Viedma.- (APP) Durante la primera mitad de la centuria pasada una importante cantidad de inmigrantes libaneses eligieron a la Argentina para emprender el desafío de una nueva vida. Las razones que los empujaron a abandonar la tierra natal fueron analizadas en un interesante curso dictado recientemente por el historiador Walter MoüllerMoujir, a través del Centro Argentino de Investigación sobre la Inmigración Libanesa (CAIIL).
Este cronista, afectivamente ligado a una de las tantas familias patagónicas que reconocen sus orígenes en la llegada de inmigrantes del Líbano, participó de esa experiencia realizada vía zoom-internet y se siente motivado para exponer en este artículo algunas consideraciones acerca de la comunidad inmigrante libanesa en nuestro país.
Fue estremecedora la descripción que Walter Moüller brindó acerca de los múltiples factores que provocaron aquella emigración masiva, revelando aspectos de la crisis social, económica y política resultante del fracaso del modelo imperial Otomanoque sometía al Líbano, arrastrando en una caída dramática la industria de la seda y los cultivos de mora, que era el alimento esencial para el gusano productor del valioso hilo.
Todo esto sumado a una compleja crisis económico-financiera, que arrancó en las últimas décadas del siglo 19 y se profundizó mientras avanzaba una nueva centuria; con graves consecuencias sociales, que llevaron a condiciones extremadamente precarias de vida a los trabajadores desempleados y sus familias, en cercanías del final de la primera Gran Guerra; y con el agregado, además, de conflictos violentos por rivalidades interétnicas e interconfesionales, en el clima de represión impuesta por el régimen imperial Otomano.
Así entonces el camino de la emigración, hacia distintos puntos de América, fue elegido por miles de libaneses como alternativa para un cambio de destino vital. Aquellos emigrantes eran jóvenes de entre 16 y 30 años, sanos y fuertes, mayormente experimentados en actividades de la agricultura y la ganadería, valientes, dispuestos a ponerles pecho y corazón a las dificultades.
Salieron de los puertos de Beirut,Soür (Tyro), Jbail (Byblos), o quizás también de Estambul, con pasaportes que les extendía la Sublime Puerta (nombre del gobierno Otomano) que les acreditaba la nacionalidad “turca”, aunque proviniesen de Siria o Líbano. Contrataban los largos viajes de ultramar (de hasta un mes arriba del barco, según el destino) a través de empresas que ofrecían condiciones aceptables a bordo de las naves, y acompañamiento en el lugar de arribo para encontrar alojamiento y empleo. Esas promesas pocas veces se cumplían, sobre todo en cuanto al periplo marítimo, donde eran hacinados en sucias y malolientes bodegas.
La cuestión idiomática se les presentaba como la primera barrera por superar, una vez arribados a la Argentina y otros países americanos. Los empleados de las oficinas de Inmigración no sabían leer en árabe para interpretar el documento, veían los sellos de la autoridad otomana y los asentaban como “turcos”; no entendían sus palabras cuando mencionaban sus nombres y apellidos, y en el registro de entrada se producían numerosas alteraciones y deformaciones.
En el caso que este cronista conoce de cerca por el testimonio de sus hijos y nietos, el inmigrante Elías Chaina (primero y segundo nombre) Akiki (apellido) quedó para el resto de su vida identificado como Elías Chaina, pues los agentes de Inmigración, en el puerto de Buenos Aires, no entendieron sus dichos ni la papeleta que portaba.
Aquel joven libanés, nacido en el pueblo de Hrajael, distrito de Keservan, región de Monte Líbano, se radicó en un punto de la línea sur de Río Negro que mucho después se llamaría Clemente Onelli. Se casó con una criolla llamada Eduarda Hernández y tuvo once hijos (sólo una mujer en medio de la prole), que le dieron alrededor de treinta nietos, casi todos portadores del apellido Chaina, literalmente inventado en el puerto de la capital argentina.
Con nombres y apellidos a veces cambiados o mutilados, pero con mucho amor propio y ganas de progresar se fueron adaptando al nuevo hábitat esos “falsos turcos”, que en realidad eran sirios-libaneses, en honor a ladenominación global para dos pueblos cuya independencia y separación se produjo a mediados del siglo pasado.
