Viedma.- (APP) Al norte de Carmen de Patagones, en cercanías de la localidad de Cardenal Cagliero, hay escenarios naturales mágicos, donde la luz juega con los colores sorprendentes que reflejan las enormes lagunas saladas. En el territorio de la Salina de Piedra el cielo parece más azul, en el contraste con el horizonte de tonalidad blanco grisácea donde las siluetas de hombres y máquinas adquieren contornos de fantasía por las ondulaciones del aire caliente. Todo está envuelto en una atmósfera de sueño, donde la imaginación puede no tener límites.
Los trabajadores de la sal parecen desplazarse en el aire, tal vez porque el colchón mineral que los soporta es una nube amarrada al suelo; los enormes y oxidados camiones que llevan la carga salina surgen desde parvas gigantes y parecen salidos del desierto de una película de la serie Mad Max, pero en versión pacífica y laboriosa, trepando en el sol de febrero. Las sombras son intensas, con bordes bien marcados, el viento sopla del oeste y agita fantasmas amigables. Aquí y más allá nos atrapan los húmedos manchones rosados, salpicando la pradera con nostalgias de mar tropical. El mar verdadero está muy lejos, pero quizás existe una enigmática conexión subterránea con esta depresión del entrañable sur bonaerense.
Hemos llegado al sitio formando parte de una cordial caravana de autos, que convocó y organizó la dirección de Turismo de Patagones. Somos más de cien personas que descubrimos y nos fascinamos con este paisaje, cercano en la geografía y al mismo tiempo distante en la historia.
Tras la breve introducción por parte de María Lucía Fernández, titular de ese ente municipal, la guía Mónica Seguel comienza a contar los antecedentes, desde los tiempos en que fue un emprendimiento de capitales británicos, hacia fines del siglo 19 y comienzos de la centuria pasada. Lorena Amaro, encargada de operaciones de la empresa Recasal, adjudicataria de una parte del yacimiento, ofrece detalles del sistema de explotación. Mientras tanto, a pocos metros, sobre el filo de la montaña salina, rugen los motores de las palas cargadoras y los pesados transportes desfilan muy cerca de nosotros con su constante acarreo.
Tantas veces, transitado por la ruta nacional tres, yendo o viniendo, el antiguo cartel (a mano derecha en viaje de ida) nos ha advertido sobre el acceso a la Salina de Piedra; y antes, cuando
funcionaba el servicio del tren de pasajeros del Ferrocarril Roca, invariablemente llamaba la atención del viajero ese enorme lago de superficie rojiza, que las vías rodean en una amplia curva.
El desarrollo de la salina fue parte importante de la vida económica del partido de Patagones, cuando los cargamentos de sal fueron la principal mercadería embarcada hacia destinos del norte de la provincia de Buenos Aires y también del Brasil. Se trataba de un insumo fundamental para los saladeros y curtiembres donde se procesaban las carnes y cueros de la pampa húmeda, de allí su estratégica importancia comercial.
Al comenzar la explotación de la salina, en 1887 por cuenta de la Compañía Salinera Anglo Argentina, de Eduardo Mulhall, el agua de la laguna y la sal contenida en el líquido elemento eran bombeados por cañerías de 87 kilómetros de extensión hasta el puerto de Bahía San Blas. En 1906 se abandonó este sistema y en grandes carretones la sal enfardada comenzó a transportarse a Carmen de Patagones. A partir de 1922, cuando el trazado ferroviario llegó al lugar, los cargamentos salieron por el tren. En la actualidad se mueven en camiones, después del secado en una planta situada en el pueblo de Cagliero.
Tiempo atrás, mucho pudimos aprender sobre la Salina de Piedra en un pequeño y hermoso libro titulado “Una laguna diferente en mi memoria” escrito por la señora Guiomar Fernández de Catellani, más comúnmente conocida como “Chola” Catellani, quien nació y pasó toda su infancia en el pueblo formado junto a la salina, ya que su padre tuvo allí distintas ocupaciones, desde peón de pala hasta administrador, ascendiendo en los cargos por el mérito de su desempeño.
