“Le curé la lombriz del intestino”, le dijo la machi a González/Por Sergio Sarachu

Viedma.- (APP) Un capítulo imperdible del libro “Nosotras somos ellas”, escrito por Laura Méndez, Mónica de Torres Curth y Julieta Santos, representa un encuentro entre una temida “curandera” de la región y un policía del Territorio.

«Un hecho que tuvo mucha repercusión en la prensa regional y nacional ocurrió en el paraje de El Cuy, en el corazón de la meseta rionegrina. En 1909 se inició una investigación por la desaparición de dos mercachifles (vendedores ambulantes) sirios-libaneses que vendían sus productos en la meseta y se habían transformado en competencia de firmas comerciales asentadas en la región, como lo era la de Inda y Contín.

Con el apoyo del ejército, se inició un expediente que tomó declaración a casi doscientos pobladores de la zona de El Cuy y terminó culpando del crimen a setenta y siete de ellos. El caso llegó a la prensa y se convirtió en un escándalo nacional e internacional. El número de “turcos” asesinados —que en principio habían sido dos— ascendió por entonces a setenta.

A los imputados se les acusó de antropofagia ritual y la prensa nacional describió con crudeza cómo los mercachifles habían sido asesinados, cortados, cocinados y comidos, aunque no había ninguna prueba al respecto. La machi Antonia Weke o Hueche, conocida con el nombre de El Macagua, pariente de un cacique, fue sindicada como la ideóloga de la masacre.

Se trataba de una mujer que vestía ropa de hombre, de la que se decía que había sido soldado en 1898 y albergaba la naturaleza femenina y masculina. Durante el proceso, muchos de los imputados murieron víctimas de vejaciones y malos tratos.

Macagua, la machi, fue la única que se salvó de la cárcel. El argumento dado por el comisario a cargo del procedimiento fue que al momento de la detención se encontraba postrada y, por su estado de salud delicado, su deceso era inminente, por lo que no fue detenida pero en la tradición oral otra fue la historia: en realidad el respeto que infundía la machi y el temor a las represalias —asociadas a sus poderes mágicos-religiosos— frenó la decisión del comisario.

Al día siguiente de este hecho, la “enferma” Macagua desapareció de su toldo a pie, con una matra al hombro y en busca de un caballo. Caminaba sin demostrar debilidad alguna. Nunca más se supo de ella.

El Macagua

El aire se cortaba con cuchillo. La sala era chica y eran como veinte. Hacía calor a pesar del viento helado afuera. El comisario fumaba unos cigarros negros que llenaban la habitación de un humo espeso. Poca luz entraba por la ventana.

Sobre el escritorio tenía unos papeles que repasaba una y otra vez sin decir nada. Y cada tanto hacía un movimiento con el lápiz que sonaba como un martillazo en el silencio de la sala.

Todos, menos el comisario, estaban de pie. Con las manos atrás, erguidos, esperando órdenes. No había indignación.

Pasó media hora hasta que el comisario dijera algo. Con la voz ronca resumió los hechos y dio las órdenes. Menos usté, González. Los demás arranquen. No podía estar parado. Tenía un dolor punzante en el vientre y sudaba como en verano. Qué mierda le pasa González, le dijo el comisario. No fue una pregunta, así que no esperaba que le conteste nada. Le dijo cuáles eran sus órdenes y se paró para abrirle la puerta. Vaya.

Nadie estaba apurado por salir a cumplir con lo mandado. Los muertos ya estaban muertos. Las nubes negras, el viento helado y seco, y lo que se olía en el aire ponía nerviosos a los hombres y a los caballos. Ajustaron cinchas, revisaron riendas, acomodaron aperos y dieron todas las vueltas que pudieron antes de salir. Empezaba a caer la tarde. Se puso rojo el horizonte, y eso, como todo el mundo sabe, es un mal presagio.

Tuvieron una noche inquieta donde los miedos se colaron en el sueño y más de uno se acurrucó en las mantas con el facón en la mano. No sabían si eran ciertas las cosas que se decían. Muchas cosas se decían. Antes de que despuntara el sol se adentraron en la pampa seca, helada y ventosa. Nadie hablaba. Cabalgaron así dos días hasta llegar. Acamparon cerca y al amanecer se prepararon sigilosamente.

