Viedma.- (APP) Entre los años 1825 y 1827 se produce la guerra entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio del Brasil, éste último una potencia marítima para esa época, con más de 80 naves. Dado que las Provincias Unidas contaban apenas con algunos bergantines, barcazas y cañoneras, se decidió otorgar patente de corso a barcos mercantes. Los corsarios, como los definió el historiador Miguel Ángel De Marco, fueron en general aventureros “que al mando de barcos mercantes armados en guerra y con patente de sus respectivos gobiernos tenían por misión perseguir a las embarcaciones de países enemigos”. Algunos terminaron siendo verdaderos patriotas y escribieron páginas gloriosas en la historia nacional, como Guillermo Brown e Hipólito Bouchard. Las Provincias Unidas necesitaban un puerto que por sus condiciones naturales fuera de difícil acceso para los brasileros y fue así que la base de operaciones elegida fue el puerto de Patagones (El Carmen), protegido por la barra del río Negro y los tremendos bancos de arena de la zona de la desembocadura. El Imperio del Brasil, que determinó destruir a ese “nido de piratas”, como lo calificaba, terminó produciendo una de las gestas más importantes en la primera etapa de nuestra consolidación como nación, ya que la batalla del 7 de marzo de 1827 culminó con la rendición de las fuerzas invasoras.
La división de la marina brasileña estuvo compuesta por dos corbetas (Itaparica y Duquesa de Goyas), un bergantín (Escudeiro) y la goleta (Constancia), con más de 650 soldados en total, cuando el fuerte de Patagones era custodiado por apenas 44 soldados.
A pesar de la diferencia de fuerzas, el pueblo decidió no rendirse y repeler la invasión. A los 44 soldados se sumaron cien negros libertos tomados por los corsarios, un escuadrón de caballería integrado por 80 pobladores y 22 gauchos de las pampas bonaerenses, comandados por el baqueano José Luis Molina, un piquete de artillería, alrededor de 200 corsarios que se encontraban en ese momento en el puerto rionegrino, y algunos cientos de gauchos que el gobierno de la provincia de Buenos Aires había deportado a El Carmen y que estaban ocupados de peones en los saladeros de la zona y en estancias y chacras de la zona, a uno y otro lado del río.
El río Negro fue el gran aliado, ya que la Marina del Imperio de Brasil tuvo dificultades para navegar -de hecho la Corbeta Duquesa de Goyaz quedó encallada en los bancos de arena de ingreso al río- y se terminó optando en una incursión por tierra. Los sucesos se desarrollaron del 17 de febrero al 7 de marzo, fecha ésta última donde son vencidos en el Cerro de la Caballada. En la rendición se tomaron del enemigo la corbeta “Itaparica” –cuyos restos están hundidos frente a la costa de Viedma y Patagones-, la goleta “Constancia” y el bergantín “Escudeiro”, 372 armas de fuego, 18 cañones y 36 barriles. Los trofeos de esa batalla fueron siete banderas, de las cuales cinco se destruyeron en un incendio en 1860 y las restantes aún se conservan en la Iglesia de Patagones.
Para la comarca de Viedma y Patagones, con el respaldo fáctico de los hechos y la valorización de muchos historiadores, el triunfo del 7 de marzo de 1827 es considerado un hito de un alcance similar a lo que fue la batalla de la Vuelta de Obligado, en noviembre de 1845.
El combate de 7 de marzo de 1827 en cierta medida coronaba el triunfo completo que estaban logrando las armas argentinas en la guerra con el Brasil, donde se jugaba el destino de la Banda Oriental.
El 9 de febrero de 1827, el Almirante Brown triunfa en la batalla de Juncal, en el río Uruguay e impone así su dominio en el Río de la Plata; el 13 de febrero de 1827, el triunfo de Bacacay logrado por el general Juan Galo de Lavalle; el 15, Mansilla en Ombú; el 20, Alvear en Ituzaingó, y los primeros días de marzo la derrota de los brasileros en Patagones.
A pesar de la victoria militar (un autor brasilero Manuel de Oliveira Lima señaló en su libro Formación Histórica de la Nacionalidad Brasileña que “la Argentina pudo reclamar para sí los mejores triunfos militares y diplomáticos”), desde el gobierno de Rivadavia se buscó una paz que terminaría perjudicando a nuestro país con la pérdida del actual Uruguay, que era una de sus principales provincias.
Es que atrás de la guerra con el Brasil siempre estuvo operando Gran Bretaña, que terminó logrando uno de los principales objetivos del imperio: evitar que la Argentina tuviera el dominio en su totalidad del Río de la Plata, y por ende del puerto de Montevideo.
Como señaló George Canning, el diplomático inglés que mayor intervención tuvo para segregar la Banda Oriental y el Alto Perú, y que todavía tiene una estatua en Buenos Aires: “Es inconveniente que una sola nación posea las dos orillas del río, pues tendría gravitación decisiva en el Atlántico Sur”.
No es casual que el Dr. Manuel José García, comisionado por Rivadavia para negociar la paz con el Emperador Pedro I firmara el 24 de mayo de 1827 un tratado vergonzoso, donde no solamente se entregaba al Brasil la Banda Oriental, sino que en el art. 8º se establecía que ambas naciones se comprometían “a solicitar juntas o separadamente, de su grande y poderoso amigo el Rey de la Gran Bretaña el que se digne garantizarle por espacio de quince años la libre navegación del Río de la Plata”.
Este acuerdo indignó al pueblo y al ejército que habían derramado su sangre victoriosamente en los campos de batalla, lo que obliga a Rivadavia a desaprobar el tratado firmado por García.
No obstante, como responsable político de todo este desastre diplomático, renuncia el 28 de junio. Dorrego se hace cargo del gobierno, y envía nuevos comisionados a negociar con Pedro I. El hecho que el emperador brasilero aceptara estas nuevas conversaciones que echaban por tierra lo acordado por el comisionado García, marca nuevamente que su ejército se encontraba totalmente desmoralizado por las victorias conseguidas por los argentinos en batalla.
Gran Bretaña participó activamente de las negociaciones a través de Lord Ponsomby y por eso el 27 de agosto de 1828 se suscribe la Convención Preliminar de Paz entre ambos países, donde se reconoce la independencia temporaria de la Banda Oriental, a la vez que se transforma al Río de la Plata “y de todos los otros que desaguan en él” en ríos internacionales para la navegación.
El Congreso Argentino, reunido en Santa Fe el 26 de septiembre de 1828, ratificó este acuerdo perjudicial para nuestro país y favorable a todo el proceso de balcanización que se produjo en las tierras que formaban parte del Virreynato del Río de la Plata impulsado por Gran Bretaña.
Cabe señalar además que los propios diputados orientales que participaron del Congreso de Santa Fe rechazaron y protestaron la aceptación del acuerdo. Y se traicionó a Artigas, que debe ser considerado un patriota nacional, no sólo uruguayo, que siempre quiso que la Banda Oriental formara parte de las Provincias Unidas, aunque bajo un sistema federal, no el unitario que propugnaba la burguesía comercial porteña. (APP)