Viedma.- (APP) Aunque la mayoría de las personas en el mundo lo ignora, las hormigas tienen como principal actividad la minería. Por eso hacen largas y profundas cuevas en la búsqueda de oro, plata y otros metales preciosos.
La minería implica un trabajo arduo y pesado, de allí que necesiten grandes cantidades de alimento que compensen el gasto de energía.
Mientras puede verse sobre la superficie de la tierra un número incontable de estos insectos en fila llevando hacia la entrada de los hormigueros pedacitos de hojas y ramitas con savia de distintas variedades de arbustos necesarias para el alimento, otro número similar en la oscuridad de las cuevas se encarga de recolectar los valiosos minerales.
Ya Gayo Plinio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo, militar y naturalista romano que vivió entre el 23 y el 79 después de Cristo, presentó pruebas irrefutables de la existencia de las hormigas mineras. Tuvo sólo dos errores. Limitaba su minería al oro, cuando en realidad en regiones con poca presencia de vetas de este metal precioso podían ocuparse de otros como la plata, el platino, el iridio y el paladio.
Escribió también el romano en su “Historia Naturalis” que las hormigas mineras eran un grupo específico de este tipo de insecto, una variedad que se diferenciaba del resto por su gran tamaño, casi el del “lobo egipcio”. Por eso Plinio el Viejo hablaba de las hormigas mineras como “animales” y no como “insectos”.
En realidad todos los tipos de hormigas se dedican a la minería y aunque hay algunos grupos con un tamaño significativo, como las llamadas “gigantes australianas” que llegan a medir entre 3 y 4 centímetros, por supuesto que no existe ninguna del tamaño de un lobo o un can doméstico, ni siquiera cercana al chihuahua, la raza de perro más pequeña que se conoce.
El relato excéntrico de Plinio del gran tamaño de las hormigas mineras, capaces incluso de perseguir a los humanos ladrones de su oro y “destrozarlos”, provocó que primara el desconocimiento sobre el principal oficio de estos insectos, atribuyendo la supuesta recolección de metales preciosos a una fantasía.
Pero aquí y allá a lo largo de la historia hubo otras personas célebres que dieron fe de la realidad irrefutable de las hormigas mineras.
Uno de ellos fue el filósofo y canciller de la república florentina Brunetto Latini, en el siglo XIII, también el teólogo Sebastián Munster en el siglo XVI y el sultán otomano Sulaiman II en el siglo XVII.
Hasta el influyente científico Charles Darwin, creador de la teoría de la evolución, se concentró durante mucho tiempo con el estudio de las hormigas, interrogándose cómo funcionaba la selección natural para que toda una colonia, no ya un grupo de individuos, tuviera como única obsesión la minería.
Dicen que en nuestro país Jorge Luis Borges, con su interés sobre relatos y libros raros y misteriosos, hizo un racconto de los hombres que a lo largo de la historia universal dejaron constancia, más no sea en unas pocas líneas, de la realidad de las hormigas mineras, buscadoras de oro y otros metales preciosos, rastreando el origen testimonial nada menos que en Heródoto, el reconocido historiador y geógrafo griego, unos 500 años antes de Cristo.
El autor de El Aleph incluyó además a su connacional Macedonio Fernández, de gran estatura literaria también, quien habría escrito un largo poema sobre la vocación subterránea de estos insectos, aunque el texto se perdió en las reiteradas mudanzas que hacía de uno a otro cuartucho de pensión.
El propio escrito de Borges de prolijo rescate de las menciones a las hormigas mineras también se extravió y por eso no figura en ninguna antología, pero las mujeres lazarillo que tuvo Borges, como Alicia Jurado y María Kodama, dieron fe en su momento de la existencia de esta obra.
Aunque todavía hoy la mención de las hormigas mineras, codiciosas acumuladoras de oro, plata y otros metales preciosos, sólo genera escepticismo o incredulidad en los eventuales escuchas -un autor, Paul Tabori, recopiló una parte de los testimonios que he mencionado como parte de su “Historia de la estupidez humana”-, puedo dar certeza de la absoluta realidad de su existencia. Que no se trata de una leyenda fantástica como el unicornio, el lobizón o, para buscar un paralelo más acorde, la araña Cara de Niño.
Si muchos consideran que soy un hombre adinerado no es por el resultado de mi trabajo o una fortuita y voluminosa herencia, sino porque descubrí en mi patio la verdadera labor de las hormigas en su tránsito subterráneo y logré que cedan regularmente puñados de oro y otros metales de gran valor.
Una noche sin luna, cuando salí a mi patio a tomar un poco de aire fresco y fumar un cigarrillo, me llamó la atención un ínfimo centelleo dorado entre el pasto.
Descubrí que hay brillos que sólo son posibles en plena oscuridad. Y uno de ellos proviene del oro, ya que por cuestiones vinculadas a la composición química de este mineral, posee una energía interna que provoca destellos amarillos y hasta rojos.
Lo cierto que me acerqué al origen de esa pequeñísima luz y descubrí una hormiga negra que sostenía con su poderosa mandíbula un granito brillante. Sin lastimar al insecto, porque raramente mataba a los bichos consciente que algún rol cumplen en la naturaleza, me apropié de esa minúscula piedra brillante y luego, tras un cuidadoso estudio, descubrí que se trataba de oro.
Feliz por el hallazgo, otras noches estuve atento al brillo de ese tipo de pepitas, y así certifiqué que, si bien la mayoría transportaba alimento, una que otra cargaba una minúscula pieza del valioso metal.
Quizás como retribución por no matarlas, ni agarrar una pala para cavar en la tierra en la búsqueda de los depósitos con metales preciosos que seguramente la colonia atesoraba en las profundidades, las hormigas cada tantos días dejan sobre el pasto un puñadito de oro con algo de plata y otro metal que certifiqué después tiene un gran valor en el mercado, el iridio.
Los lectores de esta historia estoy seguro repetirán el error de tantos otros a lo largo de los siglos que escucharon un relato similar. Lo atribuirán a cabezas fantasiosas o fabulaciones en las que suelen caer las personas aficionadas al alcohol.
Después de todo no es muy difícil para una mente febril asociar la práctica de la minería, que en gran parte se basa en realizar profundos socavones, con los túneles también subterráneos en el que viven y se refugian las hormigas.
Si millones de personas estuvieran convencidas de la actividad principal de las hormigas, la cacería de estos insectos y los destrozos en la tierra en la búsqueda del resultado de sus laboriosas jornadas, tendrían consecuencias tan tremendas como las de un terremoto u otro desastre natural. (APP)
Ilustración: Simón Salamida