no quiso entregar a los sublevados, la amenaza del poder naval de Buchardo tuvo sus efectos y así en la isla de Morotoi se hizo primero de 16 de los traidores, luego el rey les entregó otros en la isla de Wahoo y finalmente capturó a las cabezas del motín en la isla de Atoy. Al más culpable de ellos de lo terminó fusilando, aunque utilizando la persuasión de la fuerza ante un rey que hasta último momento trató de evitar esa muerte.
LA MONTERREY ARGENTINA
Buchardo partió luego a las costas de Méjico en la parte del Pacífico para hostilizar las poblaciones y los restos del poder naval español en América. Se dirigió a la bahía de San Carlos de Monterrey, capital española de la Nueva California, aunque sin saber que un buque norteamericano al mando del capitán Piris, que se había contactado con La Argentina en la isla de Atoy y que supo a través de la delación de algún integrante de la tripulación de los planes de Buchardo, se había adelatando y puesto en alerta al gobernador español. El 20 de noviembre de 1818, los vigías de Monterrey vieron arribar a «La Argentina» y a la «Chacabuco». Ésta última quedó varada y fue acribillada por dos baterías. Los que sobrevivieron fueron rescatados por Bouchard y con más de 200 hombres desembarcó en el dominio español y repelió a los guardias. Desde el 24 al 29 de noviembre Monterrey fue argentina, si bien el gobernador, como esperaba a los corsarios, había evacuado a gran parte de la población . Bouchard, según escribió Martín Cerone, “incendió el fuerte, el cuartel de artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles, pero se respetaron tanto los templos como las propiedades de los criollos”. Se atacó y saqueó también el rancho El Refugio, propiedad de contrabandistas que “ habían colaborado con las autoridades coloniales contra los patriotas mexicanos”. Luego Buchardo atacó San Juan de Capistrano y también saqueó el lugar, aunque se dice que sólo había licores ya que los tesoros habían sido evacuados. El 25 de enero de 1819 estableció el bloque del puerto de San Blas, donde había una guarnición de 200 veteranos. Buchardo se trasladó a la Chacabuco, por tener menor calado, penetró en el puerto “y rompiendo el fuego sobre las fuerzas de tierra, las dispersó completamente, tomando sin resistencia un bergantín español”, según escribió Mitre. Posteriormente siguió el crucero en América Central atacando los dominios españoles en El Salvador y Nicaragua. En el puerto de la costa nicaragüense de Realejo, donde Buchardo sabía se encontraban cuatro buques españoles, el corsario argentino ideó una riesgosa estrategia para apoderarse de las embarcaciones. Ocultó La Argentina y la Chacabuco en un recodo de la costa cercano al puerto, donde no podían ser vistas, y penetró en el canal del realejo con lanchas cañoneras donde después de una dura batalla y con el costo de alguna sangre argentina tuvo la victoria. Así se hizo de cuatro buques ricamente cargados –con añil, cacao, armas, entre otros-. Los dueños de uno de los bergantines y una goleta española ofrecieron un rescate a Buchardo de 10.000 fuertes, pero el corsario argentino les dio como respuesta la quemazón de la naves. Se dejó un bergantín y una goleta de las embarcaciones capturadas para reforzar su crucero. Cuando se aprestaba para remolcar las naves fuera del canal apareció un bergantín-goleta fuertemente armado con bandera española, que se enfrentó con la Chacabuco sembrando de muertos y heridos la cubierta de la embarcación argentina. Algunos historiadores dicen que mientras tanto La Argentina se encontraba dedicada a la tarea de vigilar las presas capturadas en Realejo y otros, como Mitre, que se había hecho a la mar persiguiendo otra embarcación que había aparecido a la entrada del puerto también con bandera española. Bouchard se había quedado en la Chacabuco y enfrentó el ataque del bergantín-goleta. Luego de recibir el cañoñeo y la metralla que dejó muchas muertes, y al momento en que Bourchard estaba por enfrentar el abordaje del enemigo, insólitamente el buque atacante arrió la bandera española y enarboló la chilena. Buchardo escribió: “La admiración y el coraje sucedieron al dolor de ver aquella sangre vertida tan bárbaramente. Yo habría hecho el debido escarmiento, pero no tenía bastante fuerza para ello. Llamé al comandante del bergantín por quien supe apellidarse Coll, y que el buque era el Chileno, corsario contra los españoles. Las reconvenciones sobre su inicuo manejo se me atropellaron y él no tuvo qué contestar más que con la confusión que le causaban”. El corsario chileno se alejó entonces de la Chacabuco y se dirigió mar afuera sin enviar a Buchardo el cirujano que le había pedido para atender a los heridos. Mitre dicen que La Argentina volvió a puerto con el buque que había perseguido capturado. Pero como resultó que era escolta del bergantín-escolta chileno, fue puesto en libertad. Así términó la última batalla de La Argentina.