Con paciencia fueron superando otros inconvenientes, en actividades que les permitieran generar ingresos para subsistir y establecerse con sus crecientes familias. No les fue fácil, porque el mercado laboral en el que podían insertarse -como peones de diversos oficios- ya estaba en gran parte ocupado por los contingentes migratorios europeos -fundamentalmente italianos y españoles- que habían llegado masivamente unos años antes.
La venta callejera en grandes ciudades, como pioneros del “delivery” actual, sostuvo Walter Moüller en una de sus amenas charlas, fue una de las ocupaciones que los caracterizó durante muchos años, permitiéndoles progresar con relativa facilidad y en forma de emprendimiento independiente. En las zonas rurales este sistema de venta se adaptó a las grandes distancias, montando el comercio ambulante sobre carros, tanto para vender como para comprar, o hacer trueque de mercaderías manufacturadas por cueros de oveja y cabra, lanas y pelo, y pluma de ñandú que el comerciante “turco” después vendía a los acopiadores regionales. Para identificar a esta actividad surgió el término “mercachifle”, utilizado de manera despectiva por aquellos que trataban de menospreciar al inmigrante árabe. Este desprecio muchas veces surgió de otros extranjeros, quizás arribados con anterioridad, que veían afectadas sus ganancias por la competencia de los libaneses.
En el transcurrir de las décadas, con esfuerzo y sacrificio relacionados sobre todo a las inclemencias climáticas de la región patagónica, estos inmigrantes lograron progresar en lo material. Pero esa relativa tranquilidad nunca pudo superar la nostalgia y el desarraigo, que se hacían presentes esencialmente en las horas (pocas) de descanso y diversión.
En esos momentos las cocinas de los árabes argentinizados se poblaban de los sabores y aromas de las comidas tradicionales, del vapor del narguile, el café y el anís, que en algunos casos conseguían de importación directa y en otros se animaban a elaborar artesanalmente. Esos sabores y aromas, quizás también acompañados por el sonido de un improvisado derbake y una flauta para acompañar las danzas y canciones del ancestro, servían como oportuno bálsamo ante la tristeza por la lejanía entre la meseta y el valle patagónico y el amado y extrañado Monte Líbano y las azules aguas del Mediterráneo.
A poco de llegar se fueron organizando las sociedades mutuales y comunitarias que congregaron a los sirios y los libaneses (por caso la Asociación Sirio Libanesa de Esquel, fundada en 1925 y una de las más antiguas del país) para facilitarles cuestiones de asistencia médica, organizar reuniones culturales, y mantener viva la esencia popular.
El desarrollo alcanzado por las empresas familiares de libaneses fue significativo. A la generación de inmigrantes, casi todos ellos autodidactas y de escasa formación escolar, les siguieron sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos pasando por la educación formal, alcanzando grados académicos. El protagonismo comercial, agropecuario y fabril de la comunidad libanesa en cada uno de los puntos donde se radicaron se complementó, con sana visión estratégica, con la participación en entidades civiles y en la política gubernamental donde han sido y siguen siendo actores principales en cuerpos parlamentarios de distintos órdenes estatales y en cargos de los Ejecutivos municipales, provinciales y nacionales.
Algunos de estos temas fueron desarrollados, con precisión de fechas y datos estadísticos, referencias bibliográficas y láminas explicativas, en el muy esclarecedor curso “Líbano, entre la historia y la inmigración” que a lo largo de cinco encuentros -via zoom entre el 19 de junio y el 24 de julio- desarrolló el CAIIL. La conducción y disertaciones principales sobre el enfoque histórico estuvieron a cargo del ya citado profesor MoüllerMoujir, con la coordinación de Alexia Kiener Chamas, y Rosalía Halbouty. Expusieron, desde sus respectivas especialidades María Ester Jozami (UK Bs. As.), Bertha Abraham Jalil (UNAM México), María Rosa Salomón (Tucumán),. Laila Daitter (UCC Córdoba), y BeatrízMaraude José (UGR Santa Fe).
Hubo un total de 70 inscriptos, de distintas provincias de Argentina, y de Líbano, Colombia, México, Estados Unidos, Ecuador, y República Dominicana. Todos los asistentes a los encuentros virtuales tienen lazos de sangre y afecto con la inmigración libanesa. Hubo mucha emotividad en algunos momentos, y se reforzaron las inquietudes por la grave situación por la que atraviesa actualmente el pueblo del Líbano, con expresiones de deseos por la pronta recuperación del bienestar y la seguridad de todos los habitantes de ese maravilloso País de los Cedros. (APP)