Viedma.- (APP) Este próximo fin de semana, del 21 al 23 de abril, en la sala teatral La Lunera de Viedma vuelve a ponerse en escena “Onelli”, con dramaturgia y dirección de Hugo Aristimuño, actuación de Verónica Caliva y María Luisa Weber, sonido e iluminación por Ramón Gentile Espinosa.
En noviembre pasado, tras el estreno de la obra, escribí una crónica que ahora me permito repetir para los lectores de APP Noticias.
El reducido ámbito de La Lunera, una habitación de la planta alta del antiguo colegio salesiano en la Manzana Histórica de Viedma, donde funciona el Teatro del Viento, está poblado de nostalgias y dolor. Se percibe la fuerte carga de una congoja antigua, que anidó hace muchos años en el pecho de una niña de cinco años y ahora necesita liberar al cuerpo de una mujer adulta, en plena lucha contra la angustia del ayer.
Esa mujer, ese personaje protagónico de la creación teatral titulada “Onelli”, interroga a la sombra de su padre, enterrado en el despojado cementerio de un pequeño pueblo patagónico, lejos de Buenos Aires, donde estaba viviendo; y más aún de Berlín, donde fue un alto oficial de la marina alemana, durante la segunda guerra mundial.
Esa mujer, que vuelve al sito de la súbita muerte de su padre en el coche dormitorio de un tren, está allí casi sesenta años después; por fin enfrente de la tumba de piedras rojas que guarda un misterio, y también demasiados silencios, en una historia recortada sobre las vías del tren.
Esa mujer, que pudo recomponer inciertos retazos del drama a través de las cartas guardadas por la madre, exige respuestas que el incansable viento sur ya no quiere darle; necesita estar segura de que su padre no fue un criminal nazi, pero quiere entender por qué lo dejaron allí abandonado.
Hay otra mujer en escena, narradora omnipresente en torno al suceso inicial del drama. A veces es antagonista de la hija del difunto, otras veces su aliada, siempre como testigo implacable de toda la acción teatral.
Están solas en Onelli, debajo de las luces, aprisionadas por la historia, sin capacidad para oponerse al destino. Hay una guerra afuera, que las tiene sitiadas. Los espectadores estamos atrapados, también, algunos de ellos pueden hacer preguntas, la hija responde y cuestiona, también. Nadie puede quedar indiferente.
Verónica Caliva, intensa, ágil e imprevisible, atormentada por momentos, liviana entre recuerdos de infancia en otros pasajes; compone a la hija, la niña que fue, magistral. Interroga con miradas y gestos, articula con escasos objetos, arma de la nada el impresionante túmulo que preserva los restos del ausente. No se permite la paz, compromete al público.
María Luisa Weber es la narradora de pocos parlamentos, pero atenta y sutil en toda la acción, escudada por un micrófono de los años cincuenta, combinando transiciones y cambios de un austero vestuario, sorprendiendo con dulces galletas y la voz alemana que pinta el decorado con lejanos ecos, sin transar con el olvido.
Hugo Aristimuño, experimentado teatrero patagónico, elaboró la dramaturgia sobre la base de la crónica periodística de mi autoría sobre un olvidado suceso de febrero de 1953, cuando a bordo del tren del Ferrocarril Roca, que volvía de Bariloche a Plaza Constitución, un pasajero de nacionalidad alemana murió de un infarto y fue enterrado en el pueblo de la próxima parada: Clemente Onelli.
Fiel a su estilo y trayectoria de pertinaz investigador reunió más datos sobre el episodio; tomó contacto con Kristine, que es la hija del viajero difunto y vive en Bélgica; viajó a Onelli y visitó la tumba misteriosa; habló con algún periodista cazador de nazis; y conversó con el anciano policía retirado que es el único testigo sobreviviente del entierro.
Aristimuño fue componiendo los detalles finales de la dramaturgia sobre el desarrollo mismo de la creación escénica actoral. La puesta en escena fue un nutritivo taller, bajo su cuidada dirección. La ambientación de sonido e iluminación, ajustada y exacta, la realizó Ramón Gentile Espinosa.
El resultado es excelente. Se cuentan todos los aspectos centrales del drama verídico, se plantean los inquietantes puntos oscuros de aquella historia, la tristeza impone su presencia en blanco y negro, y uno quisiera saber algo más. Pero: ¿ es mucho más lo que hay por saber? Tal vez es suficiente, quizás es mejor no averiguar mucho más.
El teatro demuestra, una vez más, su poderosa capacidad de recreación y encanto, el arte de seducir con la palabra y el gesto, para la transmisión de historias que nos permiten viajar en el tiempo y en los espacios, para enriquecer y confrontar nuestros saberes. El teatro que se interna y compromete en casos fascinantes como este, en un territorio fantástico que se ha dado en llamar Patagonia y es casi una invención literaria.
La sala tiene pocas localidades disponibles. Se necesita hacer reserva al 2920 471028. La foto que ilustra esta nota es de Ramón Gentile Espinosa. (APP)