LOS ÚLTIMOS AÑOS
El crucero desembarcó en julio de 1819 en Valparaíso, llegando primero la Chacabuco con las embarcaciones españolas apresadas. Pero hubo una desagradable sorpresa. Por orden del vicealmirante escocés Lord Cochrane, al mando de la escuadra chilena, primero se secuestraron la Chacabuco y otras presas de los corsarios argentinos, que en esos momentos no tenían bandera identificatoria, pero luego tuvo la misma suerte, a poco de anclar, La Argentina. Buchardo narró esta inédita violencia contra embarcaciones aliadas en la lucha contra el enemigo español: “Hipólito Buchardo, capitán de la fragata-corsario La Argentina, fondeada en esta rada, digo: Que después de concluido el crucero, salí del puerto del realejo con tres presas hechas por mí, a saber; la corbeta Santa Rosa de Chacabuco, una goleta María Sofía y un buque San José (alias) Neptuno, cuyas presas anticiparon su entrada en este puerto. A mi arribo fui informado por sus oficiales hallarse desposeídos del mando y secuestrados por el señor vicealmirante de estas fuerzas navales, D. Tomás Cochrane; y que en esta circunstancia, hallándose a bordo de la fragata La Argentina, fue abordado en la noche por dos oficiales de mar de la escuadra con sus espadas desnudas en además de herir, ordenándole en nombre del almirante cediese a la fuerza y entregase el buque a su disposición, y sin hacer la menor resistencia, ni él, ni otra persona de su tripulación, fueron todos transbordados al navío San Martín y entregada la fragata sin las formalidades correspondientes, ni más resguardo que un recibo. Y como este procedimiento perjudica no sólo los intereses que administro, sino también el crédito de la nación argentina, bajo cuyo pabellón he hecho su corso, así como mi buena reputación en el crucero, desde ahora y para siempre protesto todos los daños y menoscabos que se me irroguen, una, dos y tres veces, contra quien los haya causado”. El almirante Cochrane (el Lord Filibustero como lo denominaba San Martín) había justificado su proceder deshonroso contra un país aliado señalando que un súbdito británico se decía dueño de la goleta María Sofía apresada en el Realejo, y de allí que había ordenado els ecuestro de los buques y la prisión de Bouchard. Escribió Martín Cerone: “Se inició un tortuoso juicio, en el que su defensor fue Tomás Guido. San Martín, Sarratea, Echevarría, O’Higgins, apelaron en su favor. Dado los débiles cargos del expediente, surge la idea de que la codicia de Lord Cochrane fue el acicate para el despojo, como tiro por elevación a San Martín, con quien tenía una sorda lucha. Enfurecido ante la injusticia, el coronel Mariano Necochea, compañero de Bouchard en San Lorenzo, armó un piquete de sus granaderos y tomó «La Argentina», desoyendo las amenazas de las autoridades”. Mitre señaló que después de arduas negociaciones –de las que fue responsable el diputado de las Provincias Unidas Tomás Guido- se buscó una salida “política” y el Director Supremo de Chile terminó dejando en libertad a Bouchard y reintegró La Argentina y demás buques tomados por el corso argentino. No obstante, según escribió Cerone, “Bouchard recorrió La Argentina y se encontró con que los cañones y velas habían sido retirados para equipar otras naves. No había ninguna embarcación menor, ni cabos, palos, vergas o timón. La bandera celeste y blanca, ennegrecida, yacía en un rincón de la cubierta. La bodega estaba vacía: todo lo ganado en la excursión en el Pacífico había sido saqueado”. Desde Buenos Aires le quisieron otorgar a Bouchard nueva patente de corso para operar en el Litoral argentino. Bouchard quiso en cambio participar de la campaña libertadora de San Martín en Perú, actuando con La Argentina y la Chacabuco como buques de carga. Al poco tiempo la primera fue desguazada y la segunda incendiada en la revuelta del Callao de 1824. Tras declarar San Martín la independencia de Perú el 28 de julio de 1821, antes de retirarse “organizó la marina de guerra peruana y le dio a Bouchard el mando de la fragata Prueba, la nave más importante de la flota”. Perú fue desde entonces su patria adoptiva. Hasta 1928 siguió en la marina peruana y luego se retiró a unas haciendas adjudicadas por el congreso de ese país, donde fundó un ingenio azucarero y no volvió a mezclarse en las guerras intestinas que desangraron a las tierras americanas liberadas. Murió un 4 de enero de 1837 –algunas biografías hablan incorrectamente de 1843-, dicen que apuñalado por unos sirvientes. Conviene recordar, para ir terminando, unos versos de Echeverría, quien ensalzó el viaje de La Argentina y las hazañas de Bouchard de esta manera:
“Salve feliz viajero; ya triunfaste
de tus fieros rivales que sumidos
en su furor inerte con bramidos
el mérito proclaman que ganaste.
Salve otra vez, y mil, pues que pisaste
A la crinosa envidia y abatidos
Sus impíos ministros, confundidos
Entre las glorias giran que alcanzaste.
Llega ¡oh Bouchard! al seno placentero
De la santa amistad. Allí recibe
De los más dignos premios el primero.
Tu nombre ilustre, ya la historia escribe
Y la misma por colmo de tu gloria
Del tiempo lo encomienda a su memoria”.
Algunos detalles de la historia de Bouchard dignos de mencionar. Julio Manrique, tripulante de La Argentina, asegura que antes de dirigirse a las islas Sándwich el corsario argentino planeó atacar la isla británica de Santa Elena y liberar a su admirado Napoleón. Y que sólo no lo hizo por las represalias que se hubieran tomado contra la naciente patria argentina.
Otro aspecto en el que difieran los historiadores tiene que ver con la bandera argentina. Si bien los historiadores hablan que enarbolaba Bourchard la bandera celeste y blanca, en realidad la original bandera argentina era azul y blanca, es decir, el azul y no el celeste era el color primigenio. Por eso se afirma también que las nuevas naciones centroamericanas eligieron el color azul para sus banderas en homenaje a los corsarios argentinos que hostigaron a los españoles en sus tierras.
BIBLIOGRAFÍA:
.“Vida aventurera de Sir Francis Drake” de Saint Cross, editorial Codex.
. “Episodios de la revolución” de Bartolomé Mitre, editorial Universitaria de Buenos Aires.
. “Corsarios argentinos” de Miguel Ángel De Marco, editorial Planeta.
. “La fantástica gesta del capitán Hipólito Bouchard y las campañas corsas”, recopilación de Hector Oscar Cottonaro.
. “El corsario albiceleste: Hipólito Bouchard “, ensayo de Pablo Martín Cerone.