Viedma.- (APP) -¡Por favor! ¡Están crucificando a Nietzsche!- grité.
– No me vengas con eso – respondió mi amigo Federico, con quien compartía una pensión muy cerca del centro de Buenos Aires -. Yo sólo tengo oídos para Hegel, para Kant, y te diría que hasta para Marx, y además me agarrás en un momento de descanso, saboreando un café y leyendo unos cuentos de Asimov. Así que no me jodas; menos con Nietzsche.
Él no entendía que no me refería al pensamiento de Nietzsche, con el que teníamos alguna que otra discusión, ya que para mí el alemán no se oponía a los pensadores de la Ilustración -y Marx coincidíamos era la Ilustración, corregida materialmente-, sino que se trataba de una línea filosófica en esa línea, pero radicalizada, nihilista. Me refería al Nietzche real, el de unos 40 años, con un gran mostacho que prácticamente le ocultaba la boca, frente ancha, y el pelo corto pero abundante, peinado como con un jopo de izquierda a derecha, que desde la ventana veía estaban crucificando en una de las plazoletas de la 9 de Julio.
-¡Te digo que crucifican a Nietzsche en serio!- volví a gritar, señalando con mi mano por fuera de la ventana.
Federico apoyó el libro en el piso, y sin levantarse del sillón, me respondió: «Dejate de joder, no me pienso levantar, ¡¿cómo van a estar crucificando a Nietzsche?! ¡¿Estás en pedo?!».
-No, no estoy en pedo, boludo – respondí-. Vení, asomate y decime si no es Nietzche al que están crucificando.
Federico, con desgano, se acercó a la ventana y se quedó unos segundos congelado, sin poder creer lo que estaba pasando.
-Es imposible- dijo casi en un murmullo. Y agregó: «Parece Nietzsche, pero no puede ser Nietzsche. Aunque están crucificando a alguien que parece Nietzsche. ¡Y Cómo puede ser que estén crucificando a alguien en plena Buenos Aires!».
-No tengo idea, pero aunque Nietzsche haya muerto hace como 99 años, te diría que estoy seguro que se trata de Nietzsche. No puede haber alguien tan igual.
Y agregué: «Bajemos a ver».
Federico dudó unos segundos. Trató de encontrar alguna explicación lógica: «Debe ser una teatralización del vía crucis o algo así, y en lugar de alguien parecido al estereotipo de Cristo, pusieron a otro parecido a Nietzsche…».
Yo volví a insistir con mi teoría: «Pero no ves que ni siquiera está desnudo o con un taparrabo. Está con un traje similar a los que se usaban a fines del siglo XIX. Y si es una teatralización, es muy buena, porque de acá se puede ver la sangre goteando de las manos y los pies perforados por clavos».
Sin argumentos que oponer, y también por curiosidad, Federico acordó que bajáramos a ver.
Corrimos hasta la plazoleta, y al llegar había unas diez personas alrededor de la cruz. Verdaderamente la persona clavada parecía Nietzsche, y no había nada de teatro. Aunque no gritaba ni se quejaba, podía verse en su cara el dolor. Las diez personas que estaban alrededor eran las responsables de haberlo clavado a una cruz, porque tenían martillos, maderos, clavos, una escalera, y manchas de sangre en sus manos y ropas que seguramente brotaron de las heridas causadas en el cuerpo del crucificado.
-¡Viste que era Nietzsche! – le dije a mi amigo.
Las personas que estaban alrededor asintieron. Uno me respondió: «Claro que es Nietzsche».
Mi amigo se vio obligado a replicar: «Pero, ¡¿cómo va a ser Nietzsche?! Nietzche murió hace una pila de décadas, casi un siglo».
-No sea iluso – le respondió uno de los responsables del crimen-. No se da cuenta que es Nietzsche. Usted no leyó acaso su teoría del eterno retorno. El alemán tenía razón, a Nietzsche lo encontramos acá en Buenos Aires, vivito y coleando, y por eso lo tuvimos que crucificar. Nos pareció que era la mejor muerte que le podíamos dar, porque a pesar de su Anticristo, él admiraba a Jesús, sólo odiaba la religión que se creó en su nombre.
-No me venga con teoría – exclamó Federico -. Conozco bastante del pensamiento de Nietzsche, pero a mí no me va a hacer creer que Nietzsche revivió acá en Buenos Aires, y además, aunque éste sea un loco que se cree Nietzsche, cómo van a cometer un crimen, cómo van a crucificar a alguien.