Como si despertaran después de despertar, entraron al caserío al galope, en medio de gritos y tirando tiros al aire. Todos dormían, así que nadie se les escapó. Los ataron en fila, hombres, mujeres y niños, con lo que tenían puesto y en patas. Dos horas después partiría la caravana con los detenidos de vuelta al pueblo, según eran las órdenes. Menos González.

Esperó al reparo del viento a que se fueran todos. Fumó un par de cigarros y cuando ya no quedaba nadie caminó con el caballo de tiro hasta el lugar que buscaba. Tanto le habían hablado de ese toldo que lo hubiera encontrado con los ojos cerrados. El corazón le latía tan fuerte que lo escuchaba más que al viento. Cuando se acercó dos perros salieron a su encuentro ladrando, pero no le hicieron nada. Lo dejaron avanzar, como si fuera una trampa. Alguien se asomó por la entrada sin decir nada. Tenía el pelo largo y negro. Parecía un hombre, o quizás no. Lo esperaba sosteniendo el cuero para darle paso, invitándolo a entrar. Cuando González ató el caballo a un poste que había cerca y caminó decidido. Una de las cosas que más valoraban en la milicia era el coraje, pero en ese momento pensó en lo difícil que era ser valiente. Se sacó la gorra y entró. Tuvo que agacharse. Adentro estaba cálido. En un fuego al costado se asaba lento un pedazo de carne.

Pasó por su lado y la observó rápidamente. Lo miraba directo a los ojos, y González bajó la vista como por instinto. Lo primero que midió fue que no era tan gigante como decían. Tenía un olor ácido y repulsivo, pero no sentía que fuera la fiera agazapada que le habían dicho. Iba a ser difícil llevársela. Lo habían mandado a una misión que no podía cumplir sin salir lastimado.

Le dijo que se siente, señalando un cuero al lado del fuego. Transpiraba, de miedo y de calor. Ella se sentó en frente, sobre un tocón que acercó con el pie. Las piernas abiertas, acodada en sus propias rodillas. Como un hombre, pensó González, por eso se confunde la gente.

González sintió una puntada en el vientre y cerró los ojos. Se desabrochó los primeros botones de la casaca y haciendo un movimiento como para aflojar el cogote, miró alrededor. Otra mujer estaba acostada sobre un quillango. Era joven y estaba desnuda. Se sintió turbado por la imagen y enseguida bajó la vista al piso. La otra le acercó un jarro con mate caliente y un pedazo de pan con carne recién sacada del fuego. Tenía tanta hambre que decidió dejar de lado todo lo que le habían dicho de los métodos de esta mujer.

Qué busca, le preguntó directa y fuerte. González tenía la boca llena y aprovechó para pensar una respuesta mientras masticaba. Levantó la vista y vio colgados de un palo un montón de ramitos de yuyos secándose al calor del ambiente. Como sorprendido recorrió el espacio buscando los testículos de los turcos que le habían dicho que colgaban como collares, pero no vio nada. Sólo un cráneo, pelado y pequeño, marrón de tanto tiempo. Había una especie de altar, con algunas piedras de colores, trenzas de cuero y pelo, un cuchillo y varias vasijas llenas de polvo. La mujer insistió: qué busca.

A González le costó tragar el pedazo de pan con carne. La voz le salió ronca cuando dijo la vengo a buscar a usté. La mujer se rio y miró a la que estaba acostada. Hizo un amague de pararse y González apuró su mano al facón. La escopeta había quedado en la montura. Tranquilo González dijo ella y él pensó cómo sabría su nombre. Le iba a ofrecer más churrasco. Le acercó otro pedazo de carne y ahora llenó el jarro con vino. La verdad, no daban ganas de irse de ahí. Por qué me busca preguntó ella. No quería relajarse porque era así como los mataba le habían dicho, con charlas y engaños, pero el calor, el vino y la barriga llena lo hacían sentir cada vez más flojo. Era como una araña que había tejido su tela sin que él se diera cuenta, y colgaría sus intestinos de los palos que sostenían el toldo, y pondría su corazón como bandera, ensartado en un palo a la entrada, aún latiendo cuando lo sacara, aún latiendo para atraer a otros incautos. El sabor de la carne y la dulzura del vino lo llevaron a un camino de sueños perturbados y terminó tendido en los cueros al lado del fogón.