La obra de Chola Catellani , editada hacia el año 1999 por María Cristina Casadei, desborda datos interesantísimos sobre la actividad industrial salinera, la vida social en el poblado de unas 400 personas allí instalado y las anécdotas propias de la subsistencia en un medio rural inhóspito, aunque a sólo 45 kilómetros del pueblo de Carmen de Patagones.
Como ilustración bien valen algunos pasajes del libro “Una láguna diferente en mi memoria”.
”En aquellos días el pequeño poblado era un manojito de casas repartidas en un semicírculo y pintadas de blanco. Eran de zinc y por dentro estaban forradas de madera, constando de uno o dos dormitorios y la cocina. Todas las habitaciones se abrían al corredor y tenían pisos de ladrillos excepto la cocina que lo tenía de tierra. (…) La población sufrió cambios positivos hacia el año 1953 debido a la política social del gobierno.
La obligación de dotar de comodidades mínimas a los trabajadores llevó a la empresa a construir hermosas casas de material, con baño instalado y agua caliente y fría y pisos de cerámica. (…)
En total existían 14 casitas y grandes galpones. En su interior se guardaban 27 camioncitos Ford T con ruedas macizas de llantas de acero y dos máquinas Otto Deutz con sus vagonetas para usar en el desvío hacia la estación ferroviaria. Además en los galpones se alojaban la herrería, la carpintería, la caldera, las oficinas de la administración y después de 1950 la cabina telefónica (…)
En los primeros tiempos, en la época de la cosecha de la sal mi madre, con la ayuda de su hermana, cocinaba para los peones golondrina que nunca eran menos de 80 y que podían llegar a cien. La tarea era dura y agotadora, ambas se levantaban a las cuatro de la madrugada para preparar el desayuno: un humeante mate cocido acompañado por un trozo de crocante y sabrosa galleta de campo. La infusión se hervía en ollas de acero de cincuenta litros cada una y se servía en dos tandas, una a las seis y la otra a las siete de la mañana. Terminado el desayuno y los trabajos de limpieza ollas y jarros de aluminio se comenzaba a organizar el almuerzo y así, sucesivamente, la merienda y la cena. Las comidas eran sanas y con muchas calorías. Los lunes se ofrecía puchero de oveja, papas y sopa de fideos; los martes y miércoles, guiso carrero; los jueves, tallarines al tuco; los viernes puchero de espinazo; los sábados asado al asador y los domingos tallarines al tuco y de postre queso y dulce, un verdadero manjar para los trabajadores”.
El relato de Chola Catellani es muy rico en detalles que permiten reconstruir esa vida de privaciones y trabajo muy duro, en la explotación de la sal. Hay muchas páginas que merecen ser leídas porque la historia de la Salina de Piedra constituye un punto de encuentro para nuestra identidad.
Este cronista también pudo recoger, hace varios años, el testimonio de Lito Hernández. quien a los 18 años llegó desde la Línea Sur para conchabarse como peón en la salina, por 1953. Lo que sigue es una parte de sus recuerdos.
“El trabajo era muy duro, yo estaba en un grupo de seis muchachos que embolsábamos sal en un galpón; después un cosedor las cerraba y nosotros las hombreábamos para hacer la estiba. En total trabajaba mucha gente, en las parvas donde había que romper a pico la capa de afuera, y en la molienda para la sal fina. Se sacaba una sal de muy buena calidad, yo también estuve un tiempo en esa molienda de sal fina, donde se ponían las bolsas en un tubo y la máquina molía y embolsaba.
Los patrones eran exigentes, pero nosotros no teníamos problemas. Nos habituamos a hacer el trabajo en el galpón, donde ya sabíamos perfectamente qué había que hacer, cumplíamos el horario y ya nos llevaban para la casa. Parece que la cosa era exigente en la playa en donde estaban las parvas. Nosotros dormíamos y comíamos allá mismo, y después los fines de semana nos llevaban a pasar los días de franco en Carmen de Patagones.