-Pregúntenle si tienen dudas, todavía está vivo, se van a dar cuenta que no mentimos. Él es Nietzsche, y no hay que correr el riesgo que se repita otra vez la historia, que dentro de treinta o cuarenta años tengamos acá en el país un régimen como el nazi, cuyos fundamentos no hubieran sido posibles sin Nietzsche, porque hoy no fuimos capaces de actuar… Usted lo ve en la cruz, este Nietzsche revivido andará por los cuarenta años, y a sus cuarenta años todavía no había terminado de escribir Así hablaba Zaratustra; si ahora muere hay una esperanza de que todo no se vuelva a repetir…
Yo intervine: «Ustedes están locos. Mi amigo tiene razón. Cómo van a crucificar a alguien. Aunque sea Nietzsche, y más por ser Nietzsche, cómo lo van a crucificar…
Mientras Federico se acercó a la cruz, y mirando a la cara al desgraciado que agonizaba, le preguntó: «¿Usted es Nietzsche?».
El tipo, que en verdad era igualito a Nietzsche, asintió, y con esfuerzo dijo: «Soy Nietzsche». Habló en castellano, pero con indudable acento alemán.
-Vieron que era Nietzsche – nos volvió a decir la persona que había justificado ese acto infame que estaban cometiendo.
-Que él diga que es Nietzsche, no quiere decir que lo sea – respondió Federico. Insisto que ese tipo no puede ser Nietzsche y que ustedes están locos.
-¡Por favor, bájenlo de la cruz! – grité – . Traten de remediar esta barbaridad.
Las diez personas responsables del crimen empezaron a rodearnos, y a levantar la voz.
-Si siguen jodiendo les va a pasar lo mismo- dijo uno.
-Ustedes lo deben haber estado apañando todos estos años- dijo otro.
-No ven que es justo lo que estamos haciendo, los locos son ustedes -gritó otro más.
Federico empujó a uno que lo increpaba, gritando: «¡Están locos!, cómo van a sacrificar a una persona. Estamos en un país democrático, no en Irán…».
-Los vamos a denunciar ya mismo – grité.
Uno de los tipos que nos acosaba hizo señas al resto para que nos agarraran y gritó: «Ustedes no van a denunciar a nadie».
Así, en pocos minutos, apoyaron nuestras espaldas a los maderos de dos cruces, nos sujetaron fuertemente de manos y piernas, y empezaron a clavar.
El dolor de los clavos perforando músculos y nervios fue insoportable, y más todavía cuando sentimos que la carne se desgarraba por el peso del cuerpo cuando elevaron las cruces y las clavaron a la tierra, a los costados de la cruz donde agonizaba el que se parecía a Nietzche.
La similitud con la crucifixión de Cristo y los dos ladrones era indudable.
Todo era una pesadilla fantástica, pero desgraciadamente real, aunque tampoco entendíamos cómo no se acercaban otras personas o la policía para liberarnos de esta locura. Buenos Aires a veces es así, y más en estos tiempos en que a nadie le importa lo que le pasa al otro.
La pérdida de sangre, no sé por qué razón, fue aminorando el dolor, aunque de a poco me sentía desfallecer.
Federico me gritó: «¡No te preocupés, alguien nos va a salvar en cualquier momento. Esto no puede estar pasando!».
-Yo les empecé a gritar a los verdugos: «Hijos de puta!! Bájennos de acá, hijos de puta…!
De pronto el que se parecía a Nietzche, me miró de costado, y dijo: «No hay remedio, lamentablemente no hay remedio».
-Cómo que no hay remedio? – le respondí. Esto es una locura, alguien nos tiene que sacar de manos de este grupo de locos…
Y le pregunté: «Por qué lo crucificaron, qué les hizo».
El tipo respondió: «Ellos tienen razón, yo soy Nietzsche».
-Pero cómo va a ser Nietzsche- le dije. Al verlo yo mismo me confundo, es igualito, pero es imposible que usted sea Nietzsche.
Federico acotó: «Si usted es Nietzsche yo soy Mahoma. ¡Están todos locos! Usted y todos esos hijos de puta que nos crucificaron».
El que se decía Nietzche habló: «Yo sé que esto es muy extraño. Yo mismo cuando escribía sobre el eterno retorno no pensé en esto, en esta burla del destino. Yo me refería a otra cosa. Sabía que la idea era una carga muy pesada, porque le mostraba a los hombres que descansaba sobre sus actos una responsabilidad insospechada: un error que retorna no es lo mismo que un error que no tiene atributo de eternidad. Exaltaba al hombre, fortalecido de sacarse el peso de la dicotomía de la vida y la muerte. Yo pretendía la destrucción del tiempo, no su repetición. Pero, bueno, en algunas cosas estaba equivocado, y terminé apareciendo en este país en cierta medida acostumbrado a repetir todo lo que le ocurre…
Y agregó: «Quizás al morir le estoy haciendo un gran favor a este país… quizás… «. Luego calló; entró en la inconsciencia que antecede la muerte.
*Cuento que integra el libro “El guardiacárcel guevarista y otros cuentos” de Ediciones El Camarote (2009), con prólogo del reconocido escritor, comunicador social e investigador en temas de cultura popular ya fallecido Juan Raúl Rithner y dibujo de tapa del artista plástico roquense Chelo Candia.