Cuando despertó se sorprendió de estar vivo. Macagua lo miraba sentada en el mismo tocón en el que estaba antes de que él cayera rendido. Se tocó el pecho. Todavía tenía el corazón en su sitio. Miró su abdomen y también ahí, estaba todo en su lugar. Pero una marca verde como de bosta seca le tapaba todo el vientre. Alarmado se sentó de un salto y buscó su cuchillo. Ya no estaba. Qué busca le preguntó ella sonriendo y mostrando sus dientes blancos y él vio brillar la hoja clavada en la tierra, cerca de los pies de Macagua.

Le curé la lombriz del intestino le dijo apuntando a su vientre con el mentón. Ya va a ver cuando cague. Recordó fugazmente los dolores que lo torturaban todos los días. Ella cerró los ojos y cantó una especie de canto amargo, más parecido a un lamento que a una rogativa. La otra mujer seguía en las sombras. González se levantó y le dijo le voy a pedir que me acompañe. Macagua se levantó también y ahora medía como medio metro más que él. Tenía los ojos de fuego, y el pelo negro refulgía en unas líneas que la luna hacía brillar como nunca había visto. Vaya González le dijo mientras apoyaba la mano en su hombro. Ya era de noche y le costó darse cuenta dónde estaba. Buscó su gorra y salió del toldo. Los perros ladraban desesperados. Así los caza, pensó. Así los caza y les saca el corazón. Montó y salió al galope tendido por la pampa gris, La luna enorme llenaba todo de sombras.

El caballo trastabilló en un pozo y cayeron ambos desparramados en el polvo seco. Cuando se recuperó del golpe, ya no escuchaba los perros y sólo veía lo que la luna le mostraba. El caballo agonizaba. Cargó la escopeta, juntó coraje y le disparó dos tiros a la cabeza. Levantó algunas pilchas y empezó a caminar. Las sombras lo ponían nervioso. Ella podía estar ahí sin que él se diera cuenta. Sintió un dolor punzante en el vientre y se escondió a hacer lo suyo entre unos pajonales. Cuando se levantó los calzones vio una masa blanca de lombrices que brillaban y se enroscaban unas con otras. Pensó en lo que le había dicho la vieja.»

El libro

“Nosotros somos ellas, Cien años de historias de mujeres en la Patagonia”, fue publicado por la Editorial EDUCO de la Universidad Nacional del Comahue y presentado en el mes de marzo de este año. Pasó Hoy recomienda su compra, la que se puede realizar en esta dirección: https://nosotrassomosellas.com.ar/

Sus autoras

Laura Marcela Méndez: nació en Cinco Saltos en 1963. Es Doctora en Historia y Especialista en Estudios de la Mujer y de Género. Docente de grado y posgrado de la Universidad Nacional del Comahue en la Facultad de Humanidades, sede San Carlos de Bariloche. Desarrolla sus tareas de investigación en el grupo ECyC/IPEHCS-CONICET-UNCo, sede Bariloche, y en el Centro Interdisciplinario de Estudios de Géneros Enplural, de la Universidad Nacional del Comahue. Ha dictado conferencias y cursos de posgrado en Chile, Brasil, México, España y Alemania y publicó, como autora o coautora, 17 libros vinculados a la perspectiva de género, la historia regional y la enseñanza de las ciencias sociales. Sus publicaciones más recientes son: como coautora Rio Negro. Los Caminos de la Historia (Pido La Palabra, 2022, 2 tomos) y como directora y coautora Desandando pasados. Escuelas, cuerpos, museos y narrativas en diálogo. Norpatagonia, siglo XX (Prometeo, 2021).Se especializa en los estudios histórico-culturales y educativos de la Patagonia Norte.