Recorríamos mucho el pueblo, porque aprovechábamos a comprar algunas cosas. La pasábamos lindo, porque veníamos más que nada a divertirnos, éramos jóvenes y en ese tiempo todo nos venía bien. Fuimos muchas veces a los bailes en la Española, pasábamos también por el bar de Pappático. Finalmente el domingo a la noche venía de vuelta el camión para buscarnos.”
Como dijo Lito: “el trabajo era muy duro”, porque en aquellos tiempos era totalmente manual, y por lo mismo era muy importante el número de hombres contratados.
Es bueno considerar, en este punto, el breve pero muy completo detalle que ofrece la página oficial de la Municipalidad de Patagones en relación con este escenario.
“El proceso natural de la salina la convierte en un recurso renovable dependiendo de las lluvias y en los años de sequía, por lo que con escasa lluvia hay poca producción.
Durante el invierno la salina se llena de agua y comienza a acumularse la sal. Durante la primavera, la sal florece y toma esta tonalidad color rosa. Durante el periodo estival, las algas y bacterias que habitan en su interior aumentan su ciclo de reproducción, tiñendo así toda el agua con un tono rosado, el color del pigmento de dichos organismos. Luego, se seca y es cosechada durante el verano.
El Partido de Patagones está caracterizado por una topografía llana suavemente ondulada, donde las condiciones semiáridas del área han facilitado la concentración de minerales evaporíticos que constituyen depósitos salinos temporarios, frecuentemente alineados a lo largo de depresiones regionales, a veces con altitudes negativas respecto al nivel del mar.
Algunos de estos cuerpos constituyen «salinas de cosecha», explotadas tradicionalmente para la extracción de sal para uso industrial y doméstico. Se trata de cuerpos de agua temporarios en donde parte de la reserva de sales se disuelve durante la época de inundación y precipita por evaporación en épocas de sequía. Estos depósitos pueden variar en su composición mineralógica, la concentración y densidad de la salmuera, la proporción de materiales clásticos, el espesor de las capas de sal, la textura de los minerales evaporíticos, y otros aspectos. Sus posibilidades de explotación están condicionadas por la acción de factores medioambientales relacionados con las características meteorológicas y los regímenes hidrológicos, que controlan la dinámica y evolución de estos depósitos.
La salina es propiedad de la Provincia de Buenos Aires, y está concedida para su explotación por 99 años a dos empresas. Se trata de las firmas Recasal de Bahía Blanca y Juan Pereyro.
A fines de diciembre comienza la cosecha de la sal que dura unos 45 días dependiendo del tiempo.
Durante ese lapso, la laguna está seca y la sal que fabrica naturalmente durante el año comienza a ser extraída, comienza lo que se denomina la cosecha. Se hace con máquinas que se meten en la laguna y luego se lleva en camiones.
La sal extraída en la Salina de Cagliero, se lleva para ser utilizada industrialmente en curtiembres, petroquímicas, fábricas de vidrio, de jabón,y otras aplicaciones”.
Apenas el personal y los vehículos se retiran de la parva, con la pausa merecida para el descanso y refrigerio del mediodía, los visitantes nos lanzamos en plena libertad a la recorrida del amplio predio. Como aventureros apasionados, como descubridores de un planeta extraño para todos nuestros sentidos, maravillados y ansiosos, nos internamos en el país de la sal.
Precisamente vienen a la memoria algunos versos del gran poeta rionegrino Ramón Minieri.
“Este es el país de la sal, el país de la sed, la sed es un árbol sin párpados, de cornamenta blanca. Y del árbol de la sed crecen las varas de los rabdomantes. Varas enhiestas, que despiertan manantiales cuando piafan. Este es el país de la sal, el comienzo del comienzo de todas las aguas”.
Este cronista medita, en lo alto de la montaña de sal levantada por los hombres de sal, sobre la ingenua ilusión de los rabdomantes (esos mágicos buscadores de agua dulce que atraviesan a pie los campos, con un palito vibrante entre las manos) que se atreviesen a entrar en este campo de blancos copos calientes.
Cuando terminamos la expedición en los senderos de la parva, luego de cosechar cientos de fotos (y no todas quedarán bien enfocadas, por el reflejo y la intensidad lumínica que son enemigos del fotógrafo aficionado) vamos al encuentro de un animado grupo de estudiosas de la flora silvestre de la región.
Son integrantes del Centro de Estudios Ambientales de la Nor Patagonia (CEANPa), de la Universidad Nacional de Río Negro. Guadalupe Peter, Silvia Torres Robles y Cintia Leder, que son Biólogas; Delfina Arancio y Belén Rodríguez, licenciadas en Ciencias del Ambiente; y Florencia Agosto, que es Química, ponen sus conocimientos científicos al servicio de una charla guiada donde se nos revelan encantadores secretos de la vida de la salina.
Por ejemplo nos enteramos así que las bacterias que originan la coloración rojiza de las aguas son el alimento esencial para pequeños crustáceos llamados “artemia salina” y que estos seres vivos son el plato preferido de los flamencos, que suelen detenerse en grandes bandadas sobre estas lagunas. En suma: los flamencos son rosados por su alimentación en aguas salobres.
Con humor y mucho criterio didáctico estas simpáticas profesionales nos presentan a las plantas que con enorme capacidad de adaptación se las arreglan para vivir al borde de la salina: como los jumes, los cachiyuyos, el palo azul y otras especies de aspecto muy humilde, que conviven con alpatacos, piquillines, y algunos caldenes, por nombrar sólo algunos de los habitantes vegetales del monte de la salina.
Va llegando el momento del regreso a Carmen de Patagones. Uno de los compañeros de excursión comenta, a modo de despedida: “este es un lugar maravilloso para filmar una película”.
La charla nos lleva, entonces, a dos referencias. Las dos perfectamente documentadas.
En 1972 un director de cine experimental, nacido en Viedma, llamado Juan Fresán, comenzó a filmar una película que era mezcla de documental con ficción. Se iba a llamar “La nueva Francia” y contaría la rara historia de Orelie Antoine de Tounens , aquel francés que se adjudicó el título de Rey de la Patagonia hacia la mitad del siglo 19. Con actores no profesionales y un carro de caballo de cuatro ruedas (que se había usado para reponer el alumbrado público en Viedma) a principios de ese año se filmaron escenas en la Salina de Piedras. Este filme nunca se terminó. Pero en el 2010 un grupo de jóvenes cineastas, encabezado por Lucas Turturro, realizó el documental “Un rey para la Patagonia”, que puede verse en la plataforma Cine.Ar Play, donde se rescató esa secuencia y, además, en la portada de presentación, se muestra un fotograma tomado en la salina.
Más adelante, en 1994, bajo la responsabilidad del calificado director Héctor Olivera (el mismo de “La Patagonia rebelde”) se filmó “Una sombra ya pronto serás”, una ficción muy imaginaria, con Pepe Soriano y Miguel Ángel Solá como protagonistas. La escena final, donde también aparece el actor español Eusebio Poncela, está filmada en la Salina de Piedra, con un impresionante Rolls Royce de colección, modelo 1950. Este filme está disponible en Youtube, la secuencia en la salina arranca en el momento 1 hora, 29 minutos.
Transcurren las primeras horas de la tarde. La Salina de Piedra va quedando atrás, la última percepción de la gran parva salitrosa se va perdiendo por el espejo retrovisor. El teléfono móvil y la cámara Nikon registraron los juegos de la luz con los colores, habrá que ver, corregir, editar y seleccionar. Las mejores imágenes no estarán en ningún soporte digital, ni en la pantalla de la computadora portátil, porque quedaron en la memoria de quienes disfrutamos de la experiencia. Interesante y sorprendente, enriquecedora. (APP)