Mónica de Torres Curth: nació en Bariloche en 1961. Es Doctora en Biología, Magíster en Enseñanza de las Ciencias Exactas y Naturales y su formación de grado es en Matemática. Hasta abril de 2022 se desempeñó como docente, investigadora y extensionista en el Centro Regional Universitario Bariloche de la Universidad Nacional del Comahue, accediendo en ese momento al beneficio de la jubilación. Ha publicado libros y artículos de investigación y divulgación en temas de su especialidad. Es, además, escritora, y se dedica en particular al género cuento. Sus obras han sido premiadas en diversos certámenes. En 2017 obtuvo el primer premio de narrativa de la Editorial de la Universidad Nacional de Río Negro con el libro Todo lo que debemos decidir. También recibió el primer premio en la categoría cuento en la convocatoria 2018 del Fondo Editorial Rionegrino por su obra El camino de la Izquierda. Con la misma editorial publicó en 2020, Circulares un libro de narrativa poética en coautoría con la escritora Cecilia Fresco. Ha participado en diversas antologías y recientemente en la revista Salvaje Sur.

Julieta E. Santos: es Magíster en Derechos Humanos y Políticas Sociales, y Licenciada en Ciencias de la Educación. Actualmente es becaria doctoral CONICET con sede de su proyecto en IPEHCS-CONICET-UNCo (Bariloche). Su área de investigación son los Derechos Humanos y la formación docente. Sobre dicho tema, ha escrito materiales con fines didácticos y de divulgación. Publicó la novela Templanza (Irma) en 2019, el poemario #Tripacorazón (2020), la plaquette Esa forma adulta de demorar la noche (2022), y participó de diversas antologías de poesía. Es parte de Ediciones Las Guachas, editorial independiente y feminista de la Patagonia.

Natalia Buch: nació en Chile en 1966, debido al exilio de su familia durante el gobierno de Onganía. Fue un exilio en la pequeñez, no nacida aún, entre golpes de Estado, bastones largos y banderas. Luego de innumerables despatrias entre 1972 y 1984 realizó sus estudios primarios y secundarios en Bariloche. En 1991 obtuvo la Licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires se radicó nuevamente en Bariloche y trabaja como psicoanalista desde entonces. Acerca de otras pasiones se puede contar que la música estuvo desde siempre en su vida, que la fotografía fue un amor por adopción incondicional y autodidacta y que la escritura emerge cuando nada es suficiente para el clamor. No son oficios. Son urgencias.

Fernanda Rivera Luque: nació en la ciudad de Buenos Aires en 1974 y desde 2001 reside en Ushuaia. Realizó la carrera de formación fotográfica en prestigiosas instituciones. Es creadora del taller de Fotografía Experimental que desarrolla en la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Ushuaia, y del “Espacio Documenta”, taller sobre ensayo fotográfico. Se desempeña también como coordinadora y docente de la Escuela Argentina de Fotografía, filial Ushuaia. Ha realizado numerosas exposiciones colectiva e individualmente a nivel provincial, nacional e internacional. En los últimos años se destacan la Feria Internacional de arte ARTEBA edición 2015 (CABA) y la Tercera Bienal de arte CMUCH, Puebla, México. Su obra fue seleccionada por el Museo de Arte Contemporáneo en Salta, (2018), para la Octava Bienal de Fotografía Documental, Universidad Nacional de Tucumán (2018), para la Muestra colectiva por la memoria Haroldo Conti (2019), y para Arte postal, del Centro de Arte Faro Cabo Mayor, Santander, España. También ha recibido importantes becas del Fondo nacional de las Artes, exponiendo en el Museo Benito Quinquela Martín y en el Centro Federal de las Culturas para el estudio y realización de obra en el mismo año.

En la contratapa de la obra se lee este texto de Dora Barrancos: “Este libro realiza un recorrido por las diferentes manifestaciones de la condición femenina en nuestro extenso territorio patagónico. Es su configuración ecléctica lo que debe ser celebrado pues reúne narraciones historiográficas, nutridas por muy diversas fuentes —y anoto su tratamiento crítico—, junto con intervenciones literarias y artísticas que potencian el propósito de la obra. Es una contribución inscripta en un campo político y epistémico que permite repensar las conformaciones temporales del estatuto femenino, un incentivo vigoroso para comprender el presente y apostar a las transformaciones que nos esperan. Esto bulle en esta narrativa de singular porte estético a la que damos una calurosa bienvenida”.

Fuente: pasohoy.com